Faltaban unas semanas para que acabara el verano de 1967. El domingo 20 de agosto, un joven Miguel Ángel Mateos, estudiante de Filosofía y Letras (especialidad Historia) en la Universidad Complutense de Madrid, pulsaba el botón rojo y lanzaba la bomba: “Doña Urraca no fue reina de Zamora”, título de una serie de nueve artículos que se publicarían en el diario “El Correo de Zamora”, desde agosto de ese año hasta enero del siguiente. El blanco, una Zamora demasiado nostálgica de su pasado, un tanto obsesionada por el medievo, adoradora del mito del “Cerco” -no tanto de la historia-, y que encaja el golpe no demasiado bien.

Probablemente no fue casualidad que, en plena adolescencia, me topase con aquellas fotocopias por casa. Supongo que Miguel Ángel, amigo de mi padre desde la infancia, se las habría pasado en algún momento. Eran de esas primeras reproducciones que se pegaban unas a otras por efecto de la tinta, con una letra tamaño pulga, pero con un título tan sugerente como para dejarte los ojos por unas horas. Conocía al profesor por sus trabajos sobre la Segunda República y la Guerra Civil, por sus clases de historia de Zamora en aquella Escuela de Sabiduría Popular, abierta tras la ocupación ciudadana del Cuartel Viriato -en demanda de un campus universitario para Zamora-, en la que ambos participamos, pero nunca lo había visto militar en el campo medieval, por lo que aquellos textos constituían toda una “rara avis” en su currículo.

En aquellos años, gracias al buen hacer de un recientemente refundado Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo” -presidido precisamente por Miguel Ángel Mateos-a la comunidad académica ligada al “Colegio Universitario”, a la Asociación de Jóvenes Investigadores en Ciencias Humanas “Benito Pellitero” o al Centro Asociado de la UNED en Zamora, comenzaba a actualizarse la historiografía local con obras verdaderamente científicas que superaban los postulados de la escuela tradicional. Yo tan solo era un adolescente algo “friki”, con ciertas inclinaciones a la historia, que devoraba todo aquello que caía en mis manos (nunca agradeceré suficiente a mis padres el haber crecido en una casa repleta de libros y cultura), y con una tendencia un tanto rebelde a la desmitificación propia de la edad.

Primera entrega de Doña Urraca no fue Reina de Zamora. “El Correo de Zamora”, 20 de agosto de 1967.

 Así que aquellos artículos que, por cierto, han pasado injusta y terriblemente desapercibidos para la historiografía local, suponían un buen contraveneno contra la mitificación y la sacralización de la leyenda frente a la historia.

Novena entrega de Doña Urraca no fue Reina de Zamora. “El Correo de Zamora”, 7 de enero de 1968

La leyenda de una Zamora convertida en reino, a cuya cabeza estaría Doña Urraca -hija del rey Fernando I-, había sido elevada casi a la categoría de revelación sagrada por los paladines del mito. No hacía mucho que el juez Federico Acosta Noriega, lo había hecho teatro en “Cuando Zamora era reino” (drama estrenado en 1960 y publicado al año siguiente), por lo que no es difícil pensar que estos textos, que afirmaban que Doña Urraca no fue Reina, ni aún Señora de Zamora, cayeran como un jarro de agua fría en la “zamoranía trágica”. Miguel Ángel entendía los riesgos de un trabajo que planteaba, ya en la primera entrega, “sin ánimo polémico, sin procurar disminuir ni en un ápice la gloria de Zamora”, como unas “anotaciones o apuntes para una nueva concepción sobre los hechos que motivaron el Cerco de Zamora”.

Los artículos comienzan a publicarse en agosto de 1967 y se interrumpen a primeros de septiembre de ese mismo año en la cuarta entrega. No sería hasta enero del año siguiente cuando se reanudan con el capítulo quinto. Es muy posible que el plan inicial fuera acabar en torno al 7 de octubre, aniversario del fin del cerco puesto a Zamora por el ejército de Sancho, pero éste no pudo llevarse a cabo. En la introducción de la quinta entrega, ya en enero de 1968, el autor se disculpa porque “ciertos motivos de índole académica” habían impedido su culminación. Con la intención de resituar al lector este nuevo capítulo plantea un resumen de los anteriores.

