Vivimos días de tronada. No nos libramos de los rayos. Ni acá ni acullá. La tormenta, más que perfecta, es múltiple, tiene más cabezas que la hidra. Zamora tiembla por el miedo que da el futuro: una provincia sin gente no es nada, un cementerio inmenso vestido de hueso y oro, un escenario que hace mutis por el foro. La tormenta de madrugada es la peor. Y en esa andamos desde hace años sin que nadie haya encontrado el plexiglás adecuado para protegernos del pedrisco.

La tronada se alimenta de tempero, la humedad que riega la tierra. Y estalla cuando encuentra el campo abonado. Acaba de descargar sobre la cabeza de Podemos. Por fin, Pablo Iglesias, se hace humano. Y contradictorio. Y se deja guiar por la biología (más natural que la ideología). Lástima que ahora quiera blanquear su decisión, buscando la complicidad del grupo.

Zaplana acaba de entrar en la lista, pero no será el último. Le acaba de alcanzar un rayo. Es lo que tiene cuando se anda por el mundo cargado de esa electricidad que se generó en el tiempo en que se desayunaba impunidad. Diógenes sigue buscando un humano honesto, ¿acaso queda alguno?

La Universidad de Salamanca cumple 800 años en un tiempo de huecos, cuando las humanidades han salido huyendo por el túnel de Stephen Hawking y nadie las ha agarrado por el rabo. La crítica no gusta ni a los críticos.

Italia vive, como siempre, en el abismo de una tormenta sin fin. Llora sangre Julio César y hay quien pide la resurrección de los Gracos.

Y Cataluña navega en el limbo de la contradicción. El cielo de Catalonia se está llenando de nubarrones. Pero no anuncian tormenta. Es el vómito del volcán Kilauea.