Las penurias que de niño pasó en Zamora para comer cada día se convirtieron con los años en otras penurias, las de un joven que trataba de abrirse camino en un país, Argentina, que no era lo que tantas veces había imaginado en sus sueños. Tuvo que pasar medio siglo para volver a pisar su tierra natal. Ya no había marcha atrás.

Rogelio Carrascal Rodríguez nació en Mayalde el 3 de agosto de 1935, hijo de Bernardina Rodríguez y de Enrique Carrascal. De niño, con un año y medio, sufrió una grave herida en un brazo cuando su hermana Delfina, de 5 años, le tiró sin querer encima una olla de agua hirviendo. Este hecho no hizo sino aumentar su fortaleza y espíritu. La familia se trasladó a cuidar cabras a la dehesa de San Miguel, en Toro, y todos vivían en la misma choza que los animales. Rogelio sigue muy enfermo por las quemaduras del brazo y para realizarle las curas deben caminar dos kilómetros hasta llegar a Peleagonzalo. Está tan mal que el médico incluso sopesa la posibilidad de amputarle el brazo. La madre decide abandonar la dehesa y quedarse en esta localidad más de un año, hasta que el pequeño sana y regresan a la choza.

Pronto llega el tercer hijo del matrimonio, su hermana Isabel. «Aunque era un niño los ruidos que se escuchaban de noche y de día me tenían preocupado. Preguntándole a mi padre me responde que eran bombas que mataban a la gente. Por eso nosotros permanecíamos en la montaña para protegernos... No entendía mucho la situación, pero sabía que algo malo era, y que no iba a ser nada fácil la vida para mí», relata.

La pareja comienza a discutir con frecuencia y cambia la relación familiar. Durante el día los tres niños juegan con los animales, pero por las noches, «cuando volvíamos, todo eran gritos e insultos». La madre decide ir a vivir a Mayalde con los pequeños y abandona a su esposo. En el pueblo espera la abuela materna. Pasan hambre. Tal es la situación que los niños emplean horas y horas en tratar de cazar algún lagarto o pájaro para comer en casa.

En mayo de 1941 Rogelio juega con sus dos hermanas en un prado, donde ven muchas frutas que colgaban de los árboles. Las niñas eligen una zona para comer y el pequeño decide irse a otra zona. Cansados de ingerir las frutas regresan a casa. Ellas comienzan a sufrir fuertes dolores que alertan incluso a los vecinos. Habían comido frutos envenenados. Delfina e Isabel mueren sin que los remedios caseros que se les practican consigan salvarlas. Madre e hijo se trasladan a la casa de la abuela Serafina. «Mis noches estaban llenas de pesadillas. Me despertaba llorando por mis hermanas, y mi tristeza era infinita».

Con tan sólo nueve años le mandan a cuidar cabras al monte. «Pasaba el día en la montaña con hambre, frío y la mayoría del tiempo mojado. Para no entumecerme corría permanentemente». De noche se refugia donde puede, en la montaña, mientras aúllan los lobos. Ya por las mañanas se junta con otros cuidadores y comparten la leche que obtienen ordeñando y algo de pan que alguno aporta, la única comida de la que disponen.

A los quince años la madre le ofrece como ayudante de ganadero. Así es como se va a vivir con el señor Agustín. Comienza a trabajar con un rebaño de cinco mil ovejas a las que lleva a Sanabria con la ayuda de los perros y del fuego para alejar a los lobos. Pese a ello, en los cinco días que tarda en llegar pierde muchas ovejas por ataques de estos animales. Durante ese tiempo se alimenta sólo de nueces y castañas que toma de los árboles.

Cuando la madre fallece sus familiares le llevan junto a su padre. Con él parte hacia Buenos Aires en busca de un futuro mejor, puesto que en este país tenían familia. Los comienzos fueron muy duros y no encuentran trabajo. «¿Este era el lugar donde se juntaba la plata con la pala? Eso era lo que se decía en España, pero no era verdad», rememora Rogelio. «La gente se aprovechaba de nosotros. Nos contrataban y después decían no tener dinero y no nos pagaban». El joven se emplea primero en una fábrica de quesos, donde trabaja desde las seis de la mañana hasta la noche. Más tarde aprende el oficio de pintor y como complemento vende verdura con dos canastas. Fue después cuando le contratan como albañil, profesión con la que logró salir adelante. Con sus ahorros adquiere herramienta para instalarse por cuenta propia. Además, compra terrenos para empezar a edificar su propia casa los fines de semana.

Precisamente en uno de los trabajos que le encargan conoce a la que se convertiría en su esposa, Mariana Laschbaun. La pareja vive el uno para el otro, pero ella enferma de un problema en una pierna que finalmente resulta ser cáncer, dolencia de la que muere en 1994. Cincuenta años después de su llegada a Argentina, y gracias a la Sociedad Española, Rogelio consigue regresar a España. Por primera vez vuela en avión y de nuevo pisa su tierra natal, «mi patria». Son días de emotivos reencuentros con familiares y amigos. Luego, la vuelta a Argentina, donde mantiene la esperanza de repetir la experiencia. Desde allí afirma: «La verdad es que he sido feliz a mi manera o como me dejaron. No me quejo porque salud no me falta y mi vida continúa, viviendo solo, pero con muchísimos amigos y ganas de vivir».

*(Nota: Los datos para elaborar el reportaje, así como las fotografías, se han extraído del trabajo que obtuvo el tercer premio en el concurso Memoria de la Emigración Castellana y Leonesa)