A partir de la segunda entrega al título genérico “Doña Urraca no fue reina de Zamora” -con la numeración ordinal correspondiente, le acompañará un subtítulo, siendo el del capítulo 2: “Las crónicas posteriores”; el del 3: “Opiniones históricas”; el del 4: “El Tudense como punto de partida en la investigación de Menéndez Pidal” y el del 5: “Sinopsis de los temas tratados anteriormente”. A partir del sexto capítulo la cosa se complica, ya que habrá un segundo subtítulo genérico que afecta a las cuatro entregas restantes: “Nueva reestructuración de los hechos históricos” -que aportará un nuevo ordinal a cada entrega-. Así el capítulo 6 será: “Nueva reestructuración de los hechos históricos I. García de Galicia o un Rey sin trono”; el 7 “Nueva reestructuración… (II): “Sancho perjudicado por la división paterna”; el 8 (III): “Doña Urraca en Zamora o la rebelión leonesa” y finalmente el 9 (IV): “Intitulación de Doña Urraca en Zamora”. De acuerdo al programa marcado en estos epígrafes Miguel Ángel desarrolla su argumentario en torno al tema que nos ocupa, la imposibilidad de que Doña Urraca fuera reina de Zamora.

Doña Urraca, fragmento del proyecto de decoración del Salón de Plenos del Antiguo Palacio Provincial, Ramón Padró, 1882. “La Ilustración española y americana”, 30 de septiembre de 1882.

Doña Urraca, fragmento del proyecto de decoración del Salón de Plenos del Antiguo Palacio Provincial, Ramón Padró, 1882. “La Ilustración española y americana”, 30 de septiembre de 1882.

Las crónicas contemporáneas a los hechos no mencionan ni a ésta ni a la infanta Doña Elvira en el reparto de la herencia de Fernando I. Tan solo aparecen en la Crónica Silense (la fuente más directa, veraz y la más allegada a la familia real leonesa), y en el Cronicón Compostelano, en los que se afirma que recibieron, cada una, la mitad de las rentas de lnfantazgo (es decir de todos los monasterios del reino). La primera fabulación sobre la donación de Zamora a Urraca -tomada con probabilidad de los cantares de gesta-, aparece en la Crónica Najerense. Esta no menciona a Zamora en la versión inicial, pero sí en un añadido escrito sobre un fondo raspado. A esta crónica siguen la de Lucas de Tuy, que matiza que la donación llega a Urraca a través de su hermano Alfonso, no de su padre -y añade la herencia de la ciudad de Toro en favor de Doña Elvira-, y las del obispo D. Rodrigo Xímenez de Rada y Alfonso X, que afirman que Zamora llega a la infanta por herencia paterna. Las crónicas de 1344 y la de Veinte Reyes, aportan el matiz del descontento de la infanta ante el reparto de la herencia paterna, lo que da contexto a la idea de que sea Alfonso el que finalmente cede una parte de su heredad a su hermana Urraca. El problema de estas crónicas posteriores, es que dan valor histórico a los cantares y romances, confundiéndo el dato con el relato, la realidad con la ficción. Al fin y al cabo, las crónicas están sujetas a la nacionalidad del cronista, a la subjetividad y propaganda del que las encarga y necesitan subordinarse al proceso histórico del que dependen.

La historiografía tradicional bebe de estas últimas crónicas y sostiene que Urraca y Elvira reciben en calidad de reino o infantazgo las plazas de Zamora y Toro. Y esto lo defenderán el Padre Mariana, Prudencio de Sandoval, Luis de Ariz, Miguel de Quirós, Fernández Duro e incluso Modesto Lafuente o Víctor Gebhard, que rompen con la teoría tradicional en otros aspectos. Menéndez Pidal, rescatador de la figura del Cid de su fosa legendaria, sostiene -basándose en el Tudense-, que las infantas no recibieron Zamora y Toro como reino, sino como señorío. Así pues, dice Pidal, Urraca defenderá la plaza de Zamora, como suya, pero también como garante de los intereses de su hermano sobre la corona leonesa, idea que recoge también, siguiendo a éste, Carola Reig. 

