"Todo va a cambiar", la canción de Niños Mutantes y frase que tiene tatuada en ruso en su brazo izquierdo resume la vida del zamorano Pablo Torres Martínez en estos últimos dos años. A principios de 2015 escuchaba esta música mientras estudiaba las oposiciones para profesor. "Estaba ocho horas al día, seis días a la semana y yendo a clases de preparación, como hay que estudiar una oposición de este tipo. Pero después de todo el trabajo suspendí y me encontraba bastante perdido y sin saber qué hacer con mi vida", recuerda.

Fue una oferta de trabajo de profesor en San Petersburgo la que se cruzó en su camino y le dio un giro de 180 grados. "Después de haber mandado cientos de curricula por toda España y sin haber obtenido respuesta, uno más no iba a hacer daño. La gracia del destino es que nunca sabes lo que te depara y me aceptaron, así que realmente todo cambió de verdad", resume.

Licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca, reconoce que supuso un gran esfuerzo impartir clases de una asignatura que no era la suya. "Fue mi primer obstáculo en esta nueva empresa. He tenido que estudiar mucho durante mi estancia para poder conocer, entender y explicar los intríngulis de la lengua española", apunta. Un obstáculo que ha superado gracias a la ayuda de sus compañeros del Centro Español de Negocio, Cultura y Turismo de San Petersburgo, donde imparte clases a adultos.

El ruso es todavía una de sus asignaturas pendientes. "Sé defenderme en lo básico del día a día pero el idioma es muy complejo, ya solo el abecedario es diferente. Además, reconozco que soy un poco vago en el tema de los idiomas y me he rodeado de gente que habla español. Es un error que intentaré enmendar, es mi propósito de año nuevo", promete.

Su día a día allí "es bastante rutinario". Tiene un horario bastante variable, así que aprovecha bien el tiempo libre que le queda. "Durante los fines de semana es cuando hago cosas más interesantes, como quedar con los amigos, ir a museos, teatro o la ópera, pasear por la ciudad, jugar al baloncesto o ver algún espectáculo deportivo, desde hockey hasta fútbol. Realmente, no hay tiempo para aburrirme", reconoce.

Sus alumnos "aman España, la cultura y el idioma, aunque conozcan principalmente las zonas más turísticas". Ahí es donde él se afana por enseñar a los estudiantes mucho más allá que el sol, la playa y el flamenco. "Siempre les hablo de Zamora, su historia y sus tradiciones. Les choca mucho la cantidad de identidades culturales que existen dentro de nuestro país a pesar de ser tan pequeño, en comparación con Rusia. Mi labor como profesor también es abrir sus ojos y enseñarles que España es algo más que lo conocen, que sepan situar nuestra tierra en el mapa", apunta con orgullo.

El invierno es lo más difícil de su vida en Rusia, "no por el frío, sino por la luz", puntualiza. Y es que en diciembre, por ejemplo, solo hay seis horas de luz. "Amanece a las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde ya es de noche. Es difícil acostumbrarse a eso cuando vienes de un país como España", compara. "Cada día de sol es un día de fiesta, aunque haga más frío de lo normal", apunta, al tiempo que reconoce que ya se ha acostumbrado a esta falta de luz natural. "Además, esto se palia con las noches blancas del verano, uno de los espectáculos más bonitos que he visto en mi vida, una sensación indescriptible que tienes que vivir para comprenderla".

Aun así, reconoce que se hace dura estar tan lejos de casa y que la familia y los amigos siempre están presentes. "Todos los días hablo con ellos, ya sea por el móvil o el ordenador. Cuando estás lejos te das cuenta de la gente que te quiere de verdad y hace mucha ilusión recibir mensajes de quienes se acuerdan también de ti". A veces incluso recibe alguna visita, como la de sus padres, "que ya han venido dos veces", enumera. Esos viajes le sirven para no sentir tanto los miles de kilómetros de distancia. "Siempre que viene alguien, le pido que me traiga algunos víveres para tener un pedacito de España en la despensa", bromea.

"Rusia ha sido el país de las oportunidades", resume el zamorano, ya que llegó tras perder la esperanza "y este lugar me la ha devuelto. Durante mi estancia aquí he madurado como persona, se me han abierto los ojos, he perdido el miedo a estar lejos de familia y amigos, porque, como dice una canción, la distancia la hacen las personas, no los kilómetros", señala. Satisfecho con su situación personal y profesional, afronta ya su segundo año en el país. "Ahora mismo estoy muy feliz aquí, pero esta experiencia me ha demostrado que no se puede vivir siempre en nuestra zona de confort, porque puedes perderte muchas cosas. Así que lo que tenga que ser, será. No hay que tener miedo a los cambios, yo intento vivir el día a día disfrutando todo lo posible el presente. El futuro no lo podemos controlar", finaliza.