Se fue la luz y la negrura de Semana Santa: las calles abarrotadas de sentimientos y bulliciosas, vida en medio de la escenificación de la muerte; y Zamora se ha vuelto a vestir de gris, el color de la inconsistencia, de la languidez, del cansancio. La soledad ha regresado a la provincia, que mira al cielo con ojos líquidos, secos. ¡Por Dios, qué alguien quite el candado a las nubes, que descarguen con ganas! ¡Tiene que llover a cántaros!

Los políticos se enfrascan en sus cuitas particulares, prometen árnica a un pueblo dividido: unos obnubilados por falsas promesas de predicadores sin mochila que ofrecen el cielo a cambio de arrancar el pasado, hacerle una pedorreta al presente y traicionar al futuro, y otros, asqueados y defraudados, sacan lo peor de cada cual. Por qué no lo dicen de una vez: los que se quieren marchar del grupo son los malos, los insolidarios, los que han echado cuentas y se quieren separar porque son egoístas, malas personas.

Como Trump, que quiere reforzar la política proteccionista de EE UU y establecer nuevos aranceles a las exportaciones de productos de la UE. Vino, queso, jamón, aceite, alimentos que nutren el espíritu, van a tener más cortapisas para llegar a los consumidores del imperio. El campo siempre como moneda de cambio, el sector agrario eternamente ninguneado, asfixiado, pisoteado: aquí y allá.

1521, Villalar para más señas. Nada es lo que era. Ya no se llevan los ajusticiamientos, pero esta tierra muere cada día sin que nadie vaya a su entierro. Ya no hay horcas en las plazas públicas, pero Castilla y León se desangran por la gatera de la nada. Los políticos se han olvidado de estos pagos que se están quedando vacíos. ¿Culpables? El franquismo y lo que vino después. Los salvadores duermen el sueño de los justos: están bien enterrados.