"Para que vean ustedes qué hijos tan simpáticos tienen, les diré que nuestra salida de Zamora ha sido llorando, y no por una persona ni del género femenino, que son las más sensibles?". Estas líneas, escritas en agosto de 1904, son las últimas letras escritas en Zamora por Manuel Gómez-Moreno y su mujer Elena Rodríguez Bolívar. Son momentos emocionados. La ciudad en la que habían experimentado no pocas estrecheces y algún que otro desaire les había llegado al corazón. Y ahora -después de reunir notas, fotografías y planos de todas las iglesias de la provincia para confeccionar el primer catálogo monumental de Zamora- era el momento de partir. Algunos de aquellos zamoranos que se habían convertido en amistades muy cercanas quedarían relegados a un entrañable recuerdo. No los verían más. Las dificultades del transporte de la época convertiría la amistad en unos pocos rescoldos que mantener vivos a través del WhatsApp del momento: las cartas.

En junio del año anterior, 1903, el matrimonio desembarcó en Zamora. Don Manuel ya conocía la ciudad por el trajín viajero al que le había obligado el trabajo de campo anterior, en Ávila y Salamanca. De hecho, algunas amistades, como el zamorano Cesáreo Fernández Duro, le habían hecho algunas recomendaciones para la llegada. Algo fundamental había cambiado. Manuel, de apenas treinta años, acababa de contraer matrimonio y presagiaba dificultades, sobre todo económicas, en esta nueva aventura. "Su mayor preocupación era poder pagar la manutención del matrimonio y el transporte a los pueblos de Zamora". El historiador zamorano Sergio Pérez Martín desnuda la clave de la peripecia zamorana. "Cuando llega a la ciudad, don Manuel sobrevive con lo que el Estado le paga por el catálogo de Salamanca. Aún no ha firmado el contrato de Zamora, ni sabe cuándo empezará a cobrar por el nuevo trabajo", precisa. La experiencia fue lo más lejano a un camino de rosas, por más que el tiempo, con su pátina, haya encumbrado aquellos catálogos monumentales. "Llevaban una vida de ermitaños", define Pérez Martín.

Una vez instalados en el hotel Comercio, próximo a la antigua estación de trenes, la pareja comienza a cultivar una práctica que marcará, ordenará, sus vidas. Son las cartas que Manuel y Elena escriben a su familia, a sus amistades y a otros expertos en arte. Sergio Pérez y Josemi Lorenzo las han "exhumado", leído y analizado en el libro "Excursiones zamoranas, 1903-1904" que la editorial Semuret publicó a finales de 2017. Más allá de comprender cómo el matrimonio elaboró los catálogos -los mejores de los que se hicieron a principios del siglo XX- el epistolario cuenta la "intrahistoria" de aquella lejana aventura, las penalidades, los hallazgos? y las personas a las que conocieron.

A la pareja le sorprendió el frío en Zamora. "Llegaron en junio, se traían la ropa de verano y con la llegada de los primeros fríos pidieron a sus padres, en Granada, que les mandaran un cajón con la ropa de invierno", describe Martín. No quieren gastar dinero, no pueden. Elena llega a encargar a su familia que le hagan un vestido. Los padres le responden que, dificultades aparte, los gastos serán mayores que si lo compra en el comercio zamorano. "Es uno de los pocos lujos que se permiten. El vestido y una jarra, comprada por una pesetica, para mantener el agua fresca en el hotel", revelan los historiadores. En un hotel, donde ni las comodidades ni la atención fueron satisfactorias. "Cuando el matrimonio dejó la ciudad para comenzar el trabajo de la provincia, celebró poder visitar "otras fondas y hostales" de Zamora", añaden.

El tiempo, entonces, se medía de otra forma. Los medios de transporte eran muy distintos a los que desarrollaría el siglo XX. Y había que aprovechar la luz del día. "Se levantaban muy pronto, con el amanecer, acudían a la Catedral para hacer dibujos y tomar medidas y cuando el templo abría sus puertas, entraban y pasaban allí todas las horas hasta la comida".

La seo les sirvió para ordenar el trabajo: en Zamora descubrieron las iglesias construi das antes de la llegada del maestro francés de la Catedral, como San Cipriano, y las posteriores. Allí dentro, en un relicario hallaron una de las piezas más importantes del actual Museo Arqueológico: el Bote de Zamora. Un capítulo mil veces narrado. La Zamora que don Manuel y doña Elena conocieron se asemejaba a un gran pueblo cuyos monumentos aún no habían sido puestos en valor.

