Nací en Cuba y aquí viví con un zamorano, mi bisabuelo, hasta cumplidos los ocho años. Con él aprendí todo lo que un niño de esa edad debe saber. Fue mi amiguito, mi maestro para muchas cosas, mi compañero, mi refugio.

Durante estos ocho años me enseñó y transmitió el amor, las tradiciones y costumbres de su terruño.

La "Operación Raíces" me dio la oportunidad de hacer un sueño realidad, el que quiso cumplir mi bisabuelo y que yo, su biznieta, logré.

Fue una gran experiencia porque además conocí a otros jóvenes que tenían el mismo propósito que yo y con los que viví muchas emociones, alegrías, tristezas? Cada día salíamos y nos bajábamos del bus en cada uno de nuestros pueblos. Así nos referíamos al pueblo de donde habían salido nuestros familiares, porque ellos nos transmitieron el amor a nuestras raíces y el sentimiento de pertenencia.

Diariamente recorríamos varios pueblos, pero para mí se hacía interminable la espera para que llegara el día en que fuéramos a Luelmo. Cuando llegó ese día fui la primera en montarme. Mientras viajábamos a Luelmo me senté en el escalón del bus para ser la primera en bajarme y tirarle fotos a la entrada de Bermillo de Sayago (Luelmo). Me parecía mentira cuando se detuvo y me bajé. No sabía qué hacer, quizás un poco aturdida por la emoción. En eso me veo a un señor que se está montando a un auto y le pregunté. Me respondió que él creía que esos apellidos que yo le decía no eran de esa zona. Pero no conformé con lo que me había dicho este señor, entré al bar y le pregunté allí a otro señor. El me dijo que quien me podía ayudar en mi búsqueda era un señor que era de los habitantes más antiguos del pueblo. Muy amable, el señor me llevó hasta la casa. Cuando llegué me abrió la puerta el hijo del señor que yo buscaba y me dijo que él no sabía nada, pero que le preguntaría a su papá para saber si se acordaba. El señor ¡sí se acordó! y salió a verme. Me dijo que él había ido a la escuela con uno de los hermanos de mi Pipito, con Dámaso, pero que ya hacía mucho tiempo se habían ido del pueblo y el terruño lo habían vendido. Allí no quedaba nada. Le pedí que por favor me llevara. Al llegar vi lo que quedaba de la casa donde nació y vivió mi bisabuelo (solamente dos paredes), me sentí triste pero a la vez me sentí bien conmigo misma, porque había ido al terruño de mi Pipito, y en ese momento lo sentí muy junto a mí, como cuando era niña.

No encontré ningún familiar. Pasaron los días y rastro ninguno.

Ya se acercaba la hora de irme de aquella tierra que tanto quería mi bisabuelo y que yo adoraba por lo que él me había contado, y más aún cuando la estaba conociendo.

El día antes de regresar a Cuba visitamos la hidroeléctrica Iberdrola, la cual para nosotros resultaba algo verdaderamente impresionante. Estando allí sonó el celular de Jesús Sandín, quien nos atendió durante nuestra estancia en Zamora. Yo oí que él dijo: «Sí, con Dalia, espere un momento». Sinceramente pensé que había pasado algo muy grande en Cuba porque ¿quién me iba a llamar? Cuando respondí me dijeron: «Yo soy primo tuyo, porque soy hijo de Conrado, el hermano de tu bisabuelo, y me llamo Agustín González». Cuando oí esto sentí que el piso se estremecía, los oídos me zumbaban... No sabía si llorar, gritar. Allí me puse de acuerdo con mi primo para ese mismo día ir a verlo.

El encuentro fue realmente muy emotivo. Agustín, mi primo, tiene un gran parecido a uno de mis tíos, en este caso el mayor de ellos. Cuando lo vi lo primero que le dije fue: ¡Cómo te pareces a mi tío Fermín». Yo llevaba fotos de mi bisabuelo Pipito y de la familia, y allí nos pusimos a verlas juntos y a contarnos cada uno la vida de estos hermanos.

Ya a la hora de despedirnos nos tiramos unas fotos para traerlas para Cuba y nos dimos las direcciones para mantener la comunicación.

Ahora sí les puedo decir que viví momentos inolvidables, porque a pocas horas de regresar a Cuba ya pensando que no iba a encontrar a mi familia recibí la mayor sorpresa, encontrar de nuevo a mi familia.

La esperanza es lo ultimo que se pierde.