Frente a esta tradición historiográfica Miguel Ángel sostiene que la infanta Urraca no fue ni reina, ni señora, ni posesora legítima, ni tenente, ni gobernadora, ni administradora de una ciudad, Zamora, que pertenecía al reino leonés, que formaba parte del condado de los Beni-Gómez (Ansurez), y que era uno de los principales baluartes de la corona frente a la oposición musulmana.

“Sava-Nuffierld. El tractor de Castilla”. Anuncio publicado en El Correo de Zamora, 3 de marzo de 1968 que juega con la imagen del Cid a partir del monumento de Juan Cristóbal González Quesada en Burgos.

El tema hay que analizarlo dentro del contexto de la guerra entre los reinos. El primer hermano que viola el juramento paterno no es Sancho, sino García, quien se apropiará de las rentas de los monasterios gallegos que por el infantazgo pertenecían a Urraca (no a la mitad de “su” reino como sostiene la Crónica General). Y lo hará movido por la necesidad económica de sostener una corona desgajada de su reino natural -León-, y cuya nobleza -mayoritariamente alfonsina-, estaba molesta por la merma de autonomía que había supuesto la separación del reino. Aunque en principio sería a Alfonso, por cercanía territorial y afinidad personal, a quien le habría correspondido defender los derechos de Urraca, será Sancho finalmente el que lo haga. Esta operación no debemos explicarla solo por el carácter intervencionista del rey castellano, sino por el de todo el reino de Castilla, inquieto, bullicioso, con ansias de expansionismo y de tierras, aspectos que chocan contra el conservadurismo tradicional, más estático y diplomático, de la corona leonesa. 

Mientras Sancho va contra García, Alfonso espera inmóvil y pacta con éste el reparto de Galicia. Astucia política y razón de estado que, a la larga, darán a León la hegemonía peninsular.

En realidad, Sancho no podía sentirse perjudicado por el reparto de su padre, ya que dividir el reino era costumbre en Castilla y en Navarra -donde existía una concepción privativa del reino-, pero sí Alfonso, que hereda de la cultura visigoda toledana la concepción pública del reino -no privativo- y por tanto indivisible. En cualquier caso, la usurpación de fronteras se hacía en demanda de una necesidad económica, no tanto de un principio jurídico. Si Castilla se lanzó a la guerra contra León no fue porque considerase trasgredida una ley, sino movida por la carencia de medios materiales y dominada por una élite de pequeños propietarios y caballeros -consagrados a la guerra- que nada tenían que conservar y sí mucho que obtener.

León era, teórica y prácticamente, la detentadora de las ideas de imperio y reconquista como seguidora de Toledo, por eso su corona era ansiada por todos los monarcas. A pesar de no ser su reino natural y de haberse convertido en rey de León por el matrimonio con Doña Sancha, Fernando I residirá mayoritariamente en esta ciudad -pese a que la corte fuera itinerante-, y será allí donde será enterrado (por cierto, con exequias según el rito mozárabe y no el romano -impulsando por el papa Gregorio VII-, y que su padre había introducido en Navarra y en el monasterio castellano de Oña). En realidad, Sancho se siente desheredado del trono leonés -el principal-y que por primogenitura le correspondía, pero que heredará su hermano. Éste llevaba el nombre de su abuelo materno, Alfonso V -rey de León-, por lo que es muy posible que Doña Sancha influiría en su esposo para legar este reino a su segundo hijo. Los juglares del siglo XIII, de los que beben las crónicas tardías, cantan, en cambio, una Castilla portadora de la hegemonía peninsular, cosa que aún no era real en tiempos del “Cerco”, por lo que Sancho, en la guerra, buscaba esos atributos de supremacía “nacional” que encarnaba León, en cuyo trono estaba sentado su hermano Alfonso.

En este sentido Urraca no viene a Zamora a defender sus derechos sobre ella, ni porque tuviera ninguna jurisdicción sobre la misma -como reina, señora, tenente o gobernadora-, sino buscando un lugar desde el que oponerse a Sancho y defender la causa de su hermano. No olvidemos que desde enero de 1072 -tras la batalla de Golpejera y el exilio de Alfonso en Toledo, desposeído ya de la corona imperial-, Sancho es rey de León (y por tanto de Zamora). Así pues, éste marcha contra la ciudad como rey legítimo, no pretendiendo algo ajeno sino sofocando una rebelión (la de la nobleza alfonsina refugiada en Zamora), en el seno de un reino sobre el que ya tenía jurisdicción. Por su parte Urraca se encarga de formar la oposición a Castilla, pero también al rey de León en ese momento, Sancho, en la ciudad cuyas defensas ya alababan las crónicas árabes: un enclave ideal para organizar la resistencia y defender los intereses del rey desterrado. De hecho, si tenemos en cuenta que los refugiados en Zamora se niegan a reconocer a Sancho como nuevo rey, debemos afirmar también que la ciudad es utilizada para incitar a éste al ataque, convirtiéndola en un mero instrumento al servicio de los rebeldes.