El propio matrimonio, publicaciones como la revista Zamora ilustrada y fotógrafos de la talla de Laurent contribuirán a dar un giro a esta situación. Pero, más allá de la estimable calidad del románico zamorano, lo que a Gómez-Moreno le llama la atención es que muchas de aquellas joyas tenían candadas sus puertas. Deberán perseguir las llaves para poder descubrir el interior.

Hecho el trabajo de campo en la capital, partieron a la provincia. "Don Manuel lamentó el estado de ruina de Santa María de Moreruela y Castrotorafe, y se entusiasmó con lo que él llamaba el Lago del Tera (Sanabria) y el monasterio de San Martín de Castañeda. Pero lo que realmente le sorprendió fue San Pedro de la Nave. En una carta le contó a su padre lo que él ya presagiaba", explican los autores del libro. Don Manuel le echó el lazo a una de las iglesias visigodas más importantes del país.

Al calor de su recorrido por la Zamora de principios del siglo XX algo prende en el matrimonio y echa raíces. "Hay un claro cambio en la percepción de la ciudad en el segundo viaje, en 1904", revela Sergio Pérez. Elena se hace muy amiga de una vecina de Sanabria, los Gómez-Moreno se tratan con la elite cultural de la ciudad y comienzan a disfrutar de Zamora. Uno de los lujos que se permiten son los largos paseos por la orilla del Duero, donde disfrutan de "las barcas y los remeros" y hacen parada en las cafeterías para disfrutar de "la horchata". Pero hay algo más. Por las tardes, "priva en Zamora tomar chocolate" y ellos eran invitados por familias amigas a gozar de estos momentos. A Elena su familia le había aconsejado no perder el tacto con las teclas del piano. Ella era música de profesión y "debía de tocar muy bien", apunta Pérez Martín. En alguna casa acomodada debió de encontrar un piano para deleitar con sus notas las veladas zamoranas.

El contacto con las gentes locales es tal que hay un hecho curioso en el epistolario. "Cuando van a Toro llegan a decir que han cambiado de alojamiento para evitar que sus amigos los visiten y pierdan el tiempo en el trabajo", revelan los historiadores. Es la intrahistoria del viaje, que se conoce gracias al mejor sistema de comunicación, al único. La oficina de Correos estaba situada en la rúa y ellos acudían diariamente a echar las cartas, cuando no hacían un alto en Santiago del Burgo para acudir a misa. De la otra comunicación, la del transporte, es complicado hablar. Don Manuel realizaba los trayectos largos en tren, pero los cortos? "Casi siempre iba en burro o en asno y, cuando se podía, tomaba la diligencia o aquellos primeros autobuses que eran como coches grandes de madera". Así que, con seguridad, Correos podía ser "lo que mejor funcionaba", se atreve a decir Sergio Pérez.

Agosto de 1904. La pareja ultima el trabajo de Zamora, que no verá la luz hasta 1927. Tal era la desidia y la falta de fondos del Estado. Atrás comenzaba a quedar la estancia, en dos años consecutivos, en aquella lejana ciudad. Manuel y Elena se marchaban rumbo a nuevos proyectos, pero de aquello -además del futuro catálogo- quedarían las cartas, cuidadosamente guardadas por el matrimonio y sus familiares, ahora recogidas por el Instituto Gómez-Moreno, dentro de la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada. De hecho, "hay párrafos en el catálogo copiados literalmente de las cartas". Pero hay una curiosidad más, notable. La enrevesada letra de Manuel Gómez-Moreno era inapropiada para el primer catálogo, el manuscrito. Así que quien le pone letra al trabajo preliminar es su mujer, Elena. Y no solo eso. La granadina desarrolló un tipo de letra específico, una caligrafía diferente a la suya, para redactar el trabajo final.

El trabajo de Sergio Martín y Josemi Lorenzo representa solo una pequeña parte del potencial del epistolario, porque las cartas no solo se escribieron en la etapa zamorana, sino durante la longeva vida del matrimonio, ambos alcanzaron los cien años. Más allá de los actos de difusión realizados en el centenario de los catálogos realizados en las antiguas Castilla y León, dichas cartas permanecían prácticamente inéditas. En miles de escritos se conserva la narración, a ojos de los Gómez-Moreno, de una época apasionante -también desgraciada- dentro del ámbito del patrimonio español. Del despertar de los tesoros medievales del país al expolio y el exilio de parte de nuestras iglesias y monasterios.