Todos se van. Y lo que había nos lo quitan". Este es el lema del Día del Mundo Rural que hoy se celebra en Sanzoles, organizado por la Pastoral Rural Misionera. La efeméride obliga a la reflexión y a volver a los caminos trillados y al blablablá: Zamora es la provincia más rural de España, con 506 núcleos de población, 248 municipios, que pierde anualmente 3.000 habitantes y que en 120 años ha pasado de 320.000 residentes a tan solo 180.000, un drama que por lo que se ve importa un pito a los políticos que no han hecho nunca nada para frenarlo. En el campo no hay ni presión ni votantes, los partidos se mueven en otras coordenadas.

El mundo rural está dando las boqueadas, está agonizando. El panorama ya es devastador, pero dentro de menos de veinte años, cuando se muera la última generación nativa rural, el desastre será total, no quedará piedra sobre piedra y la cultura agraria pasará a dormir en libros, documentos y museos. Un desastre del que todos seremos responsables.

¿Que se puede hacer para frenar esta situación? Para darle una vuelta a los censos no hay más que una solución: crear riqueza. ¿Y cómo? Con inversiones públicas y privadas. Difícil, casi imposible en tiempos de crisis y sin capital humano. ¿Entonces?

Ya no queda más que un camino que pueda frenar la situación de deterioro y evitar que el edificio se desplome, logrando que se mantenga en pie para que alguien, con el tiempo, pueda rehabilitarlo. La solución es que la sociedad reconozca la importancia del ámbito rural. Que valore la labor de quienes viven en los pueblos, que hacen naturaleza, mejoran el medio ambiente, posibilitan que comamos todos los días y ayudan a mantener la biodiversidad. Realizan un servicio público impagable: cuidan el territorio para que quienes vivimos en las ciudades podamos disfrutarlo el fin de semana.

Esa es la premisa de partida, admitir la importancia de un medio donde se ha desarrollado la cultura de la supervivencia, asumir que es imprescindible mantener el territorio según está perfilado, que dejar abandonados los pueblos es abrir una brecha en el mapa que nunca se va soldar. Y pagar, pagar este servicio.

No hay más remedio. Las administraciones, da igual quien de ellas o todas, deben primar el vivir en los pueblos. Es preciso que establezcan una ayuda, una prima, una subvención, lo que sea, pero tienen que incentivar de forma directa, con dinero, además de con ventajas fiscales, a quienes residan en el ámbito rural, reconocer el servicio que prestan a la sociedad quienes moran en un ámbito, donde los derechos no son los mismos que en el urbano. Ni tan siquiera la propiedad tiene el mismo valor.

Pagar, sí. A quienes viven en los pueblos. Ese es el principio.