"Cataluña, la herida de España" es el título del último libro del periodista Ignacio Camacho, que presentó esta semana en el Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, en compañía de su amigo y compañero de profesión, el zamorano Sergio Martín, con quien colabora en el programa matinal "Los desayunos", de TVE. En este trabajo se desgranan los últimos acontecimientos que han ocurrido con el fallido proceso de independencia de Cataluña y donde hay espacio para el referéndum de octubre, el auge de Ciudadanos en las urnas, el "esperpento" -como él lo denomina- de Puigdemont y su huida a Bruselas o la aplicación del artículo 155 de la Constitución, medida del Gobierno que considera que se realizó con mes y medio de retraso. El libro culmina en el 27 de octubre, fecha de la declaración de la independencia por parte del Parlament de Cataluña y, aunque reconoce que habría material más que de sobra para iniciar una segunda parte de esta rocambolesca situación política, confiesa que le da cierta "pereza intelectual". Así que, de momento, habrá que conformarse con este pormenorizado análisis de la actualidad política en Cataluña.

-¿La actitud del Gobierno central tiene parte de responsabilidad en haber llegado al punto que se ha alcanzado en Cataluña?

-Y no solo este gobierno, sino también los anteriores. Yo lo relato en mi libro como un proceso de retirada primero y de incomparecencia después. Desde los años 80, cuando comienza la historia de la autonomía y el autogobierno de Cataluña, la propia institución del Estado de Cataluña ha propiciado que se diera un golpe a los fundamentos del Estado constitucional. Sobre el gobierno de Rajoy sí digo claramente que llegó tarde y que actuó de una manera pasiva y tardía.

-¿Era el 155 la única vía para frenar el proceso o había otra alternativa?

-Para mí no solo no había alternativa al 155, sino que este debía haber llegado como mínimo un mes y medio antes, cuando el Parlament de Cataluña aprobó las leyes de desconexión. En ese momento una autonomía se había extralimitado de sus funciones y había declarado una legalidad paralela. Si se hubiera aplicado en ese momento, a mi juicio, nos habríamos ahorrado la parodia del fracaso del referéndum del 1 de octubre y, por supuesto, la declaración de independencia.

-¿No habría sido mejor que las partes se hubieran sentado a dialogar?

-En un ámbito como este, no soy partidario del diálogo. La política tiene que volver a aprender a decir no. No se puede dialogar sobre premisas autoritarias. Lo que el nacionalismo ha hecho ha sido crear una especie de chantaje continuo al Estado y este ha cedido porque la estructura política de España, desde el modelo constitucional, le otorgaba un papel fundamental de visagra electoral. Al no existir en España una cultura de la gran coalición, como en Alemania, todos los gobiernos en minoría se han apoyado en los nacionalistas y, de alguna forma, les han concedido privilegios específicos. Creo que el error del Estado ha sido confiar en la lealtad del nacionalismo, que no ha sido leal en ningún momento. Incluso en los momentos que ha contribuido a la gobernabilidad de España lo hacía a cambio de privilegios que aprovechaba para construir su propia estructura de Estado para cuando fuera necesario utilizarla.

-¿Este nacionalismo tiene algo que ver con el sentimiento de muchos catalanes hace tan solo una década?

-La deriva soberanista ha arrasado el antiguo catalanismo. Sí hubo un momento en el que existió en Cataluña un cierto catalanismo burgués, pero eso ha quedado devorado por la radicalidad del separatismo y lo ha triturado. Convergencia ha estallado como partido y la iniciativa del procés se ha radicalizado. El foco del conflicto del 1 de octubre es el de una revolución y una de las características de la revolución es que nacen en vanguardia burguesa y luego se van radicalizando. Eso se vio perfectamente en Cataluña en octubre, cuando Puigdemont ya no tenía el poder para convocar elecciones él solo y cedió a la presión de la calle y de los radicales, porque el partido alfa del nacionalismo, que era Convergencia, había perdido realmente el control del poder.

-¿Qué opina del papel que está jugando ahora mismo Puigdemont?

-La peripecia de Puigdemont es la mejor ilustración del delirio en el que se ha instalado el movimiento independentista. En una sociedad normalizada, lo que ha hecho Puigdemont lo lanzaría a la cuneta de la política. Sin embargo, ha estado a punto de ganar las elecciones, porque la burbuja de ensimismamiento de los "indepes" se alimenta del victimismo. Ni siquiera lo ven como un traidor a su propia causa, sino como un héroe que ha sido obligado por el Estado opresor al exilio. Es una burbuja psicológica alimentada del victimismo y millones de personas están metidas en ese bucle. Pero, objetivamente, es un esperpento y puede haber más en los próximos días.

