Beneficiada por la proximidad de la capital, Roales es una de las pocas localidades de la provincia que consigue incrementar su población año tras año. En nuestros días el núcleo histórico aparece rodeado de modernas urbanizaciones, formadas por chalets y viviendas adosadas, que imponen una grata sensación de progreso y bienestar. A ellas se les agregan también diversas naves industriales, compartidas con Valcabado, situadas a ambos lados de la carretera que enlaza Zamora con Benavente. Finalmente, es preciso señalar el trazado por el término de dos importantes autovías, la de Sevilla-Gijón y la del Duero hacia Portugal, con lo cual el lugar adquiere singular relieve como nudo de comunicaciones.

El propio pueblo, a lo largo de los siglos, estuvo ligado al paso de viajeros. Su calle principal ocupa uno de los segmentos de la importante cañada Real de la Vizana, y sabido es que ese trayecto ganadero es heredero de la mucho más antigua Vía de la Plata, establecida durante el imperio romano. Por aquí cruzaron los rebaños de la trashumancia, en su doble desplazamiento entre las montañas leonesas y las dehesas de Extremadura. Aprovechando esa circunstancia, nuestro recorrido lo haremos por un tramo de esa ruta pecuaria. Evocaremos así el paso de los pastores y sus cabañas, con todo su estrépito de cencerros y esquilas, ladrido de perros y voces de los mayorales, hatajeros, rabadanes, zagales€

Tomamos como punto de partida la Plaza Mayor local, presidida por un moderno y evocador miliario. Arrancamos hacia el norte a través de la calle rotulada como del Poeta Claudio Rodríguez, por la cual salimos pronto al campo libre. En una franja contigua al borde del propio camino encontramos un área recreativa, con una humilde pérgola y diversos aparatos para el ejercicio físico de las personas mayores. Hallamos también una especie de pieza ornamental, un tanto extraña, creada con un piedrón y un par de traviesas férreas. Las obras y rectificaciones ocasionadas por la concentración parcelaria han menguado la anchura de la tradicional vía, reduciéndola a las formas de una pista agrícola común, bien es verdad que trazada por el mismo lecho que antaño. Coronamos una primera cuesta por una trinchera que parece conservar cierto ambiente del pasado. Al lado, en la cima se sitúan los depósitos de abastecimiento domiciliario de agua potable, además de unos pocos ejemplares de coníferas aún jóvenes.

A continuación trasponemos una vaguada bastante abierta, dotada ya de los caracteres paisajísticos que nos van a acompañar a lo largo de todo el recorrido. Por ambos flancos se suceden parcelas muy amplias, desprovistas de árboles, dedicadas al cultivo de cereales. A media distancia hacia el levante se marca la carretera general de Benavente y algo más lejos la moderna autovía. Apenas sentimos el ruido de la circulación, pero los grandes cartelones anejos y los diversos postes generan interferencias panorámicas discordantes.

La calzada que transitamos se aprovecha también como ruta jacobea. Ciertos hitos con veneras así lo testifican. Pero esa utilización cesa enseguida, ya que en el primer cruce al que accedemos desvían a los peregrinos hacia la derecha, para enfilar después por el camino de Montamarta, paralelo y cercano al nuestro. Hacia ese lado divisamos un amplio viñedo con la bodega situada en su centro y un pinarillo poco más allá. Volvemos a enfrentarnos a un repecho para llanear a continuación. Las vistas panorámicas se agrandan, avistándose a lo lejos el pueblo de Cubillos, recogido en una suave hondonada. Topamos con un segundo cruce y en él seguimos de frente. A escasos metros de ese empalme, presentida desde lejos por un cerco de junqueras, se emplaza una profunda laguna que recoge la escorrentía de las lluvias. Ese minúsculo punto acuático supone un húmedo alivio en esta zona tan rasa y uniforme.

Continuando adelante alcanzamos una tercera encrucijada. Aquí concluye el término de Roales, limítrofe con el de La Hiniesta, trazando las lindes una especie de quiebro irregular. Nosotros nos apartamos hacia la izquierda, abandonando en este punto la ancestral cañada. La dejamos con cierta pesadumbre, pues quisiéramos continuar por ella. Allá al frente, aún lejos, se situó la Venta del Toral, ahora desaparecida. Contó a su orilla con una laguna que todavía permanece, la cual servía de imprescindible abrevadero. Ese paraje era un descansadero importante, anhelado por los ganados y sus cuidadores, exhaustos de su deambular por estas resecas llanadas. Queda un tanto desviado hacia el occidente respecto a la actual pista, lo cual es un testimonio de que al menos en ese sector no se sigue con total fidelidad el itinerario secular. Ahora los horizontes aparecen cortados por la novísima plataforma del tren de alta velocidad y también por un tendido eléctrico. Si el día es suficientemente claro, como parte de los confines norteños se divisan las cumbres montañosas de las sierras de la Cabrera y del Teleno, sobre todo si mantienen sus caperuzas de nieve.

