Una vez extraídos los implantes, Esther García recurrió a la Universidad de Salamanca para ratificar la procedencia de los implantes. Una corroboración que llegó tras la observación microscópica de las piezas. Pero había que seguir atando cabos para averiguar quién era aquel hombre. La forense charra contactó con el responsable comercial de "Straumann" en Castilla y León. Este realizó las gestiones oportunas con la sede de la compañía ubicada en Basilea y les proporcionó el listado de los dentistas con los que operaban en la región. El cerco se estrechaba a un par de clínicas en Zamora y Valladolid. Tras comprobar cientos de historiales clínicos, se llegó a la ficha de un paciente que coincidía con las características de la dentadura. Eureka. Tras cinco frenéticos días, Esther García había conseguido al fin poner nombre y apellidos al enrevesado caso con un novedoso método que ahora es objeto de estudio y admiración por parte de la comunidad científica, donde sienta precedente.

"Al fin y al cabo, ese es mi trabajo, pero el de la gente que ha dedicado su tiempo de forma altruista tiene un mérito sensacional", sostiene agradecida por la repercusión de la investigación. Tras el reconocimiento, se localizó a sus familiares, con quienes se cotejó el ADN y se comprobó que no mantenía trato, tal y como se sospechó desde el inicio de la inédita investigación, consumada gracias a un multidisciplinar equipo de profesionales sensibilizado por el caso.