El mundo está cambiando y lo está haciendo rápido, creo que no descubro nada nuevo, en buena parte por la trepidante digitalización de la economía, que a su vez supone una digitalización acelerada de la sociedad. 

Algunos de estos cambios sociales vienen ya de lejos y lo que está pasando es que se están acelerando. Ejemplos tangibles son el incremento de la concentración urbana; en 2050 el 70% de la población vivirá en ciudades, la concentración de las inversiones; justo antes de la pandemia el 85% de las inversiones extranjeras en España fueron a Madrid, o la rotación de los sectores de actividad en la economía; de las diez empresas más valiosas del mundo 7 son digitales y ninguna de ellas estaban en esta lista hace veinte años.

Pero tampoco apelemos antes de tiempo al tradicional fatalismo castellano. Este proceso de cambio estructural de la sociedad y la economía es una magnífica oportunidad para el que sepa jugar sus cartas y sea hábil en la partida.

Construir una economía digital va mucho más allá de sus infraestructuras, implica tener negocios digitales, y a escala global

En primer lugar, hablemos de las imprescindibles infraestructuras digitales, las verdaderas autopistas del siglo XXI. Me refiero a las comunicaciones fijas de banda ancha, la fibra, el despliegue efectivo en el territorio de 4G (sí 4G, una quimera en amplias zonas de la provincia) y obviamente el 5G. También entran en esta categoría las plataformas digitales sobre las que construir servicios públicos y privados, tales como en el caso de Zamora las correspondientes a los Destinos Turísticos Inteligentes o la Silver Economy.

Sin todas ellas no es posible levantar los servicios digitales públicos tales como la sanidad digital o la ayuda a los mayores en su propio hogar. Tampoco es posible digitalizar los negocios que ya existen, tales como el turismo o el agro-alimentario ni crear otros nuevos, ahora nativos-digitales, por ejemplo en el ámbito de las energías renovables. Tampoco la población local podría aprovecharse de la cantidad de nuevos servicios digitales en el ámbito del comercio electrónico, el ocio o la formación, entre otros. Sin ellas estamos fuera del juego.

Desafortunadamente, el despliegue de estas infraestructuras digitales no es factible solo con inversión privada, por lo que es imprescindible aprovechar las oportunidades que se presentan a nivel nacional y europeo y sobre todo hacerlo rápido, por ejemplo, apelando a los recursos del Plan de Recuperación y Resiliencia de la UE (Next Generation EU).

Pero construir una economía digital va mucho más allá de sus infraestructuras, implica tener negocios digitales, y a escala global. Hay, sin embargo, algunas diferencias entre el mundo de los productos y el de los servicios.

En los negocios que implican la distribución física, como el comercio, la barrera de protección que suponía la distancia (que tus competidores lejanos vendieran en tu territorio) ha desaparecido. Estar cerca o lejos del consumidor no supone ni un coste ni un tiempo de distribución muy diferente. La competencia es de esta forma global y por lo tanto mayor. 

La respuesta a este reto es la especialización; ya no vale vender calidad media en proximidad. Hay que especializarse para ser el mejor, pero eso reduce el abanico y hay que compensarlo con exportar a más mercados; vender la mejor carne sanabresa en todo el mundo. Esto no es un objetivo imposible para las pequeñas y medias empresas zamoranas gracias, por ejemplo, a las nuevas plataformas que proporcionan servicios en toda la cadena de valor: Marketing/Promoción, Venta, Distribución, Cobro, Atención del cliente, tales como Amazon o la más nacional de Correos.

El mundo de los servicios tiene algunas diferencias. Para empezar, los hay no digitalizables profundamente, como la peluquería o la caza, que no corren tanto peligro. Al resto hay que prestarles más atención.

En el ámbito de los servicios tradicionales, tales como el turismo, tenemos por un lado a los clientes locales, que han acudido tradicionalmente a canales de distribución físicos, agencias de viaje por ejemplo, que hay que retenerlos frente a los nuevos competidores digitales y globales. La clave de la retención puede estar en una adecuada combinación de servicio presencial, con un trato más humano y personalizado que pongan en valor la cercanía, en definitiva, un servicio más conveniente y de valor. 

Pero hay que compensar la segura pérdida de antiguos clientes con otros nuevos, ya no en cercanía sino en otras geografías. Hay que llegar a ellos de forma proactiva y necesariamente por otros canales. El ámbito del marketing digital y las plataformas de distribución devienen en herramientas imprescindibles.

Pero también será necesario el desarrollo de nuevos servicios digitales, potencialmente en nuevos sectores. Por ejemplo, durante la pandemia las compañías se han visto obligadas a fomentar el teletrabajo, lo que hizo que se deslocalizará la producción de servicios y en algunos casos los trabajadores prefirieran salir de las grandes ciudades y trabajar desde sus segundas viviendas. Este fenómeno abre también la posibilidad a empresas de servicios locales o profesionales independientes de trabajar para grandes empresas ubicadas en otras localidades, o países. En el mundo de las tecnologías de la información hay una necesidad estimada en España de unos cien mil puestos de trabajo, en gran medida susceptibles de teletrabajo.

Y tenemos también que considerar el impacto que la digitalización nos supone como consumidores y como ciudadanos, que no es menor, y que arroja también grandes oportunidades y beneficios. En líneas generales, supone un notable incremento de la calidad de vida.

Por un lado, acceso a bienes más variados y a mejor precio disponibles de forma rápida y en nuestro hogar. Por otro, acceso a más y mejores servicios a menor coste, por ejemplo, de ocio Digital: Cine, series, música y juegos o comunicaciones gratis con amigos y familiares. Y como ciudadanos, más y mejores servicios públicos a un coste competitivo para los recursos disponibles en la región, tales como la Sanidad Digital (Telemedicina), la movilidad rural bajo demanda o la educación digital.

En definitiva, una oportunidad de construir un futuro prometedor, atractivo y lleno de oportunidades para poner en valor lo que tenemos de siempre, e incluso potenciarlo, junto con el desarrollo de nuevas perspectivas económicas y sociales. Todo ello no solo para retener población en el territorio, sino para atraer otra nueva, en una imbatible propuesta de valor que conjuga: tener ingresos como empleado o como empresario, tener opciones como consumidor y tener servicios públicos de calidad como ciudadano.

La tecnología es la gran aliada para conseguirlo si se aprovecha la ventana de oportunidad que está abierta.