El violonchelista Asier Polo actúa junto a Iñaki Alberdi, intérprete de acordeón clásico, el próximo sábado en la sesión nocturna del Pórtico. A continuación, las claves de su personal afecto por el chelo y la original combinación con el "piano portátil", el acordeón.

- Seguro que es complicado, pero ¿cómo resumiría su trayectoria profesional y la elección del chelo como instrumento?

- Mi dedicación al arte es una actividad natural, es algo que surge de dentro, porque mi profesión es muy vocacional. Sobre todo, en mi caso, porque no había tradición musical en mi familia. Cuando era niño, cantaba y bailaba, y me llamaba mucho la atención todo lo que fuera escénico. La elección del chelo fue circunstancial, aunque al final el instrumento se convierte en tu compañero de viaje y has de tener una afinidad importante. Al fin y al cabo, la música es el ser humano. El instrumento es el medio.

- ¿Cuál fue esa circunstancia?

- Tuve la gran suerte de encontrarme con un chelo, pero no fue una decisión premeditada. Cuando lo empecé a tocar, a la semana me planté ante mi familia y les dije que iba a dedicarme profesionalmente a ello. La sensación del contacto directo, la vibración, cogerlo en regazo? fue una sensación, son solo diez años, que me sugirió muchas cosas.

- Los músicos suelen coincidir en que tanto el piano como la guitarra son los instrumentos más completos. ¿Qué tiene de especial el chelo para usted?

- En mi caso, yo no descubrí la voz antes que el chelo, pero es un instrumento que abarca todos los registros de la voz. Al ser esencialmente melódico, es especialmente emotivo. Su sonido llega muy fácilmente a las personas.

- Todos tenemos un ídolo, un maestro, en nuestros oficios, ¿Cuál es el suyo?

- El primer violonchelista que conocí y al que he seguido toda la vida ha sido Mstislav Rostropóvich. Es el gran genio del siglo XX, donde no ha habido una educación musical claramente abierta. Supo atravesar esa barrera imaginaria que existe entre la sociedad y la música clásica, y fue un gran promotor de repertorios nuevos. Rostropóvich se convirtió en un mito y, tanto como violonchelista como personalidad arrolladora, su figura impresionaba, salía al escenario y no hacía falta ni que tocara. Llenaba toda la escena con esa energía desbordante que derrochaba.

- Completó su aprendizaje en diversos países europeos, esta es la tónica habitual de los músicos españoles, ¿verdad?

- Con el fenómeno actual de la globalización, todo está mucho más cerca. Antes, la formación implicaba viajar, ver otras formas de interpretar. Estaba claro que si ibas a París, aprendías de una manera, y si estudiabas en Moscú, era completamente diferente. Lo importante es tener claro que lo tuyo no es lo único.

- Parece que en los últimos años el País Vasco ha hecho una clara apuesta por la cultura, con políticas destacables tanto en Bilbao o en San Sebastián, ¿siente eso en su tierra cuando ofrece un recital?

- Ha sido una apuesta del Gobierno vasco. La cultura, la educación y la sanidad son aspectos blindados, esté quien esté al frente. Eso es algo de agradecer, habitual en Europa, pero menos frecuente en España. Es desesperante. Debemos crear una sociedad madura y lógica. Aquí en Bilbao soy un asiduo en los conciertos y siempre me he sentido arropado por mi tierra. Es una política inteligente por parte de quien nos gobierna. La tónica general es que vamos dando paso hacia el embrutecimiento del ser humano.

- Ofrecer un concierto de chelo, o de otros instrumentos, como solista debe de ser más complicado que hacerlo en compañía, ¿cómo afronta estas dos situaciones diferentes?

- Es cierto es que son situaciones muy diferentes, también enriquecedoras. Donde más se aprende como músico es compartiendo el escenario con otros compañeros, intentas acercarte a la gente que admiras, sentirte cómodo? para poder sacar lo mejor de ti. Hay una serie de preparativos, se juntan energías y sentimientos diferentes. Es la conquista del otro a través del sonido. En el caso del concierto de Zamora, Iñaki y yo nos tenemos mucho cariño y admiración. Cuando estás solo, es una situación más íntima, quizá menos espectacular, el artista debe plasmar su conocimiento en diferentes técnicas? es claramente distinto.

- Iñaki Alberdi es acordeonista clásico, ¿cómo combina este instrumento, tan alegre, con la sobriedad del chelo?

- Es una mezcla novedosa, porque el acordeón no tiene repertorio original hasta el siglo XX, pero se ha utilizado desde antiguo cuando no había un órgano. Era una especie de órgano portátil. Son instrumentos que mantienen el sonido, son "pastosos", y en este programa el espectador va a apreciar una nueva sonoridad del acordeón. Será un concierto variado, diverso, aunque uno de los atractivos es la heterogeneidad de la mezcla instrumental, de la pureza de Bach a la espiritualidad de Sofía Gubaidulina, una compositora muy cercana al maestro alemán. Hay una segunda parte más vital, con la obra más emblemática para el chelo escrita por un español, Gaspar Cassadó. Acabamos con un tango compuesto por Astor Piazzolla para piano, que nosotros hemos arreglado para acordeón.

- La organización del concierto ha elegido para ustedes la sesión nocturna en San Cipriano, ¿le parece acertado?

- Un ambiente que pega muy bien con nuestro concierto. Por lo que conozco del festival, este concierto es algo novedoso. Antiguamente era más religioso, más barroco, y se ha abierto a otras músicas. Es una propuesta contemporánea muy sutil, una música pura, tranquila, nocturna.

- ¿Qué opinión le merecen festivales como el Pórtico, que han tenido que batallar tanto para seguir vivos tras la crisis?

- Durante muchos años se había centralizado todo en Madrid. Yo como bilbaíno veía la capital como la meca. Afortunadamente, hoy tenemos festivales pequeños, grandes y medianos en muchos sitios. Zamora se merecía este espacio y yo me he quedado muy sorprendido con el nivel de los músicos que han acudido al ciclo estos años. Intérpretes de primera línea internacional en una ciudad pequeña?

- Donde se puede disfrutar aún más de los artistas, que actúan a centímetros del público?

- Seguramente. En un auditorio ni te encuentras al músico. El de Zamora es un festival pequeño, pero matón. Con la crisis, creo que se ha agudizado el ingenio, he encontrado a gente que se ha negado a aceptar la situación y ha tirado para adelante, en nuestro caso, rebajándonos los cachés.