Hay comportamientos que nos definen. A los que somos de esta tierra, digo. Resulta que, de repente, instituciones varias, incluidos algunos ayuntamientos, y particulares de diversa laya y condición han sacado las orejas y se muestran con los brazos abiertos dispuestos a acoger a empresas catalanas que, ahora, han descubierto que la caja de Pandora no es un recurso literario sino que, de verdad, puede abrirse en cualquier momento y han salido rompiendo amarras camino de surcos con más tempero.

No quiero que se me entienda mal. Que vengan todas las empresas catalanas que quieran, precisamente a un erial industrial, faltaría más. Lo que quiero remarcar es que esas facilidades que ahora prometemos, incluidos solares gratis, hemos sido incapaces de aprovecharlas nosotros, (¿o acaso no ha habido ofertas en este sentido?).

¿Por qué siempre hemos sido de primeros planos cuando no hay quien tenga horizontes -reales, físicos- tan amplios? ¿Por qué no hemos sido capaces de crear nuestras propias empresas? ¿Por qué hemos puesto tantas trabas a los emprendedores y los pocos que por aquí han sido han tenido que solventar mil trabas (las primeras, burocráticas; las segundas de puro acero, de las que siegan la hierba para descubrir y hacer más vulnerable al contrario)?

Es la evidencia de nuestro fracaso, de no haber sabido adaptarnos a los tiempos. Más del 60% de la población catalana tiene su origen en flujos migratorios procedentes del resto de España. O sea, todo lo contrario a lo que ocurre en Castilla y León, con mucho más del 60% de su población produciendo fuera. ¿Qué está detrás de estas cifras?

Ya no valen lamentaciones. Son tiempos de cambio. Que vengan empresas catalanas. Así, a lo mejor, nos animamos y creamos las propias. Falta nos hace.