La música -una de las manifestaciones más sobresalientes del ser humano, elevada por los griegos a la categoría de arte- ha acompañado el transcurrir de la vida del hombre desde sus orígenes hasta nuestros días. El juego de sonido-silencio, armonía-contrapunto, puede llegar a alcanzar tal grado de belleza que conmueve e inspira los sentimientos más profundos del alma humana. Desde la infancia, la ternura de una nana, la alegría de una jota, el lamento de un fado... acompañan nuestra existencia formando parte de nuestro carácter y personalidad. En Zamora, el sonido de un tambor y trompeta destemplados rompe el silencio de la noche para recodarnos que ha llegado el instante en que la ciudad se transforma, se para en el tiempo, se prepara para vivir los momentos álgidos del calendario anual. Quizá el aislamiento, la marginación a veces, allá en la "Raya", en el extremo Douro, ha dotado a sus habitantes de una sensibilidad especial para conservar las huellas de un pasado que refleja como ninguna otra cosa su carácter recio, noble, a veces áspero y profundamente tradicional. Y así, la ciudad se convierte en un escenario dramático en el que se palpa el dolor, el sufrimiento de un pueblo envejecido que carga con el peso de un Cristo muerto en la cruz, y la música y el canto no son solo canción, sino la expresión desgarradora de un sentimiento transformado en... oración. Una oración que se eleva desde las profundas entrañas implorando a Dios amor, suplicando vida y pidiendo... perdón. Hoy Pablo Durány el Coro Sacro Jerónimo Aguado llevan a Galicia, "tierra de saudade", una pequeña recreación de los momentos más intensos de nuestra Semana de Pasión. Su palabra y sus cantos se alzan en esa tierra hermana para hacer oír nuestra voz.