Llueve de abajo arriba y los espacios se difuminan hasta hacerse irreales, de cuento. Todo se desmadeja menos el dolor. Zamora es una llaga que se abre y se abre hasta el infinito. Laura ha muerto de forma violenta lejos de su tierra y se ha convertido en un símbolo de una provincia que se desangra por las cuatro esquinas. No pinta bien la postal de Navidades a pesar de que los primeros colores, los que emplastó Puebla el fin de semana pasado fueron brillantes, capaces de disolver la lluvia que volvió loco al Tera. Ahora hasta la luz parece un espejismo.

La niebla se ha metido dentro del alma zamorana, de las casas, de las gentes. Llora esta tierra que no entiende lo que le está pasando. Mira al cielo en busca de la claridad del poeta, pero las nubes candan la luz. Hay quien patea exigiendo una respuesta, quien busca venganza por lo que está ocurriendo. Otros callan, que es idioma muy usado en estos lares. Pero a nadie he visto que tire de la camisa del futuro. Es como si la muerte de Laura hubiera cerrado el ciclo de la esperanza.

La Zamora de dentro tiembla, pena. Los padres hablan con sus hijos que viven fuera, que trabajan lejos de donde nacieron. Preguntan. Y hay como un hilo de resignación que envuelve el ovillo. Estas cosas también pueden ocurrir aquí, dice el enterado. Ya, replica la madre que piensa en sus hijos, los dos fuera, lejos de donde fueron alumbrados, pero si estuvieran aquí? Y se calla.

Llueve de abajo arriba y los espacios se difuminan hasta hacerse irreales, de cuento. Todo se desmadeja menos el dolor. Zamora es una llaga que se abre y se abre hasta el infinito. El duelo es una mancha de aceite que inunda la provincia. Todos somos Laura en un tiempo de lágrimas.