Finales de 2016. Un viandante pasea por las riberas del Duero. Se desvía del camino y se encuentra con un esqueleto estribado sobre el tronco de un árbol. Horas después, se autoriza el levantamiento del cadáver. "Era de noche, hacía frío, llovía... llegué embarrada a casa". Aquel domingo desapacible la forense Esther García estaba de guardia. El avanzado estado de putrefacción del cuerpo del finado dificultaba su identificación. Las pistas eran mínimas, aunque un detalle llamó la atención de la avezada doctora: su dentadura. El paso del tiempo había borrado los rasgos faciales y las huellas dactilares del difunto, pero no había logrado deshacer sus implantes dentales. El diminuto número de lote grabado a láser en estas prótesis de la marca "Straumann" fue clave para inaugurar un método de investigación inédito hasta la fecha y lograr la identificación del cuerpo, correspondiente a un conocido politoxicómano de 53 años. Un año y medio después del suceso, la Revista Española de Medicina Legal se hace eco de la pionera resolución del caso gracias al artículo científico publicado por la propia Esther García junto a Secundino Vicente González, profesor titular del área de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Salamanca, en el que se explican los detalles de esta novedosa línea de exploración llevada a cabo en Zamora.

Una camiseta de tirantes, unos calzoncillos, unos calcetines negros, un reloj y dos cadenas. A simple vista, esas eran las únicas pesquisas que Esther García poseía para dar con la identidad del cuerpo, hallado en una escondida hondonada a orillas del río Duero en su margen izquierda, cerca del camino viejo de Villaralbo.

Ante la falta de más rasgos identificativos, como un lunar, un tatuaje o incluso un marcapasos, la doctora salmantina, afincada en Zamora desde hace quince años, decidió darle un giro a la investigación. En esas fechas, no se había denunciado ninguna desaparición, por lo que ella y su equipo intuyeron que se trataba de una persona sin vínculos familiares, como tristemente suele ocurrir con los "sin techo" o los drogodependientes. No tenía dientes, como es habitual en aquellos adictos a los estupefacientes. Sin embargo, sí tenía dentadura. Es decir, tenía una prótesis dental fija.

A los profesionales del Instituto de Medicina Legal de León y Zamora no les cuadró que una persona de esas características se hubiera sometido a una operación dental de tan elevado coste, pero la dentadura era el único hilo del que tirar. Tenía nueve implantes de titanio, conservados a la perfección gracias a los materiales empleados para su fabricación. A través de una fotografía, solo por su forma y sus medidas, los expertos barruntaron que se trataba de unas piezas creadas por la marca suiza "Straumann", una de las pocas firmas que imprimen el número de lote en ellas. Tras conseguir los pertinentes permisos, se procedió a la extracción de varios ejemplares. La lupa aumento del Instituto de Medicina Legal de León y Zamora no alcanzaba a apreciar la milimétrica inscripción. "Era imposible de ver", recuerda Esther, quien dibuja a boli sobre un papel la estructura del implante para señalar la ubicación del grabado, situado en el interior de la cabeza hueca del minúsculo tornillo.

Un método aplicado en tiempo récord de un "mérito sensacional"

Una vez extraídos los implantes, Esther García recurrió a la Universidad de Salamanca para ratificar la procedencia de los implantes. Una corroboración que llegó tras la observación microscópica de las piezas. Pero había que seguir atando cabos para averiguar quién era aquel hombre. La forense charra contactó con el responsable comercial de "Straumann" en Castilla y León. Este realizó las gestiones oportunas con la sede de la compañía ubicada en Basilea y les proporcionó el listado de los dentistas con los que operaban en la región. El cerco se estrechaba a un par de clínicas en Zamora y Valladolid. Tras comprobar cientos de historiales clínicos, se llegó a la ficha de un paciente que coincidía con las características de la dentadura. Eureka. Tras cinco frenéticos días, Esther García había conseguido al fin poner nombre y apellidos al enrevesado caso con un novedoso método que ahora es objeto de estudio y admiración por parte de la comunidad científica, donde sienta precedente.

"Al fin y al cabo, ese es mi trabajo, pero el de la gente que ha dedicado su tiempo de forma altruista tiene un mérito sensacional", sostiene agradecida por la repercusión de la investigación. Tras el reconocimiento, se localizó a sus familiares, con quienes se cotejó el ADN y se comprobó que no mantenía trato, tal y como se sospechó desde el inicio de la inédita investigación, consumada gracias a un multidisciplinar equipo de profesionales sensibilizado por el caso.