La trayectoria de Julia San Román, hija de un matrimonio que reside en Robleda de Sanabria, es atípica. En su niñez y adolescencia, detalla, aprendió a descubrir «la belleza en la complejidad y dinamismo de los procesos naturales» que contemplaba en su querida Sanabria. Fue entonces cuando tuvo que decidir entre estudiar estos procesos o capturarlos en un instante, con su cámara o pincel.

Tras una brillante carrera en Bioquímica y Biología Molecular, emigra a San Diego, en California, donde prosigue su formación y donde comienza a trabajar en unos laboratorios. No fue hasta doce años después cuando en un año sabático para descansar en sus investigaciones, decide cumplir su sueño, estudiar arte y dedicarse de lleno a la pintura. Hoy, Julia San Román es una reconocida artista en el país que la ha acogido, aunque admite que su sueño sería poder exponer algún día en España.

Expuesta en San Diego al trabajo de algunos de los maestros del arte moderno tanto americano com europeo, Julia San Román ha protagonizado con éxito varias exposiciones en solitario y en grupo en las ciudades de San Diego, Los Angeles y Santa Fe, considerada la meca del arte contemporáneo en el estado norteamericano de Nuevo México. Además, ha sido galardonada con premios de pintura por el Instituto de Arte de San Diego, y el pasado año fue seleccionada por el director del departamento de Arte Americano del Museo de Arte de San Diego para participar en una muestra colectiva en una de las galerías del propio museo. Su obra se puede ver a través de Internet en la página web de la artista: www.juliasanroman.com

El vivir en las montañas del sur-este de California, «ahora medio quemadas por los fuegos recientes, le produce una tremenda sensación de expansividad y la mantiene en contacto con la belleza del Oeste americano», se relata en la presentación de su obra. La pintora de origen zamorano opina «que las gentes diferentes de nuestro mundo tenemos más en común que posibles diferencias». Siempre creando desde el interior, Julia San Román subraya que «el arte de crear es un acto de descubrimiento propio, un acto de altruismo y el mejor legado que podemos dejar a los demás.

Los paisajes de Sanabria inspiran en ella fortaleza porque, mantiene, «es una tierra agreste de clima duro. Tierra de lobos, jabalíes y aves rapaces. Tierra temible, imponente y conmovedora por su belleza, que una vez que te agarra, no te suelta...». Junto a los cuadros inspirados en la comarca sanabresa, San Román centra su obra en creaciones con aires flamencos. «En mi lejanía geográfica, experimento el cante flamenco como una emoción poética incontrolada y virginal, como un grito libre y sin barreras... El batir de alas plasmado en mi lienzo es una evocación del clamor de palmas flamencas, cuyo ritmo abrupto y sensual es la fuerza impulsora detrás de mi brochazo». La tierra dorada, concluye, «es la tierra bajo mis pies, la tierra del Oeste, todavía primitiva, todavía terrible y salvaje. En este tipo de trabajo ejecuto el cuadro mientras escucho y siento la música. Y es cuando soy más directa y emotiva en el momento de crear».

«Sanabria es mi identidad, el origen de mis raíces, y está en el epicentro

de mi alma»

Con doble nacionalidad, española y norteamericana, Julia San Román vive con su marido norteamericano en Blossom Valley, en el condado de San Diego, California (Estados Unidos), y pasa varias semanas al año en Zamora visitando a sus padres, Julita Blanco y Antón San Román, en Robleda de Sanabria, «sin faltar». Para ella, Sanabria es «mi identidad y el origen de mis raíces», porque «está en el epicentro de mi alma». Además es, considera, «el mejor legado que pudieron darme mis padres y mi fuente de orgullo, tanto por su belleza natural como por la autenticidad de sus gentes».

Durante la niñez y juventud, antes de emigrar a América, Julia San Román pasaba casi tres meses todos los veranos en Sanabria. Aún recuerda «los viejos puentes romanos, las ermitas y fuentes medievales, las majas con sopa en vino, su lago glaciar imponente, los cantares y sus gentes, mi gran familia». Así, no es de extrañar que lejos de su tierra eche de menos «la familiaridad de sus gentes, el sentido de pertenecer realmente a una comunidad, a una gran familia». Lo bueno de Sanabria tras el éxodo, reconoce, «es que todo el mundo regresa. Incluso yo espero terminar mis días allí».