Zamora, poblada por astures, gallegos y mozárabes toledanos -todos ellos de costumbres y tradiciones leonesas-, era, como ya hemos dicho, de los Ansurez, clan leal a Alfonso que acompañará al monarca incluso a su destierro en Toledo. Estos, sin duda, dejarían en la ciudad caballeros leales (el Cronicón Compostelano afirma incluso que Pedro Ansurez se queda en Zamora junto a Urraca), a los que se unirían a otros nobles alfonsinos desposeídos por Sancho al coronarse rey de León. Junto a estos encontramos otro grupo formado por los notables de Zamora conducidos por Arias Gonzalo, personaje tal vez mítico -y del que no existe constancia documental-, que será el llamado para defender el honor y la lealtad de la ciudad una vez perpetrado el regicidio.

La nobleza leonesa no reconoce a Sancho como rey, pero tampoco a Urraca como reina (lo que sería lógico si atendemos a lo que cuentan las crónicas tardías), sino que se congrega en torno a ella para defender los derechos de Alfonso. Bien elegida por éste para iniciar y dirigir la rebelión o designada por los caballeros fieles a los Ansurez, sería para intentar recuperar la corona para su hermano, nunca para ella. De hecho, tras la muerte de Sancho, Alfonso es llamado a Zamora de forma urgente para ser coronado rey de León y Castilla en la ciudad.

En otro orden de cosas Zamora no reunía condición alguna para sostenerse económica y políticamente como reino independiente (como una ciudad estado de la antigüedad). Ni fiscal, ni jurídica ni administrativamente pudo ser independiente del reino de León. Y si Zamora no fue reino, el título de Doña Urraca como reina de esta no puede venir dado en función de su capacidad para elevar a su posesora a la dignidad regia como lo demuestra, de hecho, que nadie más se titulase rey o reina de Zamora en otros momentos. El argumento de que Doña Urraca fuera únicamente señora de Zamora, y no reina, tampoco se sostiene habida cuenta que la institución señorial no estaba constituida como tal y tardaría aún mucho tiempo en desarrollarse y que, como ya hemos dicho, Zamora era de los Beni-Gómez (Ansurez).

Por otro lado, Doña Urraca no tenía su residencia en Zamora y, ni antes ni después de la rebelión, tiene relación directa con nuestra ciudad. No en vano después de los sucesos del cerco se retirará a León, ciudad a la que realizará constantes donaciones, en favor de la que hará su testamento y en la que será enterrada. Zamora es, en este sentido, utilizada como mero instrumento para la rebelión por el partido alfonsino que, una vez conseguido su objetivo, la abandona dejando sobre la misma un interrogante angustioso que ponía en tela de juicio su honor y reputación. El rey de León lo era también de Zamora, por tanto, en 1072, el rey de los zamoranos era Sancho, y su muerte un regicidio, un asunto bastante grave ya en esos momentos. Solo en 1102, muerta ya Urraca -y treinta años después de los hechos-, Alfonso reconoce la culpabilidad de su hermana Urraca en la muerte de Sancho.

Teniendo en cuenta todo lo dicho ¿por qué hay textos que intitulan a Urraca como reina o señora de Zamora y aparece como “Regina de Zamora” en el epitafio de su tumba de San Isidoro?

