Lejos parece ya ese 10 de marzo en el que asumí, honrado pero consciente de las dificultades que llevaría aparejado, el cargo de Presidente de las Cortes de Castilla y León durante esta undécima legislatura.

Ese mismo día anuncié, en el discurso que realicé para tomar posesión del cargo, que uno de mis principales objetivos sería favorecer el diálogo y la concordia entre fuerzas políticas que, desde sus legítimos puntos de vista, discrepan.

El disenso siempre y cuando se cumpla la ley y tal y como he señalado esta semana en la concesión del premio “Valores Democráticos” de la Fundación Valsaín, es una de las características fundamentales de nuestra democracia. Sin embargo, vivimos en una época que se caracteriza por expulsar del debate público las ideas de millones de compatriotas.

Espero que, a pesar del inicio bronco de la legislatura que hemos vivido, seamos capaces de aparcar parte de nuestras diferencias y podamos, entre todos, construir una Castilla y León mejor que la que recibimos de las generaciones precedentes

Es ahí donde los medios de comunicación, entre los cuales se encuentra este histórico periódico, desarrollan una labor fundamental. Hace un tiempo, en un desayuno informativo, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León apuntaba que los medios debían, entre otras muchas cosas, convertirse en rentables por sí mismos y aspirar a un horizonte que les independizara de la publicidad institucional. Solo así se convertirán en aquello que un día fueron: uno de los elementos indispensables de control del poder político.

Sin embargo, y tal y como he podido experimentar en mi labor como presidente de las Cortes de Castilla y León, vivimos en una época convulsa y caracterizada por la polarización y el enfrentamiento constante. Muchos medios lo saben y yo me preguntaría si hacen algo por evitarlo.

Castilla y León es una comunidad con un potencial asombroso y poblada por gentes humildes, bonachonas y entrañables. Creo que, entre todos, deberíamos trabajar para convertirla en uno de los principales de nuestro hermoso país.

Nuestra nación, España, no se comprende ni política ni administrativamente sin Castilla ni León y tampoco sin la hermosa Zamora. Esta provincia cuenta con unos problemas crónicos y difíciles de abordar como son la desindustrialización y la despoblación.

Para solventarlos deberíamos contar con el consenso de todas las administraciones públicas y en ello trabajaremos desde la presidencia de la cámara legislativa. Sin embargo, no soy optimista en lo que a la colaboración institucional se refiere. En estas primeras semanas de actividad parlamentaria he podido comprobar que la crispación está más presente que nunca. Aún así me gustaría expresarles a los zamoranos que algo de esperanza sí que me queda. Solo de esta forma se puede comprender la reunión que mantuve el pasado viernes con el alcalde de la ciudad, con quien (y por motivos evidentes) me separa un abismo ideológico.

Por ello me gustaría finalizar, además de reconociendo la inmensa labor del periódico LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA (no solo en cuanto a la información local se refiere, sino también en el trato riguroso que le da a los acontecimientos que suceden tanto en las Cortes de Castilla y León como en la propia administración autonómica), con un mensaje de optimismo y de esperanza. 

Tenemos uno de los sectores primarios más punteros de nuestro país, un patrimonio arquitectónico, artístico y, en definitiva, cultural que es la envidia de muchas de las regiones del mundo y nuestros habitantes son gente amable y comprometida con el bienestar de sus semejantes.

Por todo ello espero que, a pesar del inicio bronco de la legislatura que hemos vivido, seamos capaces de aparcar parte de nuestras diferencias y podamos, entre todos, construir una Castilla y León mejor que la que recibimos de las generaciones precedentes.