Después de diez años viviendo en el Callao, en la ciudad de Lima, Santiago Villarino Matellán, nacido en Zamora en 1974, no puede evitar sentirse "chalaco", como se le conoce a la gente del puerto limeño, aunque eso no significa que el tiempo y la distancia lo hayan desligado de sus raíces zamoranas.

Su historia es una lección de vida que, como él mismo señala, muestra cómo es posible «dejar todo aquello que el mundo ofrece a cualquier joven para seguir la voluntad de Dios que es dar la vida por el otro».

Santiago Villarino es el cuarto de cinco hermanos que se crió en una familia cristiana y desde pequeño sintió inquietud vocacional, fomentada también por el padre Miguel, quien fue párroco de Cristo Rey. «Al terminar la EGB me fui a Toro donde estudié tres años en el seminario menor pero... los caminos de Dios no son los caminos del hombre y como no era muy bueno en los estudios, me dijeron que no podía continuar».

A partir de entonces Santiago intentó en vano encontrar un rumbo en su camino sin conseguirlo. «Me hice eterno en los estudios, primero en el CEI, después en el María de Molina, así conocí a mucha gente pero no estudié nada. Me sentía un fracasado. Me refugié en la calle, en la fiesta. Pensaba que Dios no me quería y busqué el afecto en los amigos, en el alcohol, en la droga. Hasta que un día me pregunté ¿Para qué vivo? un amigo se quitó la vida y otro apareció muerto en Toro y me di cuenta que había buscado la razón de vivir en el lugar equivocado. Entonces redescubrí mi bautismo dentro de la iglesia en el camino neocatecumenal y vi, que aunque pecaba siempre me acogían y me trataban con amor. Supe que Dios me amaba y me puse en sus manos pidiéndole que me lleve a donde El quisiera».

Durante cinco años participó en un grupo pre vocacional hasta que, durante un retiro en Italia, después de un encuentro de jóvenes con el Papa Juan Pablo II, se le ofreció la oportunidad de ir a cualquier parte del mundo a anunciar el evangelio y recibir formación para el sacerdocio. «Acepté de inmediato porque sentía que Dios ya me había dado bastante y que era el momento de que yo le diera algo al mundo. Se hizo un sorteo y a mí me tocó la parroquia Sagrado Corazón del Callao, en Perú, a donde llegué un 17 de setiembre de 1997».

Cambiar de país, dejando su estilo de vida para enfrentarse a la dura realidad de una ciudad inmensa, caótica y pobre como Lima no fue fácil para Santiago Villarino. «Mi primera reacción fue salir corriendo», cuenta dejando escapar la risa. «Yo decía, ¿pero dónde me he metido? Ver la miseria del hombre y tanta precariedad, el caos urbanístico y en el tráfico me escandalizó. Pero descubrí que no soy mejor que ellos y tiré para adelante. Durante el día hacíamos labor pastoral entre la gente pobre que vive en los asentamientos humanos que hay en los arenales del Callao, además para mantener el seminario teníamos una granja donde trabajábamos cuidando animales y por la noche estudiaba».

Durante su aprendizaje el joven zamorano pudo recorrer también algunas ciudades del interior del país andino, tanto en la sierra como en la selva, participando en tareas de evangelización y fortaleciéndose en la fe. «En todo este tiempo siempre he sentido la presencia de Dios que se ha manifestado porque, a pesar que nunca fui un buen estudiante, pude ir sacando los cursos. Terminé mi último año de teología, el año pasado me ordené de diácono y acabo de ser ordenado presbítero. Nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de Dios y sin la comunidad neocatecomunal de Zamora que ha rezado por mí», sostiene.

Ahora, tras diez años compartiendo alegrías y tristezas con la gente del Perú el sacerdote no puede más que sentirse agradecido. «Antes me sentía un fracasado y ahora sé que Dios cuenta conmigo para ayudar a los más necesitados. Y los peruanos me han cautivado, con su entrega y generosidad. En el Perú he encontrado mi lugar».

Para estar presentes en su ordenación viajó a Lima desde Zamora un grupo de 18 zamoranos que coinciden al señalar que «Santiago es feliz» y esperan que pronto pueda venir a decir misa aquí en la capital.

«Echo de menos el queso, el chorizo y el vino»

A pesar del océano de distancia que lo separa de su Zamora natal Santiago Villarino intenta mantenerse siempre en contacto con su familia y amigos y no desvincularse de la realidad de su país. «Aunque en la parroquia no tengo internet, cuando voy a casa de amigos entro a la página de La Opinión para enterarme de lo que pasa tanto en Zamora como en Toro y un poco de las noticias de España».

«En estos diez años he tenido oportunidad de regresar a la ciudad en varias oportunidades y al regresar me traía la maleta llena de queso, chorizo, jamón y vino de Morales que es lo que más echo de menos en lo que a la gastronomía se refiere».

«Cuando la gente me pregunta de dónde soy tengo que explicarles en qué zona de España queda Zamora, porque la mayoría no ha escuchado hablar antes de una ciudad que además no figura en los circuitos turísticos tradicionales. Los hombres suelen preguntarme si tiene un equipo en primera división y yo les digo que no, pero como buen hincha les enseño mi bufanda, una foto del equipo y si puedo les pongo el himno del zamora que tengo en mp3», dice sin poder evitar un dejo de melancolía.