Zamora está viviendo ahora su particular paso del Rubicón. No caben vacilaciones. O avanza y apuesta por el futuro aireando todas sus potencialidades: agricultura, agroalimentación, turismo (explotando su triple vertiente natural, patrimonial y territorial) e idioma (aquí se alimentó la lengua castellana), o se morirá por inanición tras una larga y dolorosa enfermedad, que ya cursa con -fuertes- dolores de alma. Si no somos capaces de poner sobre la mesa todo, todo lo que suma, esta demarcación territorial se esfumará por la gatera y se convertirá en otra cosa; ¿acaso una reserva?

Zamora no está muerta, aunque sí enferma, muy enferma. No está todo perdido, pero la curación no solo depende de los fármacos, sobre todo está relacionada con la voluntad del paciente, que debe aprovechar todo lo que tenga a mano para asirse con fuerza y evitar ser arrastrado por la avenida. Y hablando de avenidas, Zamora, que es seca como la encina, es una de las provincias con más agua dulce de España, un bien enormemente valioso, pero que aquí no deja más que sombras: el agua de los zamoranos hace ricos a otros, muchos de los cuales -vascos- se benefician también del agua del mar y son nacionalistas de lo suyo. ¿Curioso, no?

Las concesiones para la gestión del agua de los embalses se hicieron hace muchas décadas. Se asignaron a empresas de capital mayoritariamente no zamorano. La empresa Iberduero entonces fue la gran beneficiada. ¿Por qué no se abre el telón y se informa ahora sobre esas concesiones?, ¿cuándo finalizan?, ¿cómo se pueden renegociar?, ¿cómo se podría beneficiar Zamora de un bien al que tiene derecho?, ¿no sería justo que esta provincia ( y otras de interior, de la España jodida, las que tienen embalses) tuviera un tratamiento especial, un precio más bajo de la electricidad? Ya sé, ya sé, muchas preguntas. Lo que necesitamos, de verdad, son respuestas. Y que no nos engañen. Bastante lo han hecho ya.