En el caso del título de señora de Zamora sin duda estamos ante una denominación meramente honorífica que incluso podría dar cuenta de una donación posterior a los sucesos del “Cerco” -y a la recuperación de la corona por parte de Alfonso-, como parece sugerir la Crónica Tudense, en agradecimiento por su implicación en la causa y sin ningún efecto jurisdiccional. En cuanto al término “regina”, del que Valdeavellano afirma que se utilizaba para nombrar a las hermanas mayores de los reyes y que sabemos, a juicio de Pidal, utilizaba su familia, debe entenderse también como honorífico -y extendido a todo el reino, no solo a Zamora-. Sabemos que Urraca ejercía una poderosa influencia sobre su hermano y llega incluso a supervisar ciertas tareas de gobierno. Sobre el epitafio de su tumba tenemos que concluir que se realiza con posterioridad, e influido por los cantares o el romancero, pues en la época se habría utilizado el genitivo latino “Regina zamorensis” y no el romance “Reina de Zamora”. También es posible que ésta fuera una forma de diferenciarla de su sobrina Urraca, que sí reino, dando a la infanta un título gratulatorio por su empeño en la restauración de la corona alfonsina.

En conclusión, y a tenor de lo contenido en las crónicas contemporáneas al reparto de los reinos por Fernando I, no es posible afirmar, bajo ningún concepto que Doña Urraca fuera reina de Zamora asunto, sin duda, fruto de las fabulaciones juglarescas necesitadas de honores y dramas que aderezaran la historia para hacerla más atractiva, al fin y al cabo, se trataba de un espectáculo.

Miguel Ángel Mateos -que por aquel entonces contaba con veinticinco años y estaba a punto de comenzar el último curso de la licenciatura en historia-, planteó en estos artículos un valiente argumento basado en la crítica textual y en un análisis pormenorizado de las fuentes, aunque no menciona a Juan Gil (si bien este es muy tardío y sigue en su mayoría crónicas posteriores). Fue un pionero en situar unos hechos, de los que este año celebramos el 950 aniversario, en su justo contexto, la pugna hegemónica entre los reinos de León y Castilla, resultado de la oposición de dos sociedades diversas, con intereses económicos distintos, con diferentes concepciones ideológicas y con una regulación jurídica desigual. Entre una Castilla de instituciones “revolucionarias” y el tradicionalismo terrateniente, nobiliario y clerical de León, de tradición visigoda, del que la infanta Urraca era su más eximia representante.

Por desgracia, el Miguel Ángel político, concejal en el Ayuntamiento de Zamora por la Agrupación de Electores Independientes por Zamora (ADEIZA), no fue tan puntilloso cuando, en 2010, promovió el cambio de nombre del antiguo Portillo de la Traición (por el que, según una no demasiado fundada tradición, entró Bellido Dolfos tras dar muerte al rey Sancho), por el de “Portillo de la Lealtad”. Todo un ejercicio de propaganda populista que contribuía a dar solidez a una vieja campaña de reparación del regicida, que considera heroica su acción asesina y de la que han formado parte desde escritores como Federico Acosta Noriega a diferentes miembros del leonesismo político de la provincia. 

Desgraciadamente, y pese a trabajos de divulgación como este, la ciudad -y una parte de la academia-, siguen prefiriendo la fábula a la historia. Como el mismo Miguel Ángel refiere en una de las entregas “es innegable que esta tesis se sostiene, pese a haber otras más fundamentadas y científicas, porque guarda en su esencia un no sé qué, del que cuesta trabajo desprenderse”, de hecho, tal y como hemos referido, también él terminó cayendo en la trampa. Tras décadas de estudio, de “Medievalias” y otros programas públicos similares, del trabajo de asociaciones culturales -con más voluntad que rigor histórico-, sabemos menos del “Cerco” que nunca. Y la fantasía de los cantares y romances -que mezclan indiscriminadamente literatura e historia-, sigue campando a sus anchas por las calles de esa ciudad, que al mismo tiempo que se publicaban los artículos que hoy comentamos, trataba de re-crearse a través de la configuración de “rincones evocadores del romancero” (como rezan las actas de la Comisión de Monumentos de la época).

Esperemos que la celebración del 950 aniversario de todo aquello, que ha comenzado estas semanas, sirva para algo más que para dejarnos los dineros en tomates sin sabor en cualquier mercado no-medieval y, al menos, entre recreación y recreación (que de eso seguro que nos echan unas cuantas), revisemos algunos textos, como estos que hemos recordado, que trataron de poner, negro sobre blanco, uno de los capítulos más apasionantes, pero más injustamente maltratados -por desconocimiento-, de nuestra historia.