Me llama por teléfono un amigo zamorano que lleva 43 años en el País Vasco y al que gusta comentar el sino de su provincia de origen -y de la mía- de vez en cuando. "No hay salida, cada vez estoy más convencido. En los pueblos no hay más que viejos. En... (y nombra su localidad natal), donde estuve en verano los pocos vecinos que quedan están que muerden. Esconden las gallinas, me oyes, ya nos las tienen en los corrales, las apartan. Dicen que no se pueden tener más que doce, que si tienes más hay que pagar como centro zoológico o algo así, como granja, porque entienden que vendes los huevos y haces negocio. Están acabando con todo lo que aquí era normal, con la cultura de la subsistencia. Mi vecina quiso comprar una cabra para que le limpiara la finca de hierba. Nada, le han dicho que ni se le ocurra, que tiene que darse de alta... Lo de la Reserva de la Biosfera... Muy bonito, muy bonito, mierda. No la quieren. Saben que habrá más cortapisas, que no podrán mover las piedras de sus fincas, que la propiedad privada vale cada vez menos en los pueblos. Los negocios rurales, como las gentes, tienen fecha de caducidad, y no muy lejana, por cierto. Los bichos se están comiendo las uvas, los maíces, los huertos... Mientras, los políticos a lo suyo, que ya sabes lo que es... Una pena, te lo digo yo. No hay salida. El campo sí tiene puertas y dentro de nada se van a cerrar...".

Me quedo pensando un rato después de colgar el teléfono en lo de las gallinas. Sonrío. Hace un tiempo un paisano me contó que un "agente de la autoridad" entró en su corral con ánimo de charlar un rato. De repente se puso a contar las gallinas y advirtió al vecino: "Trece... oye, ¿sabes que si tienes más de 12 tienes que declararlas?". "Ah sí, espera... (giró la cacha a la derecha y sacudió: zas) Cuenta, cuenta. A qué solo hay doce...". Así me lo contó y así lo cuento, aunque le dije que nunca lo iba a escribir.