No nací en el rural. Esa vasta extensión de la geografía española, casi el noventa por ciento del territorio, en el que apenas vive un escaso diez por ciento de la población. A ese diez por ciento de más de 47 millones de españoles es a lo que se denomina desierto demográfico. 

Y si santa Rita de Casia, patrona de las causas perdidas, y san Judas Tadeo, patrón de lo imposible, no lo remedian, el año que viene seremos menos habitantes todavía. Como el Ministerio del Reto Demográfico las sigue segando en verde y continúa con sus políticas de no hacer nada útil ni eficaz por revertir la despoblación, no queda otra que encomendarse a los santos. 

Casi un cuarto de siglo apacentando ovejas me hacen digna merecedora del título de argumento de autoridad en materia de ruralismo

Soy uno de esos raros privilegiados que nacieron, no con un pan debajo del brazo, sino con un pueblo de los abuelos al que regresar cada año por vacaciones. Nunca fui de veraneo a Benidorm, a Marbella o a Nerja, el pueblo de la serie Verano Azul. Para qué, tenía mi propio pueblo.

En cuanto me instalé de modo definitivo, descubrí que no es lo mismo visitar el pueblo en fechas señaladas, que vivir allí todos los días del almanaque. Cómo no me había mudado al pueblo persiguiendo al amor de mi vida o movida por la fiebre del oro, eso solo podía significar que estaba loca, que lo hacía obligada, contra mi voluntad o porque me estaba desintoxicando de alguna toxicomanía. 

De este grotesco modo descubrí el complejo de inferioridad que aqueja a la España desahuciada. Los habitantes del rural tienen tan interiorizada la demotanasia, esa despiadada política en la que, por acción u omisión, se fuerza a la población de un entorno a emigrar, que para ellos es inconcebible que alguien nacido en la capital desee vivir en el rural sin ningún motivo, simplemente porque sí. 

Mis padres emigraron del pueblo a la ciudad. Esa es la definición que se nos ha impuesto y que hemos aceptado sin rechistar; la teoría que defienden los libros de geografía e historia, y los economistas, de lo que significa el progreso humano. Lo contrario, renunciar a la vida en la ciudad para volver al pueblo, es una aberración y un ir contra natura. 

¿Ir contra natura o remar en dirección a la libertad? 

Al contrario de lo que se nos quiere hacer creer, la libertad no es esa exitosa marca publicitaria con la que dominar a un pueblo, y que éste deprima su sistema nervioso central con una liberadora ingesta de alcohol, mientras se ignoran sus necesidades básicas. Al tiempo que se trabaja solo a favor de las corporaciones que cotizan en el Ibex35. 

Como libertad tampoco es esa famosa estatua situada en la isla de Nueva York. Libertad, en palabras del filósofo judeo-alemán, Erich Fromm, autor de El Miedo a la Libertad, es el acto racional de la desobediencia. Libertad significa ser capaz de rebelarnos, incluso contra la idea misma de Libertad, con la que se persigue adoctrinarnos. 

Y así lo deja reflejado: “El ser humano moderno, vive bajo la ilusión de creer saber lo que quiere. Cuando, en realidad, desea únicamente, lo que se supone socialmente que debe desear”. ¿Cuántas existencias frustradas por pretender cumplir con las expectativas familiares, y sociales, sin pararse a pensar en lo que de verdad se desea, de un modo libre? 

Leo a escritores de prestigio presumir de cuan libres son. Desconozco si tienen dios y amo; desconozco cuál es su precio, si es que lo tienen, y desconozco las cadenas que arrastran. Por mi parte, no me cansaré nunca de alardear de que mi libertad (aparte de acabar donde empieza la de los demás), está sujeta en modo exclusivo al dictamen de mis ovejas. Ellas y sólo ellas marcan el rumbo de mis días. 

El nuevo oro verde también debería incluir el éxito reciente de las innumerables tiendas que surten de animales de corral, semillas, plantones y frutales, para que los consumidores se conviertan en productores de sus propios alimentos.

Es cierto que, mientras en España sigan gobernando los mercados en lugar del Estado, estoy sujeta a aceptar el ninguneo de los compradores. Como verídico es igualmente que, dado que mis corderos acaban en restaurantes de esos en los que está vedado el acceso a la gente trabajadora, en mi santa voluntad está incluida la libertad de regalar corderos a los amigos, para que coman como los ricos. 

Rosa Parks cogió su azadón

En 1955, Rosa Parks, una criada negra que regresaba de trabajar en casa de unos señores blancos, se sentó en los asientos delanteros del autobús, que en aquella época estaban reservados para los blancos. Su posterior negativa a levantarse la elevó a los altares de la rebeldía. 

Un nada pequeño paso para una mujer, y un gran paso para la humanidad. 

Cuando salí de Andalucía, la región era un auténtico cortijo. Con sus señoritos instalados en el poder, inamovibles desde que murió el dictador. Una vez incorporada a la realidad zamorana, descubrí que pese a la distancia que había interpuesto entre mi vida anterior y la actual, solo me había limitado a cambiar un cortijo por otro. 

En la universidad, durante la revisión de un examen, don Alfonso Braojos, profesor de Historia General de la Prensa y el Documento Periodístico, reputado investigador, amén de director de la Hemeroteca Pública sevillana, se alegró sobremanera al conocer mis orígenes zamoranos. Según él, todas las veces que había pasado por la capital del Duero, le habían llevado a deducir que allí no vivía nadie. 

Se equivocaba el buen profesor. En Zamora, además del fantasma de doña Urraca, vive gente. Gente trabajadora, y golfos, como en todas partes. En Zamora incluso tuvimos un presidente de la Diputación, a quien su profesionalidad le ha conducido al cementerio de elefantes del Senado. Antes de eso, se compró a costa del erario un vehículo blindado de casi trescientos mil euros, con el que los marines norteamericanos podrían haber patrullado sin ningún temor las calles de Faluya. 

