Ami ponme un "cubata" y a estos unos vinos (peleones)". La frase es de un vecino de mi pueblo que, hace años, lanzaba en el bar cuando tenía que invitar. Daba por hecho las necesidades de sus acompañantes que siempre lo habían invitado antes, respetando, claro, sus gustos, lo que él no hacía.

¿Y a cuento de qué viene empezar así este artículo?, se preguntarán. Del -sorprendente y meteórico- cambio de Gobierno. Y, sobre todo, de sus causas, la "debilidad" del PNV, que se ablanda como miga de pan en un estanque por los "ojitos" de los -supuestos- intereses del "pueblo vasco".

Al margen de la influencia del dídimo y la verija -qué bello es el castellano- y la corrupción en el proceso de "sorpasso" de Rajoy sobre sí mismo, el galimatías político ha servido para poner en el centro del escenario la debilidad -y las contradicciones- de la Constitución Española que "pierde el sentido" al señalar que todos los españoles son iguales ante la ley e institucionalizar el cupo vasco.

Los presupuestos de 2018 incluyen un "regalito" al pueblo vasco de casi 600 millones de euros, más, claro, los del concierto que van incluidos en el lote de cuentas anuales desde siempre, otros 500 millones por lo menos, según algunas fuentes, dependiendo del porcentaje que se aplique.

Aquí no hay espacio para explicar el cupo vasco y el concierto navarro que, ojo, vienen de 1878, un "castigo" tras la Guerra Carlista que los vascos, tras sacudir permanentemente el nogal (o la nogala), han llevado a su terreno. O sea a cobrar mil y pico millones -de euros- al año.

El Estado puede decir casi como el vecino de mi pueblo cuando llegaba al bar: "Al País Vasco ponle un "cubata" y a estos -al resto de comunidades autónomas- le pones unos vinos (peleones)". Viva la igualdad y la solidaridad... Y la democracia.