El sistema en el que vivimos se alimenta de eslóganes (no da tiempo para pasar de la piel, las siete horas de teléfono móvil se lo llevan todo) y uno que está de moda esta temporada, tanto que lo utilizan por igual comunes y supuestos ilustrados, dice muy rotundo "el que contamina paga". La frase airea la responsabilidad medioambiental del operador, sea éste individual o colectivo. El que lo inventó y los que lo esgrimen (casi todos) descargan así su propio lastre moral y de alguna forma culpan al otro porque nadie asume que contamina (¿los chicos y chicas que se manifiestan todos los viernes en Europa son conscientes de que lo que consumen en sus horas de ocio está envuelto en pura farfolla, casi imposible de reciclar por cierto?, ¿conocen la paradoja de la bolsa de patatas fritas, saben que el continente reluciente cuesta más que el contenido? El mundo que nos está tocando vivir está lleno de incongruencias y algunas nada inocentes por cierto. Las paradojas vienen bien al sistema que sigue avanzando hasta la victoria final.

El manoseado eslogan de "el que contamina paga" por lógica debería tener un contrario que debería ser "el que descontamina cobra". Pero éste está metido en un cajón. No interesa. ¿Saben por qué? Porque favorecería al ámbito rural, donde están los árboles y los cultivos que oxigenan el planeta contrarrestando el incremento salvaje de dióxido de carbono. Casi todo lo que se hace en la ciudad contamina y, al revés, lo que se hace en los pueblos ayuda a mejorar el medio ambiente. Si esto fuera reconocido por los parlamentos que hacen las leyes tendrían que aprobar fondos para pagar a quien ayuda a hacer más habitable el mundo en el que vivimos. De eso ni palabra, no interesa. Por cierto, quien aporta descontaminación en este país es la España vacía. ¿Qué paradoja, verdad?, ¿o no tanto?.