La Asociación Histórica de la Guardia Civil y la Asociación Internacional de Víctimas del Terrorismo organizaron el domingo un homenaje en Petrer (Alicante) a las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 de Madrid, al que asistieron víctimas de otros ataques terroristas ocurridos en Francia e Italia, y en el que también hubo un pequeño espacio para rendir homenaje a los profesionales que asistieron a las víctimas en el día más horrible de la historia reciente de Madrid, entre ellos el zamorano Luis María Martín López, natural de Prado, que como voluntario de Protección Civil socorrió a decenas de personas heridas en el tren que explotó en la calle Téllez -cerca de Atocha-. Catorce años después el horror de aquella mañana sigue muy vivo en su memoria.

-¿Dónde se encontraba cuando recibió el aviso para actuar en el lugar del atentado?

-Estaba en mi puesto de trabajo de aquel entonces, en el departamento de seguridad de unos grandes almacenes. Yo pertenecía al Samur (Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate) como voluntario de Protección Civil. Cuando hay una catástrofe de esas magnitudes Madrid moviliza a todo su personal, sea funcionario o voluntario, mediante un SMS. Se lo expliqué a mi jefe y automáticamente salí hacia la base 0.

-¿Qué les cuentan que había pasado cuando llegan a la base? En ese momento no habría demasiada información.

-Claro, había pasado menos de una hora desde las explosiones, pero se sabía que había muchísimos heridos. En esas situaciones no se mira quién es funcionario y quién es voluntario, solamente que eres un profesional y en cuanto llegábamos nos metían en vehículos de emergencia y nos mandaban a los lugares de las explosiones. A mi me mandaron a la calle Téllez.

-¿Qué se encuentra al llegar a la calle Téllez?

-La imagen del terror. Dolor, rabia, lástima. Se me ponen los pelos de punta al contarlo. Pero también sientes fuerza, mucha fuerza, porque ya estamos allí, ya hemos llegado, y lo que podamos hacer por las víctimas lo vamos a hacer. La gente que salía del tren tenía una mirada inexplicable, no se veía el fondo de sus ojos. Te vienen buscando, te abrazan. El terror que tenía dentro del cuerpo esa gente es de pánico. Es algo que nunca se sacan de dentro por completo.

-¿Cuál era su misión allí?

-El traslado de heridos a distintos hospitales. Los servicios sanitarios no daban abasto por sí solos, entonces los médicos van poniendo unas pegatinas a las víctimas: negro a los fallecidos, amarillo a los heridos que deben ser atenidos en menos de seis horas, rojo a los que requieren atención urgente.

-¿Cuántos viajes pudo hacer esa mañana a distintos hospitales?

-Alrededor de 20 traslados. La ciudad estaba colapsada, todos los vehículos de emergencia íbamos a los puntos de los atentados y costaba entrar. Además, a lo largo de la mañana hubo varias amenazas más de atentado, que no fueron reales, pero teníamos que irnos del lugar. En ese momento no vas contando cuántos viajes llevas hechos.

-¿Cuántas horas seguidas estuvo trabajando?

-Estuve en el lugar de los atentados, luego en un hospital y más tarde, como yo pertenecía a un equipo de apoyo psico-social, fuimos a Ifema a apoyar a las familias de los fallecidos y a personas que estaban buscando a algún familiar. Fueron dos o tres días sin quitarme el uniforme, porque yo quise.

-¿No tenía tiempo ni de pasar por casa?

-No quise pasar por casa. Sí nos daban descansos, porque los servicios de emergencia de Madrid están muy bien organizados, la verdad, pero yo quería estar allí, sentía que tenía que estar allí porque lo necesitaban. Es más, a mi me decían mis jefes "vete a descansar", y yo dije "no quiero ir a descansar, ya tendré tiempo de descansar".

-En Ifema, donde se improvisó el tanatorio, conoció a mucha gente que acaba de perder a un familiar de forma trágica, ¿qué hacían allí, cómo les ayudaban?

-Escuchar, estar, que vean que no están solos, dar apoyo emocional, porque en esa situación eran frecuentes las crisis de ansiedad. Se trata de ofrecer una escucha activa, y también de proporcionar información y de orientar, porque estaban en un momento de dolor en un sitio muy grande, lleno de gente, y hay mucho desconcierto.

-Debieron de ser momentos muy duros para todos.

-Sí, de eso nunca se recupera una persona. Los médicos, los enfermeros y los técnicos de emergencia también lloramos, debemos mantener cierta distancia emocional pero es inevitable que en algunos momentos surja una lágrima. Te das la vuelta, te vas a un baño, si tienes que llorar lloras, pero tienes que volver con esa persona que ha perdido a un hijo, que ha perdido a un padre, a esa persona que ha sufrido ese momento. Es complicado, pero tenemos que apoyarles porque en ese momento los héroes son ellos, que tienen que convivir con eso el resto de sus vidas. Yo no soy ningún héroe.

-14 años después, ¿siente el mismo dolor y la misma rabia cuando recuerda esa mañana?

-Y tanto. Por esa mañana y por los días siguientes. Pero nos seguimos preparando para afrontar este tipo de situaciones que se pueden producir en cualquier momento. Esperemos que no. Lo que te queda de esos días, además de la rabia, son las caras de dolor grabadas en la memoria, es difícil desprenderte de esas imágenes.

-¿Siguen muy vivos esos recuerdos en su mente?

-Muchísimo. Una cosa es ver ciertas imágenes en una pantalla o en un periódico y otra es estar en el lugar de un atentado. Eso es pánico, terror, llanto, y corazones que duelen. El corazón duele y la gente llora de dolor. No podemos permitir que vuelva a ocurrir algo así, que la gente sufra de esa manera.

-¿Qué sintió al recibir la medalla el domingo?

-Pena. Las condecoraciones se las merecen las víctimas, no yo. Para mi hacer esto es mi vocación. Pero no hay nada que pague el dolor de las víctimas, ni la medalla de oro más grande.

-¿Te quieres dedicar de manera profesional a ayudar a la gente en emergencias?

-Sí, por eso terminé hace un par de años la carrera de Enfermería y después me fui a trabajar a una clínica de Londres para aprender inglés. Le doy las gracias a mis padres, Encarna y José María, por haber luchado por mi y por haberme permitido llegar hasta aquí. Ahora me sigo formando y también formo a otras personas, sobre todo en empresas para que tengan un protocolo de actuación ante una emergencia. Me encantaría trabajar en emergencias pero no en una ciudad como Madrid, aquí tienen todos los medios y tienen profesionales mucho mejores que yo. En cambio, en las zonas rurales de Castilla y León o de Castilla-La Mancha a lo mejor tienen una única UVI móvil para toda la comarca, y hace falta gente en los pueblos. Me gustaría utilizar en algún pueblo de Castilla lo que he aprendido estos años en Madrid.