En los días más encerrados y críticos de la pandemia me llamaron de algunas radios para que diera mi opinión sobre el tema y, en particular, me preguntaban qué podría hacer un poeta en tal situación, qué podía recomendar a los radiooyentes que hicieran. La petición era compleja, pero yo respondí que recomendaba “el viaje hacia dentro”, o cuanto yo había dicho al final d e unode mis poemas: “Vivir el instante de oro”. ¿Y qué instante es éste, me seguían preguntando. Pues el que remite a vivir el presente con intensidad y plenitud. El presente sólo importaba en aquellos días de encierro porque, parafraseando a Antonio Machado, el pasado ya no existía y el futuro amedrentador estaba por venir.

Después de dar este consejo un tanto abstracto, yo mismo profundicé en él y llegué a otras conclusiones que no sé si podrían ser útiles para los demás, pero que a mí me sirvieron en aquellos días turbadores. Por ejemplo, acudí a la relectura de algunos autores, de manera instintiva, y en concreto de algunos clásicos latinos, como Séneca. ¿Y porqué este autor? Acaso por la resonancia que en mí aún sentía de mi última visita a la villa romana que había sido descubierta e inaugurada bajo el nombre de Orpheus en Camarzana de Tera. ¿Y por qué el recuerdo de esta villa y su relación con Séneca? Primero, porque en las Cartas a Lucilio, que leía de éste, hay una en la que se nos describe con gran vivacidad cómo era una villa romana en sus orígenes, pero sobre todo porque en la villa de Camarzana se conservan aún valiosos mosaicos y, entre ellos, uno dedicado a la mítica figura de Orfeo.

Aún puede haber un provechoso futuro si se frena definitivamente la emigración y las atendemos con mimo

Profundicé más en el tema y supe que eran muy pocos en el mundo los mosaicos dedicados a este tema, a Orfeo, el sembrador la de armonía, el de una música que ahora acaso ya no oímos, pero que sentimos en nuestro interior, pues es la que nos aporta equilibrio al vivir. Pero, a su vez, la villa de Orfeo, no muy lejos del río Tera, me llevó a otro origen más remoto, pero no por ello menos vivo aún en estos tiempos en que la edad avanza: el de mis antepasados maternos en aquellos parajes zamoranos que cruza el curso manso del Tera, a comarcas como Sanabria o La Carballeda. En ellas ejerción de médico mi bisabuelo Heraclio, que tenía la casa familiar en Cernadilla, en la misma orilla del río.

Para este rememorar en mi encierro, cerraba con frecuencia mis ojos y la memoria no dejaba de llevarme hacia atrás, hacia las raíces de mi infancia y de mi adolescencia, que tan decisivas fueron para mí en esos parajes, especialmente los vividos en el Valle de Vidriales, donde se encuentran aún las ruinas de los campamentos romanos de Petavonium y, a su lado, el viejo castro prerromano. Cerraba mis ojos y dejaba fluir mi memoria y era sobre todo la imagen de este viejo castro el que a mí regresaba de una manera obsesiva.

¿Por qué? Sin duda porque ese lugar sigue aún presente cuando estoy con los ojos abiertos y lo contemplo y a él asciendo todavía hoy. El castro, de forma trapezoidal, está protegido y ya no se puede hoy cultivar en sus bancales; pero en tiempos allí tenía mi abuelo un garbanzal en su cima, precisamente en el terreno donde se halla una cueva que bien pudo ser más que una cueva restos de un torreón de vigilancia, dada la maravillosa situación del mismo, controlando la calzadaque desciende de Peñas Grandes y desde el que se divisa todo el valle en su extensión, y se ve con su poquito de nieve a lo lejos la cima de Peña Trevinca, junto al monte Teleno, más al norte, las dos cimas más elevadas del noroeste peninsular.

Y por qué, además, regresaba a mi memoria ese lugar. Seguramente porque fueron uno de los primeros que contemplaron mis ojos en los veranos de mi infancia. Porque aquella cima y aquel nombre, “El Castro”, era el nombre de una de las cimas que circundan, a su vez, el valle de Fuente Encalada, rico en tiempos en fuentes y aguas, como su nombre indica. Hoy sólo queda una muy primitiva fuente originaria del lugar, “La Fontana de la Fragua”, seguramente el espacio más originario del pueblo, pues no en vano, lo protejen dos lagunas o lavaderos y al lado se levantaba un Priorato dependiente del monasterio de Nogales y, a su lado, la iglesia de Santa Marina, cuyos muros aún logré ver en mi infancia. El lugar está hoy rodeado por algunos huertos que esperamos se sigan cultivando como en aquellos tiempos.

Restauración en la villa romana de Orfeo en Camarzana de Tera.

Hablando en una ocasión con José Luis Puerto, además de un gran poeta un gran etnógrafo de las leyendas del lugar me hizo ver la antigüedad de algunas de esas leyendas que mi abuelo y mis tíos nos recordaban a modo de cuentos: la del castro que estaba sostenida por una “viga” de oro, la del mismo castro que en sus profundidades se hallaba comunicado con el lago de Sanabria, la cueva “de los moros”, junto a la que en las noches de luna llena aparecía una mora que peinaba sus cabellos con peine de plata, las inevitables leyendas y cuentos de rebaños y de lobos….

No puedo seguir reparando en detalles de aquellos origenes zamoranos a los cuales se debe seguramente mucho del escritor que luego he llegado a ser. Pero, evocando esos espacios del norte de la provincia, reparé no sólo en esos “instantes de oro” del pasado sino en el futuro, en cuanto en esas tierras aún puede haber un provechoso futuro si se frena definitivamente la emigración y las atendemos con mimo, ahora precisamente que el tren AVE las cruza. Rutas arqueológicas, como la que partiendo de las cercanías de Benavente ascienden por Los Valles, hasta enclaves como los de Petavonium y otro Castro, el de Las Labradas, podrían ser bases muy firmes para un turismo cultural. Ay, si en otros países de Europa tuvieran esos dos campamentos romanos aún sin excavar completamente. O ese castro de Las Labradas, nuestro modesto Machu Picchu, seguramente el último fortín que resistió a Roma en esos lugares.

Sí, fidelidad al “instante de oro”, al presente inevitable en aquellos días de encierro; serrar los ojos para desvelar la memoria, pero para abrirlos luego, ahora, ya, al futuro, a una tierra todavía muy desconocida e irredenta.