Déjenme compartir con ustedes un secreto: una de las asignaturas que más me arrepiento de no haber disfrutado más en mis años universitarios es la que trataba el cambio social. Era la clásica “asignatura-maría” que aprobabas sin gran esfuerzo y sin prestarle mucha atención, así que nunca profundicé demasiado en las lecciones que nos impartía una profesora sustituta de nombre ya olvidado. El paso de los años ha incrementado mi interés por entender cómo y por qué cambian las sociedades, el motivo por el que la cultura, los valores dominantes o las modas dejan de serlo para dar paso a nuevas hegemonías culturales, por usar la jerga gramsciana tan de moda. Cualquier persona que supere con holgura los cuarenta años sabe de lo que estoy hablando: elementos que parecían correctos y que “molaban” en la España del mágico 1992 los vemos hoy como algo antiguo y muchas veces fuera del radio de lo políticamente correcto (alguna de las canciones de Loquillo que bailábamos ese verano irían hoy directas a la Fiscalía, por ejemplo). 

Viene esta introducción a cuento del feliz nuevo aniversario de nuestro periódico: 125 años de salud narrando la vida de una comunidad imaginada que contribuyó a formar como nadie. Los diarios son un elemento fundamental a la hora de construir una comunidad de sentido en cualquier territorio, y no me arriesgo mucho si digo que varias generaciones de lectores conocieron y entendieron lo que era esta provincia gran primero al Correo y luego a La Opinión. En sus años de vida, este diario ha sido testigo de los cambios que se han producido en las tierras zamoranas, pero también en el conjunto de España y en el resto del mundo. Cuando El Correo de Zamora vio la luz en febrero de 1897 la provincia parecía otro mundo visto desde hoy: tenía más habitantes que la de Valladolid o la de Guipúzcoa, y casi triplicaba la población de la provincia de Álava, por ejemplo. Luego llegó un siglo XX especialmente duro en términos demográficos, pero no está escrito en ningún sitio que estos procesos vengan impuestos por castigo divino o que sean inmutables e irreversibles. No, y eso es importante que todos lo tengamos en cuenta; no sabemos bien por qué se producen los procesos de cambio social, pero sabemos que se producen. No hay territorios históricos puestos en la tierra por Dios nuestro Señor, ni colectivos dotados de una misión que cumplir, por mucho que nuestros nacionalistas de turno estén todo el día dándonos la tabarra con un presunto hecho diferencial que denota una superioridad tan altiva como inexplicable. 

La última mano jugada, la de la modernidad y el siglo XX, no fue buena para nosotros, pero ahora no tiene por qué ser igual

Quizá las cosas estén cambiando. Quizá. El mundo que viene, con una economía descarbonizada, con la tendencia a descongestionar ciudades y con una -lamentable- ralentización de la globalización puede suponer, en cierto modo, que las cartas se vuelvan a barajar. La última mano, la de la modernidad y el siglo XX, no fue buena para nosotros, pero ahora no tiene por qué ser igual. Los criterios objetivos están ahí y hay que aprovecharlos: una conexión ferroviaria con Madrid que mejora un puente aéreo -¡¡hasta diez conexiones al día con la capital!!-, un territorio poblado de parques naturales y espacios libres de contaminación, ideales para los nómadas digitales -es posible teletrabajar desde Sanabria e ir a la capital en tren cuando toque en algo menos de dos horas -, con varias denominaciones de origen y alimentos de primera calidad, que gracias a la tecnología pueden ser vendidos sin problemas a todo el mundo. 

Pero no basta con lograr una buena mano: las cartas hay que jugarlas, y ahí todos tenemos una responsabilidad. La tienen los Ayuntamientos y la tiene la Diputación: en un momento clave para atraer nuevos pobladores en un régimen flexible, es un disparate que se tarde de media un año y medio en convertir una finca rústica en urbana para poder hacer una vivienda. Un sinsentido: obliguemos al comprador a seguir unas normas rígidas de construcción, pero facilitemos la rehabilitación o la construcción de nuevas viviendas en nuestro medio rural porque en esta carrera por los nómadas no somos los únicos que están bien colocados. Pero decía que la responsabilidad no termina ahí: cada uno, en la medida que quiera, que decida cuál es su papel. Tenemos que conseguir que esto “mole” y para ello hay que presumir, presumir mucho y sin complejos, como hace siempre y por ejemplo Paco Somoza, uno de nuestros mejores embajadores. Hay que presumir de la ciudad con el mayor patrimonio románico urbano de Europa, hay que contar el atractivo de una tierra llena de biodiversidad y con una gastronomía imbatible. Tenemos que conseguir que “sayagués” deje de significar “rústico” en el diccionario de la Real Academia para que Sayago, Aliste o Sanabria signifiquen gastronomía y naturaleza. Tenemos que conseguir, en fin, que lo que “mole” sea comprarse una casa aquí para pasar la primavera y el otoño en uno de los mejores lugares de Europa. 

Envasadora de setas, un negocio al alza en el mundo rural zamorano. CHANY SEBASTIAN

Y tenemos que hacerlo porque las cosas hay que contarlas. Ningún refrán nos ha hecho más daño, a lo largo de los años, que ese maldito adagio del buen paño y su venta dentro del arca. Y se lo digo yo, que soy nieto de Manuel Barrios, comerciante mayor del Mercado del Puente durante gran parte del pasado siglo XX. Mi abuelo siempre entretenía a los clientes con buenas historias y un café cuando iban a comprar a su ferretería. Lo que hacía mi abuelo lo expresaba en un capítulo de Juego de Tronos y de manera épica Tyrion Lannister, como me recordaba un día mi compañero y paisano Manuel Sevillano: lo que une y mueve a la gente no es el oro, ni los ejércitos ni las banderas. Son las historias. “No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo puede vencerla”. A nosotros nos toca ahora empezar a escribir la nuestra, sin llantos y sin melancolía: están repartiendo de nuevo y esta vez parece que llevamos buenas cartas.