Toda historia debe tener un original inicio. Esta se remonta a los años previos a la Guerra Civil Española, teniendo a los escritores y artistas zamoranos como protagonistas absolutos. Un relato que aparece en cada vez más estudios, recuperándose unas biografías olvidadas hasta el momento. En este caso, es la historia de las clases populares, vinculada a los intelectuales y a la ideología anarquista, tan influyente en aquella época.

En este periodo muchos escritores quisieron cambiar el mundo. Y así, abandonaron sus individualistas vidas, para creer en la colectividad y en el poder creativo del común. La Revolución con mayúsculas se unió a la literatura y al arte, emprendiendo juntos un machadiano camino que solo se hacía al andar. Varios zamoranos se sumaron a ese trayecto. Presentémoslos.

El primer personaje, será León Felipe: un poeta universal, uno de los mejores literatos de su generación y un zamorano de Tábara.

León Felipe llegó a España ya iniciado el conflicto bélico. Previamente, se había despedido con emoción de Panamá, su efímera tierra de acogida. En Barcelona descubrió el peligro que suponía el fascismo no solo para los españoles, sino para todo el mundo, y decidió comprometerse. Escribió así “La Insignia”, su gran poema de guerra, a raíz de la caída de Málaga en manos de los franquistas. El poemario fue presentado, el 28 de marzo de 1937, en el Cine Coliseum de la ciudad catalana, ante un entusiasta público que llenó la sala. Abrió el acto otro periodista zamorano que trabajó el El Correo de Zamora, Jacinto Toryho, amigo del poeta, quien le había propuesto escribir algo sobre el horror de la guerra española. “La Insignia” fue su certera respuesta.

Los versos de León Felipe eran muy directos: “¿Habéis hablado ya todos? ¿Habéis hablado ya todos los españoles? ¿Hay algún español que no haya pronunciado su palabra?… ¿Nadie responde? Entonces falto yo solo. Porque el poeta no ha hablado todavía. ¿Quién ha dicho que ya no hay poetas en el mundo? ¿Quién ha dicho que ya no hay profetas?”. El dolor causado por la lucha fraticida estaba demasiado presente.

Recuperemos ahora a Jacinto Toryho. Su producción periodística, su fascinante vida, o sus elaborados escritos son una delicia intelectual. Además, Toryho tuvo el privilegio de entrevistar a uno de los grandes de la literatura contemporánea, el novelista norteamericano, John Dos Passos. El encuentro fue en Barcelona, siendo publicada la tertulia en el diario “Solidaridad Obrera” (del cual era director el zamorano), el 30 de abril del 37, y emitida también en la radio libertaria. Dos Passos se significa, posicionándose activamente a favor de la lucha antifascista. Responde: “Se ven en España muchas cosas nuevas. Es la primera vez que en el mundo se hace frente al fascismo de una manera práctica”. 

La provincia de Zamora tuvo su espacio para los intelectuales comprometidos, cuando los intelectuales quisieron transformarlo todo y pusieron su pluma al servicio de aquel cambio

Ahora, es el turno de Mercedes Comaposada. Fue fundadora de la asociación Mujeres Libres, yendo aún más lejos pues imaginó un mundo libre donde la mujer no pudiera ser degradada bajo ningún concepto. Y el 25 de septiembre de 1936, emocionada, en las ondas de Radio CNT-FAI pronunciaba su discurso “Liberatorios de prostitución”. Su compañero de vida, Baltasar Lobo, zamorano con honra, escultor magnífico, se dedicó a ilustrar la Revolución en marcha; sus interesantes dibujos, podemos encontrarlos en las publicaciones libertarias.

Asimismo, Ramón J. Sender y Amparo Barayón participaron en el anarcosindicalismo. Y también en el vecino León, en las páginas del periódico “La Tierra”, Victoriano Crémer afilaba sus versos para denunciar la masacre cometida en el pueblecito gaditano de Casas Viejas.

La provincia de Zamora tuvo su espacio para los intelectuales comprometidos. Un popularísimo escritor soviético de origen judío, Iliá Ehrenburg, la visitaría recién proclamada la II República, narrando las calamidades existentes para la mayoría de la población. La crónica, “España, República de trabajadores” (1932), es digna de ser leída. Antes, Unamuno había recorrido nuestras calles. Y Federico García Lorca participó en un recital en la ciudad, demostrando sus cualidades como pianista. El poeta granadino, años más tarde, dirigiría exultante una carta a sus padres tras concluir una lectura de poesías, en un ateneo popular de Barcelona: “Fue emocionante el recogimiento de los obreros, el entusiasmo, la buena fe y el cariño enorme que me demostraron. Fue una cosa tan verdadera este contacto mío con el pueblo auténtico que me emocioné hasta el punto que me costó mucho trabajo empezar a hablar, pues tenía un nudo en la garganta. Con una intuición magnífica subrayaron los poemas, pero cuando leí “El Romance de la Guardia Civil” se puso en pie todo el teatro gritando “¡Viva el poeta del pueblo!” (…) Es el acto más hermoso que yo he tenido en mi vida. Estoy contento y quisiera que vosotros hubierais visto aquello”. La epístola completa puede leerse en los fondos del Ateneu Enciclopèdic Popular. 

Otros zamoranos de amplia cultura dedicarían sus esfuerzos, allá en aquella activa década de los años 30, a ilustrar a las clases trabajadoras en la Universidad Popular de Zamora. La Guerra Civil terminó con esta bellísima causa.

¡Ay del que se armó tan sólo
para defender su granero,
y no se armó
para defender primero el pan de todos!
¡Ay, del que dice todavía:
nos proponemos conservar lo nuestro!
Allí va el demagogo,
aquél es el banquero,
éstos son los cristianos
-que ahora se llaman los «cristeros»-
Y éste es el hombre de la mitra,
la bestia de dos cuernos,
el que vendió las llaves…
el Gran Conserje Pedro…

Pío Baroja, el genial novelista vasco, dedicaría a los anarquistas de Villalpando unas cuantas líneas, puesto que, en “La familia de Errotacho”, contó con detalle la intentona libertaria de Vera de Bidasoa de 1924. Un centenar de idealistas entraron armados desde Francia para terminar con la dictadura, sin embargo la insurrección resultó un fracaso. Participaron seis villalpandinos, todos represaliados, aunque consolidada la República dinamizarían al potentísimo sindicato de la localidad terracampina.

Volviendo a León Felipe, el vate que narraría después las atrocidades del Holocausto, confesaría a Toryho lo siguiente: “Yo no he leído a Bakunin, ni a Kropotkin, ni a Reclus, ni a Stirner; lo confieso con un poco de vergüenza. Pero soy ácrata, no me cabe duda. Primero, por español; luego, por convicción, por idiosincrasia y por carácter. Y esto desde mi adolescencia y no me abochorno de ello”.

Cuando los intelectuales quisieron transformarlo todo y pusieron su pluma al servicio de aquel cambio.