No anda el campo para sembrar melonares. Está cabreado. No salen las cuentas. Un año que ha sido excepcional por producción en algunas cosechas, como la cerealista o la de uvas, se ha quedado a medias por los bajos precios. Escándalo parece que las cotizaciones sean las mismas que hace veinte, treinta años. Escándalo e injusticia. Así es imposible que los jóvenes se queden en sus pueblos. El cordón umbilical agroganadero se está rompiendo. Los hijos del sector ya no se hacen cargo de las explotaciones de sus padres, de sus abuelos. Para los ajenos, sin conexión con la actividad, es una quimera hacerse agricultores o ganaderos: hay que poner más de 300.000 euros sobre la mesa.

Los ganaderos están que muerden. Los precios de sus producciones en algunas actividades -en el caso de la leche de oveja es más que evidente- están por debajo de costes. No hay quien aguante el tirón. La desesperación crece. El coste del carburante viaja por las nubes, también el de los fertilizantes, la maquinaria? Se dispara el malestar. Lo mismo que la edad media de los agricultores y ganaderos.

Corren nuevos tiempos y las situaciones se encaran de manera diferente. La convocatoria de movilización para mañana fijada a través de redes sociales y ahora desconvocada es un ejemplo de por donde van a ir las protestas agropecuarias en los próximos años. La profesión más digna del mundo (Cicerón dixit) necesita también el reconocimiento económico. Que los jóvenes que se quieran quedar en el campo puedan vivir de su trabajo. Si no es así, la producción de alimentos va a quedar en manos del exterior y eso tiene muchos riesgos y dejar a la zorra que cuide el gallinero.

Es necesario incrementar los mecanismos de regulación para frenar la tiranía de la distribución. No es de recibo que los precios de los productos agropecuarios se fijen en los despachos, al margen de los mercados. Va contra natura.