Por esa bifurcación transversal, llamada en los mapas camino de Cuchillera, nos dirigimos un corto trecho hacia el poniente. Lo hacemos hasta una próxima confluencia, donde viramos de nuevo para iniciar el retorno hacia el pueblo. Tomamos así una vereda similar a la que vinimos, conocida como de Valdecebras. Al estar trazada sobre terrenos más elevados, permite un dominio paisajístico mayor, con diversas panorámicas sobre el pueblo vecino de La Hiniesta. Inconfundible es su monumental iglesia, la cual emerge con potencia de entre un apiñado conjunto de tejados. También observamos amplias tenadas y la base de montaje para las nuevas instalaciones ferroviarias, junto con los depósitos de materiales.

A orillas de una de las fincas se yergue un pequeño álamo. Su tronco aparece un tanto dañado, pero mantiene íntegro su vigor. Como ejemplar arbóreo resulta en verdad insignificante, sin embargo su soledad le proporciona una singular valía. A la vista sólo unos escuálidos escaramujos pueden restarle algún de protagonismo. La senda se ondula sucesivamente, trazada a cordel por el medio de espacios desnudos y simples. De pronto, aisladas entre sí, descubrimos unas minúsculas matas arbóreas, encinas creemos que son, constituidas por unos pocos pies. Han de ser el último testimonio de la supuesta masa forestal primigenia que cubrió estos calveros. Ya muy allá, en frente, divisamos una disonante torreta de antenas de telecomunicaciones colocada en la cumbre del teso de las Canteras. Otras menores coronan los cerros de la Cruz y de las Mámoras, situados más hacia el oriente. Nosotros no llegamos hasta ninguno de esos puntos, pues vamos directos hacia el pueblo. Antes de bajar, desde el borde de la cuesta se nos presentan nuevas panorámicas, abiertas hacia la urbe zamorana y todo su entorno. En lontananza la Parva de Avedillo marca su característica silueta.

Para evitar el paso de maquinaria agrícola y de ganados por el casco urbano han creado una especie de circunvalación hacia el oeste. La seguimos nosotros, pasando así por las cercanías del enclave donde se ubicó antaño la ermita de Peña Santa. Allí, aseguran que al arar desenterraron varias tumbas, testimonio del cementerio que existió junto a sus muros. Ese oratorio, perdido hace mucho tiempo, cobijó una imagen de la Virgen a la cual se le rendía intensa veneración. Tras ser derribado, la figura mariana fue llevada a la iglesia y se evoca que en las rogativas del día 15 de mayo era sacada en procesión.

Ya en la zona meridional del pueblo descubrimos una balsa amplia y bien definida, designada como laguna de Villanueva. Ese nombre se debe a que en sus alrededores se ubicó la aldea de Villanueva de Roales, yerma desde hace siglos. Aseguran que contaba con diversos mesones en los que se hospedaban las gentes que se dirigían hacia la cercana ciudad, sobre todo las que acudían a sus ferias. El paraje se halla muy alterado en nuestros tiempos, trastocado por diversas naves fabriles y complejos viales.

Penetramos ahora en el casco urbano por su extremo meridional. Como símbolo evocador, en el lateral de la derecha hallamos un hermoso y esbelto crucero de piedra. Cuenta con una alta columna sobre la que se apoya una cruz santiaguista con la imagen del apóstol adosada. Este monumento evoca el paso del camino jacobeo antes señalado. Al lado mismo, dentro de una especie de angosto huerto, sorprende una abigarrada colección de esculturas, figuras artesanales creadas por el propio dueño del recinto con algún tipo de pasta o cemento policromado. Reconocemos, además de numerosos animales, reales o fantásticos, a Blancanieves y sus enanitos, una pareja de peregrinos, un Nacimiento, Santiago cabalgando al galope, Sansón desquijarando al león€ Es en su conjunto una obra ingenua, pero muy expresiva, labor de un artista creativo y espontáneo, alejado de todo convencionalismo.

Cerca ya de la Plaza Mayor, en una de las viviendas descubrimos que sus vanos se engalanan con motivos ornamentales modernistas similares a los de la casa número 31 de la zamorana calle de Santa Clara. Aunque parece labor de comienzos del siglo XX, los ha realizado hace escasos años un escayolista que así demostró su sensibilidad y maestría. Cerrando el lateral septentrional de la Plaza, la iglesia y el ayuntamiento forman un solo bloque. La sede municipal es un edificio moderno y funcional, creado de nueva planta. A su vez, el templo, aunque de viejos orígenes, denota que ha sufrido reformas y ampliaciones. Su actual espadaña integra el antiguo campanario, del cual se reconocen, tapiados, los ventanales primitivos. La puerta, protegida por un airoso porche, muestra formas del siglo XVI. Exhibe un arco escarzano, con un amplio alfiz como marco, todo ello de piedra bien cincelada. El interior nos sorprende por su funcionalidad y pulcritud. El arco triunfal es apuntado y aunque no se aprecia su pátina natural al hallarse enfoscado, suponemos que sea pieza originaria. Centro de todas las miradas, el retablo mayor presenta líneas barrocas. De todo su ornamento destacan sus cuatro columnas salomónicas cuajadas de racimos. También posee interés un cuadro con Cristo en la Cruz al que acompañan un par de almas del Purgatorio. A su vez, la barandilla del coro, formada por balaustres torneados, se nos presenta como un buen trabajo de carpintería.