La histórica fragilidad de la industria en la ciudad de Zamora no ha impedido que en la actualidad todavía se conserven pinceladas de lo que un día marcó impronta. Algunos son edificios singulares para los que parece no transcurrir el paso del tiempo. Otros han sido reconvertidos para dar servicio a la sociedad toda vez terminada su actividad. Muchos de ellos permanecen abandonados. Pero ahora, el Ayuntamiento de Zamora ha decidido sacarlos del olvido para elaborar un catálogo destinado al visitante. Es la nueva apuesta de la Concejalía de Turismo. "Zamora, patrimonio industrial" pretende sacar del ostracismo a aquellas construcciones con las que los zamoranos conviven día a día y que en algún momento de la historia fueron lugares de frenética actividad.

El catálogo está diseccionado en tres rutas diferenciadas: una por el Duero, otra por la ciudad histórica y una última por las afueras de la capital. La primera de las rutas hace un repaso de los ingenios hidráulicos y los diferentes puentes que fueron estandartes del progreso. Su inicio hay que buscarlo allá por la época medieval, donde ya aparecen las aceñas de Olivares en escritos del año 986. El conjunto que Zamora promociona en el entorno del Duero incluye cinco conjuntos: tres dentro del área urbana de la ciudad (Olivares, Cabañales y Pinilla) y otras dos más situadas en las afueras (Gijón y Pisones). La ruta por el Duero se completa, además, con los puentes de Hierro y del Ferrocarril, de 1900 y 1933 respectivamente.

La segunda de las rutas se centra en la ciudad histórica. Los usos y oficios cobran protagonismo y la ruta realiza un viaje en el tiempo desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XX. El Ayuntamiento de Zamora destaca en esta ruta el entorno de la calle de Balborraz, importante eje comercial ya desde época medieval, cuando conectaba el barrio de la Puebla del Valle, donde se asentaban muchos mercaderes que llegaban a la ciudad por el Puente de Piedra, con la Plaza Mayor. En esta ruta aparecen también singulares edificios como la antigua Fábrica de Tejidos de Zamora Industrial, hoy Museo Etnográfico (finales del siglo XIX); las oficinas de la compañía El Porvenir de Zamora (1903); o la antigua fábrica de luz y posteriormente alcoholera La Vinícola (1897).

En tercer lugar aparece la ruta por las afuera de la ciudad, un recorrido centrado eminentemente en la transformación del cereal. Zamora, ciudad harinera, conserva a día de hoy numerosos edificios relacionados con el grano que conforman este viaje por los primeros años del siglo XX. Previo a este renacer, la crisis de finales del siglo XIX hizo mucho daño a una industria que hasta el momento era la más importante de la capital. Pero en los años veinte del pasado siglo, gracias a las inversiones en infraestructuras ferroviarias y el aprovechamiento energético del Duero, se produjo un repunte en la economía. En esta década, las harineras más importantes eran las de los hermanos Bobo (Gabino y Ambrosio), Isidoro Rubio, Rueda y Román, Viuda de Prieto y Federico Tejedor. En 1920 se crea La Industrial Zamorana Sociedad Anónima, centrada en la fabricación de tejidos de algodón, dedicación a la que se uniría en el barrio de Cabañales la fábrica de Fernando J. Simón.

En el nuevo catálogo, a pesar de no ser edificios puramente industriales, también aparecen los entornos de Sagasta, Santa Clara y San Torcuato incluidos en la Ruta Europea del Modernismo. Y es que el desarrollo económico de la Zamora del primer tercio del siglo XX permitió a las principales familias de industriales erigir multitud de inmuebles eclécticos, historicistas y especialmente modernistas que dejaron su sello en la capital hasta la actualidad.