Os escribo desde Milán, la ciudad de la moda, de los negocios y de la cultura, el corazón de la comunidad autónoma de Lombardía, la urbe caótica y gris que pocos definirían como un centro maravilloso con sorprendentes tesoros escondidos, un lugar para una minoría capaz de observar cuanto le rodea con ojos distintos. Os escribo desde una de las ciudades que mejor aceptan al extranjero, que menos preguntan y, por el contrario, que acogen con gran cordialidad a quien llega de lejos. Es la ciudad que he elegido para vivir, a la que llegué casi por casualidad hace seis años cuando todavía era estudiante, con el proyecto Erasmus, y por la que he hecho cuanto estaba en mi mano con tal de volver a pisar sus calles.

En el lejano 1999 estudiaba mi segunda licenciatura en Salamanca, Filología Italiana, y tras un período un tanto complicado cuyos detalles prefiero obviar, decidí solicitar una beca para estudiar un año en Italia, precisamente en Milán. No podía imaginarme cuánto cambiaría mis elecciones futuras esta decisión, y todavía hoy me sorprendo del cúmulo de casualidades que me han traído hasta aquí.

En ese curso académico me adapté a la perfección al estilo de vida del norte de Italia, a los ritmos, los horarios, el clima, y, como remate especial, conocí a la persona con quien hoy convivo. Hago un paréntesis: se suele creer que Italia es un destino "fácil" para un español porque no resulta complejo "hacerse entender"... ¡cuidado! Los mayores errores se cometen cuando las cosas parecen lo mismo pero no lo son. Es cierto que no se puede comparar la dificultad de la lengua italiana para una hispanohablante con la de la alemana, por ejemplo, pero de hacerse entender y chapurrear a hablar con propiedad hay un abismo. Italia y España se asemejan en ciertos aspectos, pero son dos países completamente diferentes, y os aseguro que es más lo que nos separa que lo que nos une.

Cerrada la puntualización, nueve meses pasan muy rápidamente, en junio volví a Zamora un poco triste por haber dejado atrás aquel delicioso inciso de vida y, sobre todo, por la incógnita del futuro. Quienes me conocen afirman que una de mis características predominantes es la testarudez, y creo que fue precisamente eso lo que me condujo a terminar rápidamente la licenciatura y la escritura del Trabajo de Grado predoctoral para solicitar una serie de becas que me condujeran a Milán más fácilmente. Me concedieron varias: la más importante llegó del Ministerio de Asuntos Exteriores, concretamente de la Agencia Española de Cooperación Internacional, la A.E.C.I., como lectora de español en la Facultad de Traducción e Interpretación de Trieste.

La A.E.C.I. concedía una sola beca de estas características para Italia, y tras un largo proceso de selección, recayó en mí. Si vais al mapa encontraréis Trieste al este de la Península, en la misma frontera con Eslovenia... bastante lejos de Milán, a unas cinco horas en tren. Ésta sí que fue una aventura: tres cursos académicos (2002-2003/2003-2004/2004-2005) como profesora de Lengua, Literatura, Cultura españolas y, además, Traducción e Interpretación, en una de las Facultades más prestigiosas de Europa, en una ciudad de 200.000 habitantes muy distinta de Milán y muy parecida a otras austriacas o centroeuropeas.

¿Veredicto? Sin duda sobresaliente. En Trieste aprendí a bregar con la burocracia italiana, con los contratos de alquiler y los miles de normas de vecindad, con el casero y sus rarezas triestinas, con la administración, las secretarias y el decano; con los alumnos que accedían con examen de ingreso y, por tanto, una alta preparación... Os aseguro que fue agotador pero extremadamente interesante para mí, una especie de rito iniciático, de prueba de fuego personal de la que salí no indemne sino más bien fortalecida.

Aunque he viajado bastante por Europa, hablo tres lenguas con gran fluidez (inglés, francés e italiano), y conozco lugares que parecen extraídos de los cuentos de hadas, echo de menos Zamora y a mis padres, que están allí y me cuentan puntualmente cómo van las cosas por esa joyita de ciudad. Con esta carta quería deciros a todos que la miméis mucho: es un pequeño tesoro de arte del que se realiza muy poca publicidad, y esto es una lástima, porque Zamora posee grades atractivos turísticos que pocos foráneos conocen.

Os mando un gran abrazo a todos, uno más especial a quienes me conocen y leerán estas líneas y, por supuesto, el mejor y el más cálido a Manuel y Elva, mis padres.