El emigró por necesidad. Ella lo hizo por amor. Ninguno de los dos regresaron nunca a sus pueblos ni volvieron a ver a sus padres y hermanos. Durante años, sólo las cartas fueron las encargadas de llevar a un lado y otro del Océano las buenas nuevas o los tristes fallecimientos. Es otra historia, la que protagonizó un joven zamorano en Cuba, la isla donde conoció a su gran amor, una bailarina de Avila que se encontraba de gira, y que dejó todo para acompañarle el resto de su vidas.

Germán Pascual Beneítez nació en Carbellino, Zamora, el 28 de mayo de 1870, hijo de Andrea y Cesáreo. Tuvo un hermano, Patricio, que emigró a Argentina, y Aquilino y Consuelo, que vivieron toda la vida en el pueblo. Su niñez transcurrió entre miseria, porque la tierra apenas si les daba para vivir. De ahí que el mayor se decidiera a emigrar a Argentina, donde se casó y tuvo dos hijos. Tras sus pasos Germán decide, con 21 años (en 1891),viajar a Cuba, de la que había oído hablar de su «generoso clima y fértiles tierras», recuerda una de sus nietas, Clara Huerta Pascual. Salió del puerto de Gijón. «Llegó a La Habana en el barco Alfonso XIII, pasó las vicisitudes y peripecias comunes a todos los emigrantes, con la cuarentena en Triscornia, y la angustia por encontrar quién le sirviera de garante, lo que al fin logró con unos paisanos, pues en Cuba no tenía familiares que le sirvieran de apoyo, debiendo abrirse paso con su voluntad, tesón y sacrificio», relata.

En la isla el joven realiza todo tipo de trabajos, como carpintería, electricista o plomero en comercios de la ciudad. El destino, explican ahora sus descendientes, «teje su maraña, y casi once años después de su salida de Carbellino se realiza el viaje a Cuba de una linda bailarina que pasaría a formar parte de su vida para siempre». Wenceslada Gil González era natural de Fonteneros, en Avila, donde nació el 28 de septiembre de 1884, hija de Trefona y Celestino, humildes labradores. Hizo sus estudios primarios y pronto se siente atraída por el arte. Logra convertirse en bailarina, lo que la apasiona. Gracias a esta profesión consigue el éxito, viajar y conocer nuevos pueblos y culturas. Junto a un grupo de bailarinas españolas primero trabaja con un contrato en Nueva York y, desde allí, se desplaza a Cuba, donde llega en 1902. «Le impactó ver el sol radiante, la vista de la ciudad cuando entró el barco en la bahía, y el deslumbrante cielo azul, lo que hizo que constantemente lo mencionara en sus conversaciones y formara un recuerdo imborrable en su memoria». Al terminar el contrato, ya enamorada de Germán Pascual, decide quedarse en la isla.

Los dos jóvenes se casan y tienen tres hijos: Luis, Ascensión y Emilia. En los primeros tiempos los más pequeños acompañan en alguna ocasión a la madre en los escenarios, ya que Wenceslada bailó en teatros de La Habana, aunque con el nacimiento de la pequeña abandonó definitivamente la profesión. Germán murió en plena actividad laboral a los 85 años, cuando aún hacía trabajos de plomería, carpintería o lo que pudiera surgir, incluso vendiendo periódicos para ayudar a la economía familiar. Su esposa falleció a los 84 años, en 1968. «El amor por la tierra que los vio nacer no decayó con la distancia. La nostalgia estaba siempre presente y se hizo cotidiano esperar la llegada de los barcos con paisanos, pues si eran de Carbellino, Roelos o Fontaneros les brindaban alojamiento hasta que se encaminaran, llegando a tener la casa Pascual-Gil el sobrenombre de "la Embajada".

Ninguno de los dos, afirma la nieta, dejó de sentirse castellano. «En sus conversaciones con nosotros, en la sala de su casa, hablaban de sus prados, de los intensísimos inviernos, de la matanza para asegurar los alimentos del año, de los padres y hermanos que quedaron esperando el regreso...». Pero nunca volvieron a sus pueblos, «ni tan siquiera para ver el cementerio donde reposaban los restos de los padres, a los que tampoco pudieron volver a ver».

El único contacto todos esos años se mantuvo mediante las cartas. Por ellas se enteraron de la muerte de hermanos, en la Guerra Civil, o de noticias alegres, como bodas o bautizos. «La emigración sirvió para hacer crecer las Américas y ayudar al progreso de la península, pero no podemos negar que la mayoría salía de su tierra con la esperanza de venir para regresar luego a su país. Y vivieron y murieron aferrados a la añoranza del regreso».