Con tan sólo diez años abandonó su pueblo, Fermoselle, para embarcarse rumbo a Argentina acompañada de una hermana, como ella menor de edad. Para conseguir su objetivo, y ayudada por una familia, tuvo que utilizar un nombre y unos apellidos falsos, por lo que su entrada en el país nunca fue legal ni su verdadera identidad apareció recogida en el registro de emigraciones. Era un 19 de noviembre de 1919 y una niña comenzaba a plantarle cara a la vida. Se llama Natividad Carrera Marcos y hoy, a sus 97 años, la zamorana reflexiona desde Buenos Aires sobre lo que dejó atrás y lo que encontró en la nueva tierra, al tiempo que se muestra orgullosa de poder dejar en ella «una herencia de estirpe hispánica».

De Fermoselle, en el momento de partir, le quedó grabado el recuerdo de su casa «de piedra recostada sobre la sierra, con sus sólidas paredes, el balcón alegre a los tejados, la sala y el caldero». Y por supuesto el «coraje de mi madre», una viuda que consiguió mantener a sus ocho hijas a pesar de las penurias que empujaron a la mayor parte de ella a la emigración.

La necesidad obliga y la pequeña Natividad Carrera Marcos, de la mano de una de las hermanas mayores, Consuelo, parte rumbo a Argentina. Para poder entrar en el país y emplear en el pasaje el menor dinero posible, la fermosellana declara tener menos edad y abonar así medio billete. También viajó con el nombre de Concepción María y el apellido de González, «que se lo debo a una familia a quien me confiaron, a la que nunca volví a ver luego de estar un tiempo en el hotel de emigrantes, y no sé la suerte que corrieron», explica en el relato que sobre su historia ha facilitado al Centro Zamorano de Buenos Aires, y que recoge la página web de la asociación.

La fermosellana se instala inicialmente con otra hermana, Teresa, que ya estaba casada y que «me brindó cariño y protección, y me hizo sentir que pese a la dura separación de mis afectos, mi país y mi niñez, había posibilidades que hicieron moderar todo ese abrupto quiebro en la vida de una niña de diez años». Pero la dicha, asegura, «no siempre dura».

La pequeña se traslada a continuación a casa de otra de las hermanas que tenía ya en Argentina, en la provincia de Córdoba, y que con su esposo había instalado una confitería de prestigio. Así, y como había convenido la familia, "Naty", como la llamaban, fue enviada con ella para ayudar a envolver caramelos, repartir pedidos «y cuantos trabajos y mandados hiciera falta». Esta actividad tan intensa dejaba poco tiempo para estudiar, porque cuando terminaba a la una de la madrugada, «solo quería dormir». La hermana y el marido justifican el duro trabajo que tiene que realizar Natividad en la necesidad de reunir dinero para el pasaje de la madre desde Fermoselle. Pero la zamorana no estaba dispuesta a dejarse explotar. «Creo que nací y crecí con espíritu indómito y no acepté el duro servilismo que quisieron imponerme, y así con las propinas que gané con los repartos escribí a mi hermana Teresa para que me facilitara mi regreso a Buenos Aires.

Natividad se vuelve a instalar en la capital argentina y aprende el oficio de sombrerera. «Esta profesión me llenó de felicidad. El armar un fieltro en verano no es agradable, pero ver terminadas esas estructuras de arte y refinamiento que usábamos las mujeres de aquellos tiempos fue un verdadero privilegio y placer, y también una discreta recompensa económica».

En el año 10927 por fin pueden viajar la madre y las hermanas pequeñas. Tres de ellas residen en Argentina, mientras que otras tres habían decidido trasladarse a Chile y una se queda en Fermoselle. Natividad se casó con José Suárez, con quien tuvo a su única hija, Susana. Con algunos «altibajos en los económico», admite, «transitamos nuestras vidas y dejamos nuestra gran y magnífica obra: los que nos siguen».