Abres la ventana y ves como el campo pide ayuda. El cereal llora lágrimas amanzanadas y mira, implorante, al cielo. Este mayo nos tiene en un tris: los agricultores saben que si no llueve antes de que acabe el mes, la cosecha se perderá, será pura farfolla. No está para llover, aunque sí queréis procesionamos al santo, explica el párroco de turno a los labradores más creyentes, que todavía alguno queda. Mayo ha puesto con el culo prieto a los viticultores, asustados por las bajas temperaturas de las últimas amanecidas, que en los solombríos han rondado la helada. Es el sino de quien vive a la intemperie, que se chupa todo lo que cae y lo que no cae.

Este mayo es especial no solo para los cerealistas, también para los políticos y aprendices. El domingo, elecciones. Algunos han puesto su felicidad en los resultados. Es lo que tiene esta vida, que se consume por etapas. Y una, pequeñita, acaba dentro de cuatro días. La jornada electoral del 26 tiene más alicientes que otras veces en Zamora y en Castilla y León. Las encuestas prevén cambio de ciclo. La noticia está en cómo lo encajarán ganadores y perdedores. La ley de la vida no siempre es la de los humanos. Noticia habrá también en la capital y ya hay apuestas. La incógnita es saber si la aldea gala saldrá reforzada. Paradojas de este tiempo que anda a gatas.

La campaña electoral nacional ha vuelto a reverdecer la polémica sobre las donaciones de Amancio Ortega al sistema sanitario español. Tienen razón los dos bandos: bienvenidas sean las donaciones, pero también hay que exigir un sistema impositivo más justo. Nadie en este mundo es mil veces más listo que otro, ni mil veces más trabajador, ni mil veces más diligente. Es imposible. Por eso no debería ganar mil veces más.

Abres la ventana y ves como el campo pide ayuda. El cereal llora lágrimas amanzanadas.