Esta profesión te regala, a veces, solo a veces, amigos, de esos que se te agarran al alma y ya no hay forma de apearlos, ¡ni ganas! Óscar Sastre ("desastre", "oscarini", "tronkito") es uno de esos, de los grandes. La periodista buscó ganarse al sindicalista, la fidelidad de la "fuente", a aquel joven de 27 años, guapete, con aire chuleta, con verborrea agotadora, persuasor, con magnetismo, sonrisa permanente y mirada seductora. Y ligón, se sabía con un punto cautivador que no dudaba en explotar.

Cafés, vinos y horas, muchas horas de conversación que llegaron a pasar de la explicación de estrategias sindicales a los "por qués" de la injusticia, a las ganas de cambiar las cosas, de revolución pura para mejorar lo que nos rodeaba, a lo personal: confidencias y cariños de amigos. Y el sindicalista rindió a la plumilla.

Veinte años de amistad, de esas que no son de todos los días, pero que crecen sin que puedas controlarlas porque nace la complicidad, y hay silencios llenos de palabras. En 1998, conocí a Óscar Sastre, cuando mi periódico me encomendó el área de sindicatos y empresarios. Y cuando ya no escribía de esos asuntos, seguía llamándome, "te lo cuento, pero si lo escribes tú". Y cuando ya no estaba en activo, me seguía llamando para contarme "¡oye, ¿te has enterado de esta movida?", "¡que pasan los bomberos y la policía a toda leche!". Siguió siendo una fuente inagotable, como él era, aunque ya solo nos oíamos.

Nos veíamos muy poco: los horarios, el trabajo, esa manía de pensar que los después nunca mueren. Pero las redes sociales, el Facebook, nos permitieron seguir alimentando esa amistad que permanecía intacta. Las madrugadas, los dos tan noctámbulos, nos dejaron horas de conversación frente al móvil o el ordenador, tecleando sentimientos, ideas, cabreos, debates políticos? hasta en consejero sentimental se convirtió. Han sido veinte años de discusiones acaloradas, de enfados que duraban lo que un "¡tía, no te pongas así, que eres muy cabezona y no siempre vas a tener razón tú!" Y esa mirada cómplice, esa risa socarrona, que se burlaba de todo lo accesorio, y esos intensos abrazos que espantaban, derribaban las malas vibraciones. "¡Mira que tienes mala hostia, tronkita!, pero te quiero mucho", y otro abrazo aplacador. Siempre lograba una sonrisa de tregua.

"Formamos un buen tándem, ¿eh?", solía decirme con la añoranza de un pasado de 14 años de lucha por la clase trabajadora, desde la sección de Servicios a la Sociedad del que seguía siendo su sindicato, CC OO, a pesar de los pesares, el que tantos dolores de cabeza le dio tras la marcha de Pepe Herrera, pero con el que tantos triunfos saboreó.

El que le regaló a su Angy, Ángela, su gran amor, su compañera. Trabajador infatigable, defendió, codo con codo con su compañero y "amigo del alma", "hermano", José Antonio Bartolomé, los derechos de las limpiadoras de locales y oficinas, de los barrenderos y los basureros de Zamora capital, de las trabajadoras de Cruz Roja..., tiempos convulsos, de dura pelea. Siempre con el afán de hacer justicia social, esa que bebió de las letras de las canciones de sus ídolos del heavy metal y del rock duro, Barón Rojo, Asfalto, Barricada, Leño, Rosendo, Marea, Kutxi Romero, El Drogas, Platero y Tú..., pero también de Serrat, Sabina, Víctor Manuel... Esa fue su mejor escuela, esa y la vida.

Era sindicalista de estrategias, "tienes que aprender a ser más estratega, yo lo aprendí en el sindicato", solía decirme, "la gente no es tan transparente, no aprendes". Y sí, en el sindicato planificaba, analizaba los escenarios y desplegaba las tácticas. Era de diente afilado frente a la patronal, vehemente, de una inteligencia natural, y de echar órdagos que ni él se creía, pero que le dieron más de un buen resultado.

Pero no en su vida, Óscar no era de estrategias, era leal y sincero con sus amigos, se entregaba sin afanes más allá de los que te permiten lograr el cariño. Era de exprimir hasta la última gota, de saborear y adentrarse en territorios escabrosos y desafiantes, apasionado y obsesivo, impulsivo e incontenido. Era un niño trasteando con la vida entre las manos, asumiendo riesgos, siempre calculados. Era bondad, era alegría, era un canalla con un gran corazón.

Orgulloso de su familia, de su padre, Paco, y de su madre, Elena, a la que adoraba; de sus hermanos mayores Paco y Manolo, a los que recordaba siempre que podía, de los que aprendió lo tramposa que es la vida; y de su gran hermanísimo, Rubén, el pequeño de la casa, su sombra, con quien regentaba Autos Sastre y vivió la locura de la velocidad, en los campeonatos de rallies en Castilla y León y nacionales, llevándose algunos trofeos a casa. Apasionado de sus motos, amante de sus quedadas para ir a dar un paseo, con prudencia, "¡pero que controlo!".

Óscar, espontáneo e imprevisible, tenía mil anécdotas con las que matar a carcajadas. Y tenía esa necesidad de compartirlas que le llevó a escribir su libro "Un paseo por la memoria y la amistad", del que estaba ya preparando su segunda parte. Su infancia, su adolescencia, sus aventuras de joven inconformista llegan con ese lenguaje fresco y divertido, de juglar, con sentimiento y espontánea poética. Escrito "para permanecer".

El viernes, cuando una furgoneta inoportuna detuvo en seco su vida en Bemposta, a las 15.30 horas, cientos de zamoranos nos quedamos sin palabras, sin sonrisa, lloramos al amigo. La ciudad entera se conmovió por la muerte de Óscar, ese chico que era muy buena persona, que pasaba despeinando al aire, como un huracán, con ganas, con fuerza, con la palabra justa para que nadie le pudiera olvidar. A las once y cinco de la noche del sábado regresaba de Portugal, desde Mirandela. Cuando llegó a la funeraria Sever, los cientos de personas que le esperaban desde las 21.30 horas a la puerta se sumieron en un silencio impresionante: llegaba el amigo. Era el últimos adiós.

"Te quiero mucho, coplera, paso ganas de hablar contigo en directo". Y pasó noviembre, diciembre, enero... y el encuentro aplazado me perseguirá siempre.