No es este un verano al uso. Y no solo porque haya llovido mucho más de la media, prime el verde en el paisaje, con hierbas hasta en los caminos que hacía años que no se veían, y todavía esté más de la mitad de la cosecha cerealista sin recoger. Ni porque las uvas aún duerman el sueño primaveral y no se acuerden del envero, o los huertos se hayan quedado varados en el calendario junto a San Pedro. No solo es raro este estío por eso, por unas temperaturas de sube y baja y las piscinas a medio llenar, que así no hay quien luzca moreno. Hay más.

Los políticos, por ejemplo, andan de la ceca a la meca intentando cuadrar sus vacaciones. Unos, los que tenían cargo cuando se inició junio y habían cerrado sus planes estivales, con destinos de lujo, ahora negocian con las agencias un cambio de estancia, que sea más barata, que las cosas han cambiado y el panorama pinta oscuro. Al contrario, claro, que los otros. Los que estaban en la oposición, que ahora sacan pecho y galones. Han tocado tajada y quieren al menos unos días en lugares de prestigio, que el cargo hace también el ocio y la diversión.

Los europeos del norte, otro raro caso, que salen de sus países con temperaturas por encima de 35 grados y llegan a España y tormenta que te crió. Qué así no es de extrañar que hagan el tonto por las barandillas de balcones y terrazas. En algo hay que entretenerse.

O lo que ocurrió ayer en el Tour, que antes se negociaba con los agricultores antes de la etapa y no llegaba la sangre al río. Y ahora, por lo que se ve, a degüello: se lanzan gases lacrimógenos a diestro y siniestro y los ciclistas se echan a llorar desconsolados. Por cierto, tampoco ocurría antes que los medios de comunicación no explicaran la protesta campesina, que se ha quedado, sin más, en una movilización de granjeros rurales.

Raro verano este.