Zamora siempre ha querido resolver sus problemas poniendo carita (rostro compungido, me refiero) y pidiendo ayuda al exterior. El Día de la Provincia del sábado pasado en Corrales y el llamado Pacto de Oviedo, sellado el lunes por empresarios de Castilla y León, Asturias y Galicia, volvieron a escenificar el espíritu del pedigüeño egipcio (ese que siempre aparece en los grabados pétreos con un mano para adelante y otra para atrás).

No es que no tenga motivos esta provincia para reclamar apoyo exterior (la deuda histórica, migratoria y agroalimentaria sigue sin enjugarse), pero la realidad se impone y hay que reconocer, de una vez por todas, que o resolvemos nuestros problemas desde el interior o no se van a solucionar en tiempos en que todo el mundo quiere bajarse del carro.

Hay un patrimonio que nunca hemos valorado en esta provincia y que curiosamente se agranda cada vez más por la pérdida poblacional. Es el territorio: variado, descontaminado, abierto. Algo está cambiando en este sentido. Nuevos cultivos como el pistachero y el almendro o el crecimiento de la apicultura lo están revalorizando. Pero falta mucho camino por recorrer. Un ejemplo: hay eriales muy extensos que deberían ser desde hace años bosques frondosos. ¿Las macrogranjas? Que cumplan la ley, contraten zamoranos y se comprometan (con firma y plazos) a instalar salas de despiece y mataderos en la provincia. El territorio está ahí. Es nuestra responsabilidad evitar que se quede sin gente.