Juan Febrero Fernández partió de Villanueva del Campo rumbo al Perú en 1973 para cumplir así su sueño de convertirse en misionero. En el país andino desarrolló su labor pastoral durante muchos años en Ica, una de las ciudades costeras que recientemente se vio seriamente afectada por el terremoto, pero también estuvo a cargo de la parroquia de un poblado ubicado en las alturas de la sierra sur y actualmente trabaja en uno de los barrios periféricos más pobres de la ciudad de Lima.

Juan es el menor de 8 hermanos y fue el hecho de crecer en una familia de sólidas raíces cristianas, dos de sus hermanos mayores también son religiosos, lo que marcó su vocación sacerdotal desde la temprana infancia. Pero fue mientras que estudiaba en el seminario mayor de Zamora cuando descubrió que quería encaminarse por la senda de las misiones. «Sin duda, en un principio hubo mucho de idealismo en mi decisión de convertirme en misionero, pero poco a poco se fue concretizando en un deseo de poder llevar el mensaje de Cristo a aquellos lugares donde hiciera falta».

Al Perú, el Instituto Misionero Español, lo envió como seminarista, para que terminara ahí su formación, y en 1975 se ordenó sacerdote en la parroquia de La Tinguiña de la ciudad de Ica. «Todo cambio, y más a otro país, con otra cultura, siempre es difícil, no hay lugar a dudas que la situación de pobreza impacta, como también me llamó mucho la atención el gran número de jóvenes y la fuerza de los movimientos juveniles. Yo tenía 22 años, un espíritu inquieto y eso me ayudó a acostumbrarme. También hay que tener en cuenta que la cultura latinoamericana es mucho más afectiva, donde siempre está presente el sentimiento, y a mí que venía de una cultura más fría eso me impactó positivamente. Además, llegué al Perú en un momento muy dinámico, cuando se abrían muchas nuevas perspectivas para la iglesia en Latinoamérica, con mucha injerencia en los sectores populares y de la opción por los pobres».

En Ica Juan vivió durante nueve años, por eso, aunque no estuvo allí el día del trágico terremoto que asoló esa zona del Perú, se ha sentido profundamente afectado por la catástrofe. «A los tres días del terremoto fui al pueblo y la imagen era desoladora. La iglesia donde fui ordenado está muy afectada, y las casas de los pobladores se han caído así que estamos apoyándolos en la reconstrucción e incluso contamos con la colaboración de amigos y conocidos del pueblo de San Cristóbal de Entreviñas, donde mi hermano Abelardo es párroco».

Cumpliendo con su labor misionera Juan Febrero estuvo también destacado durante tres años en el pueblo de Asillo, en las alturas del altiplano peruano y posteriormente seis años en la parroquia Cristo Rey de la ciudad de Juliaca cercana al lago Titicaca. «En el altiplano descubrí el mundo de la cultura andina, donde se vive de una manera muy particular lo sagrado y lo religioso, e incluso descubrí otro idioma, el quechua. Por ejemplo, en mayo, el mes de las cruces se rinde culto también a la pachamama o la madre tierra. Es una mezcla de lo sagrado, que viene de las raíces españolas, y la acción de gracias a los apus, por la fertilidad de la tierra reflejada en la cosecha. O, en agosto, que es el mes de la fecundidad de la tierra, es cuando la gente se casa. Las parroquias rurales del mundo andino están muy ligadas a esa religiosidad tan propia del ande».

Recientemente Juan fue trasladado a Lima, específicamente a Villa María del Triunfo, uno de los barrios periféricos formado básicamente por hijos de inmigrantes que llegaron a la capital en busca de una vida mejor. «Es un barrio de 36.000 habitantes donde estamos realizando, entre muchos otros, un programa de apoyo a los enfermos de tuberculosis, para el cual contamos con el apoyo de la parroquia de Villanueva del Campo».

Sin embargo, y a pesar de llevar más de la mitad de su vida viviendo lejos de Zamora, Juan no ha dejado de sentirse zamorano en ningún momento. «Cada tres años regresaba al pueblo de vacaciones con la ilusión de ver a la familia porque es lo que más se echa de menos. Los primeros años más que el vino, porque en Ica hay muy buen vino, echaba de menos el chorizo zamorano y el jamón pero es verdad que la cocina peruana es muy rica y me acostumbré rápidamente. Además, tengo un vínculo profundo con la diócesis de Zamora y más aún en un mes como octubre que es el dedicado a las misiones. En el Perú también estoy en contacto con otros religiosos zamoranos y cuando nos reunimos nos ponemos al tanto de lo que está pasando aquí en la provincia».

Juan Febrero sabe que mucha gente puede ver sólo el lado romántico de su labor, que lo ha llevado a pueblos remotos, pero es claro al señalar que «no hay que idealizar a los misioneros, somos personas con nuestras luces y nuestras sombras. Además es importante tener en cuenta que la misión no es propia solo del que va, sino de toda la comunidad. La misionera es la iglesia que se concretiza enviando a personas como yo. El espíritu misionero es lo que permite a la iglesia estar en una actitud de diálogo y acogida, tanto al que viene como al que va», puntualiza.