Nunca faltó un día a su destino. Y luchó siempre en primera línea, que dar la cara le encantaba cuando había que poner riñones, orgullo y madrugada a una vida plana, que ya son ganas de destacar cuando te parieron para morir sin levantar polvo.

No es fácil seguir siempre ahormando la muesca en la cresta de la tarja. A veces no hay ganas. O se curva el día hasta enrocarse en la existencia. Ni para atrás ni para adelante. Pues ella, sí, oye, que lo tenía claro. Primero los suyos y por los suyos consumió deprisa sus jornadas. Nunca paró un momento y, al final, cuando la luz se vino abajo, buscaba sombras conocidas en la oscuridad.

Lo trabajó todo. En casa y en el campo, que los días cuando se estiran son bisiestos, tienen más de 24 horas y dan de sí una barbaridad. Si hay que impartir valores a los hijos, pues se hace; si hay que mantener la ganadería doméstica, pues se hace; si hay que ir a "entresacar" o a pelar remolacha con temperaturas bajo cero, pues se hace. Todo viene escrito en los genes, en la cartilla del racionamiento vital. Todo por los suyos, nada por una, que solo necesita seis pies de tierra.

Hubo muchas veces que engañar al tiempo con la miseria y se hizo. Sobran los escrúpulos cuando está en juego lo que importa, la camada. Luchar siempre, penar siempre hasta la extenuación. Trabajar a cambio de nada. Bueno sí, para envolver el futuro en papel plexiglás, hacer una peineta al pasado y ponerlo de vuelta y media, qué se cree él.

Le costó llegar al mar y nunca voló. El horizonte siempre es chato cuando se mira desde abajo, desde muy abajo. Era mi madre, eran las mujeres campesinas de antaño. También muchas de ahora. Para quienes la vida es un mar que hay que llenar todos los días. No importa: ellas siempre sacan agua de debajo de las piedras.