En Zamora vive gente que soporta estoicamente todo lo que le echen, criticando a mansalva en la seguridad que proporciona la cocina de casa, pero callando y otorgando en público. Gente medrosa y de corazón pusilánime, que vive rodeada por dignos herederos de aquella valerosa Rosa Parks. Zamoranos hartos de aguantar, cansados de renunciar a una vida digna en favor de esos señoritos de cortijo acumuladores de chanchullos. 

 Por eso mismo, Zamora capital se ha convertido en una isla no aislada, porque como dijo el místico John Donne, ningún hombre es una isla, y el dolor de un solo hermano es el dolor de la humanidad entera; en un remanso de paz en mitad de la ponzoña liberal-nacional. Un faro, una guía, que marca el camino a seguir de lo que debe ser la política: todo por el pueblo, desde el pueblo y para el pueblo. 

 Los Rosa Parks zamoranos han aprendido a no callarse ante las injusticias, y a decir NO. No a una Zamora en manos de voraces especuladores, que utilizan el vacío poblacional para hacer caja. Usureros codiciosos que buscan convertir nuestro desierto poblacional en un árido desierto físico. 

Porque Zamora no es una naranja que exprimir, hasta sacarle todo el jugo, y tirarla luego al cubo del compostaje. Energía verde, sí, pero no a costa de los paisanos que viven en el rural. Ganadería sí, pero una ganadería con animales criados en libertad, que conserve la biodiversidad, aproveche pastos y evite incendios, sin confinamientos macrogranjeros. 

 No sé si Rosa Parks lo estaría. Pero a buen seguro, que Viriato se sentiría orgulloso de estos valerosos zamoranos que, a pesar del saqueo y la rapiña colonizadora de los oligarcas patrios, sumado a las políticas mezquinas de un cruel “dejar hacer dejar pasar” desde Valladolid y Madrid, saben defenderse, frente al poder omnímodo de los Galba de turno.  

Crítica de la sinrazón pura

El consejero de industria se ha constituido en férreo defensor de las energías sucias: la generada por la quema de residuos fósiles, hidrocarburos, y la nuclear. Todo apoyo cuenta para conseguir que los oligarcas de las hidroeléctricas, madereras y empresas extractoras se hagan aún más ricos de lo que ya son. Que nadie se equivoque, no hace falta ser ruso para ser oligarca. Como los de Bilbao, los oligarcas nacen donde quieren. 

Por su parte, el consejero de Agricultura anuncia su intención de incrementar la superficie de regadío, sequía, qué sequía, y conceder nuevas licencias a las factorías de carne, a pesar de las multimillonarias sanciones impuestas por Europa. 

Ambos consejeros afirman reconocer el cambio climático. Lo contrario sería negar la Ciencia, y ellos tienen estudios. A lo que se oponen los consejeros, es a la religión climática de los eco-fundamentalistas. Es decir, reconocen qué hay un severo problema pero se niegan a ponerle una solución. La mejor definición de la sinrazón pura. 

Resulta un alivio saber que en Castilla y León no tenemos políticos negacionistas del cambio climático. Aunque, por sus obras les conoceréis, que dice La Biblia, tenemos un ligero problemilla con una secta, la de los idiotas. Del griego, idiotes. En la Grecia de Aristóteles, los idiotas eran aquellos que renegaban del trabajo público y de toda ideología que persiga el bien común, y se limitaban a mirar sólo en su propio beneficio. 

Más tarde, bajo el Imperio Romano, idiota tuvo el significado de ignorante. Hay que serlo, para rebatir los dictámenes científicos que apremian a frenar en seco el actual modelo de consumo desaforado, que está agotando los recursos del planeta, contaminando la atmósfera y las aguas hasta convertirlo en un erial inhabitable. 

En la Edad Media, se entendía por idiota a todo aquel que no tenía fe, que no creía en Dios. Se puede negar a Dios, pero no a Kant. En su obra filosófica, Kant formuló su famoso imperativo categórico, “actúa de tal manera, que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal”. 

Pobre Kant, nos amargó la vida en el instituto, y ahora obviamos su ética.

Años después, fue el filósofo del nihilismo, Nietzsche quien lo reformulaba, introduciendo el actual prisma individualista. “Que cada cual encuentre su propia virtud, su propio imperativo categórico”. Ese egoísmo autodestructor ha sido el que nos ha conducido a este desastre climático. 

Un caos de aumento global de la temperatura, deshielo de los glaciares, subida del nivel del mar y fenómenos meteorológicos extremos, que la Unión Europea está decida a contrarrestar. Zamora ha apostado por el futuro, y se ha subido al carro del Green New Deal, el nuevo pacto verde. Cada vez es mayor la superficie dedicada a la producción ecológica en agricultura, y crece la ganadería en ecológico. 

El nuevo oro verde también debería incluir el éxito reciente de las innumerables tiendas que surten de animales de corral, semillas, plantones y frutales, para que los consumidores se conviertan en productores de sus propios alimentos. La Soberanía Alimentaria empieza por uno mismo. 

Un final feliz: el romántico Samuel Taylor Colerigde, describió en uno de sus poemas una hermosa realidad. Qué sucedería, si soñaras que vas al cielo a recoger la flor más bonita del mundo, y al despertarte la sostuvieras entre tus manos. 

Me despierto cada mañana en la granja soñada, una granja llamada libertad, con la que ayudo a construir la Zamora en la que creo, la Zamora con la que sueño: una Zamora que sea granero de España, una Zamora que mane leche y miel y que sea tierra prometida para cualquier ciudadano del mundo, una Zamora más verde y saludable.