Este mes hubiera cumplido 102 años. Aurora Fadón dejó su Argañín natal para embarcarse en la aventura migratoria a Cuba. Atrás dejó a su único hermano, Mateo, al que ya nunca volvió a ver. Ahora, un siglo después, su única nieta, Anabel Estévez, ha conseguido reencontrarse con la hija de este último en la localidad de Monumenta y tan sólo unas horas antes de su regreso a Cuba. «Se parece mucho a mi abuela por las fotos que tengo de ella», comentaba mientras agarraba con fuerza la mano de la anciana. «Y tú eres muy guapa», replicó Sofía Fadón, de 80 años, y que regenta el único teléfono público del pueblo, en el que viven cuarenta personas.

Junto a la lumbre que proporciona calor en la cocina, ambas mujeres tratan de cubrir los vacíos que durante años han dejado incompleta la historia de la familia Fadón. «Sabía que la tía Aurora tuvo un hijo en Cuba, pero pensé que se había metido cura», comenta. «No. Mi padre nunca ha sido cura, lo que pasa es que se metió monaguillo para poder estudiar», explica Anabel. Media hora antes de la anunciada llegada de la joven cubana a Monumenta la sobrina de Aurora ya esperaba a pie de calle pese al intenso frío. Dentro, en su casa, guardaba dos pequeños tesoros a modo de presente que la joven ya se habrá llevado a la isla para compartir con sus padres: un tapete de ganchillo hecho a mano por la propia Sofía y un par de chorizos caseros.

Para Anabel la "Operación Raíces" no ha podido tener un final más emotivo con este reencuentro en Monumenta, ya casi cuando había perdido toda esperanza de localizar a familiares de su padre, hijo único de la emigrante zamorana. Sofía, además, le ha dado buenas noticias, como la existencia de sus dos hermanos, que residen en Vizcaya y Barcelona, y que aumentan así el árbol genealógico.

Aurora Fadón Gaspar nació el 1 de marzo de 1905 en la casa paterna de Argañín de Sayago, hija de Manuel Fadón y de Agustina Gaspar, aunque el padre desapareció tras emigrar a Argentina, ya que no volvieron a tener noticias de él. Años más tarde narraba a su único hijo el frío que pasaba en la aldea, o cómo las mozas pisaban las uvas en la época de vendimia. Y eso que, cuentan, a ella nunca le gustó el vino y sólo era capaz de tomarlo si antes le ponía un poco de azúcar. «Era una persona con poca cultura, pero tenía una visión muy optimista de la vida», explica su descendiente.

Los domingos Aurora iba a misa en el pueblo con su madre y su hermano. Parece ser que fueron en estas reuniones donde los mozos de Argañín comenzaron a hablar de emigrar a Cuba. La joven se anima con unas amigas y hace el viaje en el buque "Marqués de Comillas". La travesía, de más de 20 días, transcurrió entre mareos y vómitos. A partir de entonces, relata su hijo, Juan Bosco Estévez, «las penurias dejaron de ser sufridas en suelo patrio y empezaron en tierra cubana». Cuando le preguntaban por las razones por las que había emigrado «le brillaban los ojos, y me contestaba que le parecía que así se abrían sus horizontes». Llegaría, pensaba, «a un sitio en el que no pasaría tanto frío y donde se podría salir adelante por su propio esfuerzo».

Consiguió empleo en casa de una familia acomodada. Allí cocinaba, lavaba, planchaba y limpiaba. Pasan algunos años y le detectan un quiste en un ovario. La operación en una clínica privada se lleva todos sus ahorros, detalla Estévez en el trabajo presentado al concurso de la Emigración de Castilla y León. La zamorana, inquieta, realizó un curso de corte y confección, lo que le permitió conseguir un nuevo trabajo en un taller de confecciones.

La nueva vida para ella comienza cuando conoce al que se convertiría en su marido, el gallego Alfonso Estévez, con el que contrajo matrimonio el 14 de mayo de 1936, cuando ella tenía 31 años. Alquilaron un cuarto en un segundo piso para el que había que subir 50 escalones. Esta habitación tenía derecho a compartir las fregaderas, la ducha, la taza del baño y un vertedero. Aurora compagina varios oficios, entre ellos el de cocinera, ya que tenía unas dotes excelentes. El se emplea como «cantinero», lo que no hace sino incrementar el problema que le acompañó durante toda su vida: la afición a la bebida.

En 1943, a los 38 años, a Aurora «le empieza a crecer la barriga», relata su hijo, y sus allegados consideran que sufre de un fibroma, «porque decían que era machorra, ya casi con 39 años». La ingresan de urgencia en el Hospital Calixto García, por donde desfilaron médicos y enfermeras para conocer de cerca el caso. Pero el fibroma se convirtió en un bebé el 19 de noviembre de 1943. El niño nace amarillo y algunos consideran que es imposible que sobreviva. Como promesa al santo, Aurora le pone de nombre Juan Bosco. El pequeño se traslada a vivir al cuarto con sus padres. La falta de espacio le obliga a dormir en una cuna hasta los 12 años, «aunque se me salían los pies».

Cuando Juan Bosco comienza a trabajar con un notario le compra a su madre un refrigerador que hizo que salieran de ella las primeras lágrimas, «de alegría», de la que se definía como una «zamorana de Castilla la Vieja, luchadora y sacrificada». Aún quedaban por delante años duros cuando Alfonso enferma de cáncer de próstata y se incrementan los problemas económicos. Aurora vende lo poco que tiene para subsistir. El hijo se casa y tanto él como su esposa colaboran en lo que pueden. Alfonso muere a los 72 años y Aurora, poco después, comienza a manifestar síntomas de demencia senil. Eran

días en lo que «perdía por el barrio y decía que iba caminando para

Zamora. Las veces que tuve que buscarla fueron incontables».

A falta de otros medios la ingresan en el asilo de San Francisco de Paula. Su cabeza ya se había perdido y sólo llamaba al hijo o decía: «Quiero irme para Zamora». Tenía 76 años. Han tenido que pasar tres generaciones para que

su nieta, Anabel, hiciera realidad este deseo. En Monumenta.