Es el entusiasmo ilustrado, es la fuerza de la viveza inteligente. Tina Escaja, zamorana y catedrática de Español en la Universidad de Vermont (Estados Unidos), publica "Código de barras" (editorial Celya), poemario singular, que será presentado el día 14 de diciembre, en la Biblioteca Pública del Estado, con la introducción de Angel Fernández Benéitez. Singular por muchas razones: aúna lo literario y lo interactivo, la crítica a lo férreamente establecido y lo lúdico, la defensa de la dignidad de la mujer y la introspección. El título ya es un signo: de dominio ¿Acaso las barras no son, también, barreras, control o presión? Sí, alguna vez, también de celebración y encuentro. Esta puede ser su gran metáfora: la tecnología de la información es rescatada por el ciudadano. «La recuperación del elemento humano por encima» del otro. De ahí lo combativo, la denuncia. «No podemos vivir en el silencio, porque es una forma de complicidad».

El original, confiesa, «nació por una inquietud fundamental: lo que sucede en el ámbito político». Dejó aparcada la inclinación más estética, que respondía a situaciones existenciales de su anterior libro -"Caída libre", 2003- y buscó otras vías. ¿Más sociales? Tal vez. Le preocupaba la guerra en Irak, la situación de algunos grupos de mujeres, la explotación de los niños. Se propuso plantear la escritura y la lectura de su poesía «como un compromiso». También. Y, para eso, presentó el trabajo como un código de barras. «El libro se estructura a la manera de la formulación de ese sistema»: tecnología efímera, pero también presente. «Quise hacer un trabajo poético, que después se transformó en arte». La autora «cuestiona» las barras: del imperialismo, del control informático, del conformismo. Es, por eso, una labor «combatiente». Porque busca «estimular la acción como posibilidad». Fue un trabajo «difícil», añade, que desarrolló durante un año, de manera «intensa».

Tina Escaja había efectuado un estudio sobre la poesía digital de una autora vasca, que reside en Inglaterra, y una y otra se propusieron realizar «un trabajo colectivo de arte». La zamorana reflexionó sobre su manuscrito: si «tenía que ver» con el sistema de barras, «debía seguir ese planteamiento tecnológico». Con la investigación creó «un método de lectura». Así, el libro presenta «códigos reales. Y puede ser interpretado por un lector-láser». La autora realizó una construcción de códigos «con la propuesta artística», donde también se escuchan sonidos (sobre la invasión de Irak, la alocución de Bush que anuncia la futura presencia de EE UU en aquel país, los aplausos cuando se dice que la guerra ha terminado con éxito, las estadísticas con el número de muertos). Juega con la poesía visual, en distintos grados, y lo interactivo. Eso tiene un componente ¿«político»?

Conoció después a la pintora María José Tobal, quien también colaboró en ese «trabajo visual-artístico». Fue presentado en una galería norteamericana y en la Universidad de Vermont, en el Museo Vostell (Malpartida, Cáceres) y en San Sebastián. «El planteamiento es feminista, pero tiene una perspectiva muy amplia. El grupo se fue ampliando». Y obtuvo éxito. Tobal, individualmente, creó un vídeo con ese nuevo título. El proyecto «multimediático» incluía, asimismo, jazz. Y algún «elemento de identidad personal» aparece en todo eso.

Si existe el componente crítico, se corre un riesgo: que la actitud, que el compromiso ético pueda relegar, parcialmente, lo estético. «Lo veo necesario». En algunos momentos, Tina Escaja es más descriptiva que metafórica. Por eso "Código de barras" no guarda parecidos con "Caída libre". «Responde a otro momento». Y, también, a otros propósitos.

"Madres", un drama urbano de relación y hostilidad para llevar a las tablas

Aparece, también, el libro "Madres", drama urbano que Escaja publica en la editorial sevillana "Jirones de azul". Se divide en cuatro partes y consta de 22 escenas. Se indaga en la relación hostil, conflictiva, entre una madre y una hija, que alcanza un largo periodo temporal: «desde el franquismo a nuestros días». Se trata de un trabajo, así lo califica, «duro».

Su origen está en una clase que Tina Escaja impartió, titulada "Amor, sexo y censura en la España moderna", donde estudiaba los usos amorosos en la posguerra (que había narrado Carmen Martín Gaite). Se analiza «el planteamiento de la relación hombre-mujer», que además era «una forma de presentar la cultura española desde un punto de vista mucho más próximo». Todos, profesora y alumnos, aprendieron de aquella experiencia académica. «Me fui al alma de las cosas y al alma de las gentes». Y ese curso fue «el germen» de la obra teatral. Esta «pasa revista», dramáticamente, a unas generaciones de españoles: de la primera posguerra a la actual, a través de la conflictiva relación, continua, que posee una base histórica, entre la madre y la hija. La pieza es, para su autora, «lúdica y dramática». Es «otra vía» creadora de la zamorana-norteamericana.