La violencia es una parte esencial de ciertas posturas de la sociedad masculina que busca afirmar la virilidad de quienes la practican para evitar parecer lo que no deben ser: débiles, homosexuales o femeninos. Este vínculo, entre masculinidad y violencia, está tan naturalizado que pasa desapercibido, y nos cuesta ver que la mayoría de los protagonistas directos de las peleas (colegios, campos de fútbol, lugares de copas, protestas, incidentes de tráfico) son hombres. La violencia sigue siendo el argumento decisivo en la resolución de todo tipo de conflictos. Los protagonistas y las víctimas más frecuentes son hombres y es preciso acabar con este vínculo para combatir las violencias machistas y abordar la deconstrucción de la masculinidad.

Hay relatos donde se muestra la frecuencia con la que los niños y los adultos asumen riesgos para evitar que se les cuestione su hombría: imitan a otros más diestros o temerarios, buscando el reconocimiento del grupo que valora la violencia o el riesgo, por ejemplo; chavales que beben más de la cuenta aunque tengan que conducir o padres que se enfrentan por conflictos entre sus hijos.

Como esto es un artículo, me falta espacio para contar tantas historias. Pero, aquí va una: el padre del niño de dos años al que agarra fuertemente del brazo porque llora el primer día de colegio, mientras le dice: "no llores porque tienes que ser fuerte y valiente"; "si eres todo un hombretón"; "las chicas se van a reír de ti si sigues llorando". O la del joven al que llaman constantemente; "maricón", porque no salta desde cinco metros de altura al mar, y cuando se atreve a hacerlo se rompe la mano y casi la cabeza al darse con una roca, lo que le impide que vuelva a bañarse una vez más ese verano pero, eso sí, enseña orgulloso su "herida de guerra". O la de los jóvenes que se pelean por una chica; el aspirante para impresionarla y el novio para defenderla y demostrar su virilidad. Cada uno de ellos apoyado por sus respectivos amigos y todos, a la vez, cumpliendo las expectativas de los testigos, con quienes coinciden en que los hombres siempre tienen que estar dispuestos a pelear aunque pierdan. Esta son algunas de las múltiples pruebas que existen para afianzar su pertenencia al grupo de los hombres.

Maricón, nenaza, rajado, blandengue, gallina, "cobarde", "poco hombre", "a ver si tienes cojones" estas expresiones siguen siendo un auténtico reto para aquellos que las conciben como tal, un detonante de comportamientos de riesgo que pueden acabar provocar accidentes o lesiones importantes. El miedo a reconocer que se tiene miedo está detrás de muchos episodios de conducción temeraria, escaladas peligrosas, resistencia al preservativo en muchas situaciones de riesgo, y un largo etcétera.

La predisposición de los hombres a exponerse a peligros, actuando de manera irresponsable, forma parte del aprendizaje de la masculinidad desde pequeños. Una alta dosis de machismo que explica por qué las lesiones y las muertes por accidentes son más frecuentes entre la población masculina.

Hay relatos que también hablan de chicos maltratados desde la infancia por ser "poco viriles", o por ser aquellos que eligieron salir corriendo antes de enfrentarse a otros. También existen aquellos que hablan de los insumisos al servicio militar, varones a los que tachaban de "maricas"; a los que golpeaban y detenían por negarse a dejar que los "hicieran hombres" bajo la incomprensión de muchos y la solidaridad de un movimiento que resultó ser imparable.

La mayoría de esos sujetos que pretender encontrar su hombría a través de la irracionalidad han de dejar de ver la prudencia como sinónimo de cobardía y empezar a cuestionar la misoginia, la homofobia, las jerarquías absurdas, etc. hasta evitar la presión a la que ellos mismos se someten.

Por cierto, para comer unos buenos huevos fritos lo único que hace falta es un par de huevos frescos de gallina, sal, un diente de ajo dorado a la sartén, y aceite de oliva.