-¿Se atrevería a aventurar cuál será su próximo paso?

-Apostar en este panorama es complicado, puede pasar cualquier cosa. Desde lo sensato, que sería que hicieran un intento de investir a Puigdemont y después, ante la negativa obvia de los tribunales, acudieran a un candidato que no tuviera problemas judiciales, hasta cualquier esperpento parlamentario, en el que no descarto el intento de regresar clandestinamente y presentarse a la investidura en persona, lo que significaría un fracaso del Estado. En cualquier caso, es una locura total, un desvarío absoluto que deja en mal lugar a Cataluña y a España.

-¿Cómo se puede analizar el auge de Ciudadanos en las elecciones de diciembre?

-Ciudadanos ha hecho visible a la Cataluña invisible. El conflicto para mí solo ha tenido una cosa buena: la recuperación en toda España de un cierto sentimiento desacomplejado de orgullo nacional y, al mismo tiempo en Cataluña, el afloramiento de una mitad de la sociedad que estaba oscurecida por la hegemonía nacionalista. Esa Cataluña invisible, que en algún documento del procés se les denomina como "los inadaptados", se ha agrupado en torno a Ciudadanos porque el PSOE no ha sido claro en su posición y porque el PP está muy desprestigiado en Cataluña por la propaganda nacionalista. Ciudadanos, como partido nuevo y fresco, ha aglutinado todo ese voto útil de una Cataluña rebelde ante el designio.

-¿Inés arrimadas sería una buena presidenta?

-Como candidata no tiene posibilidades, pero quizá Ciudadanos ha sido un poco conservador en su estrategia para no quemarse en un debate de investidura. Creo que no habría estado mal que escenificara su victoria electoral presentando a Arrimadas a la investidura. Pero ellos no se han querido arriesgar ni comprometer el éxito, que les viene muy bien para sus aspiraciones nacionales. Han optado por una actitud un poco apocada en ese sentido. Arrimadas es una mujer que tiene pujanza y hubiera hecho un excelente debate de investidura, aunque lo hubiera perdido. Podía haber visibilizado allí a esa media Cataluña que no es nacionalista.

-¿Qué consecuencias tangibles, más allá de la política, ha provocado esta situación en Cataluña?

-Sobre todo, una fractura civil y familiar en muchos casos. Las cenas de Navidad en Cataluña han sido muy difíciles este año para mantener la convivencia. La sociedad catalana está partida en dos, numéricamente además. Y eso es muy difícil de recomponer. Y luego Cataluña no es un ente aislado de España, existen muchos lazos que han quedado afectados. Ahora mismo, lo catalán genera cierta antipatía en el resto de España y eso es generado por el nacionalismo.

-¿Esos lazos podrían ser el motor para que la sociedad española tomara partido en el asunto?

-Ya lo hizo en octubre, en lo que yo llamo la España de las banderas. Es la reacción de hartazgo ante el papel de mala que el nacionalismo catalán ha adjudicado a la sociedad española. Hubo una reacción que es buena, porque genera un orgullo nacional que solo existía en los partidos de fútbol y, al mismo tiempo, separa emocionalmente a Cataluña del resto de España. Los nacionalistas desean crear entre los suyos un estado de independencia psicológica con el "España no nos quiere". Sacan petróleo de cualquier cosa que les permita el victimismo, el sentirse agraviado, la creación de un enemigo, que en este caso es España.

-¿Puede que el tema de Cataluña haya servido de cortina de humo para otros temas que afectan, y mucho, a todo el país?

-Creo que la legislatura, en buena medida, se ha acabado. Ya no hay modo de encajar ningún otro tema en la agenda política que no sea el de Cataluña, lo domina todo. Se puede normalizar quizá, si quiere el nacionalismo. Pero mientras que el conflicto esté abierto en canal, no hay manera de encajar un tema de otra clase en la legislatura.

-¿Esta mirada solo a Cataluña podría haber beneficiado al gobierno de Rajoy?

-Viendo las encuestas no lo parece. El gobierno, por su estilo pasivo, primero ha llegado tarde al conflicto, y creo que eso lo ha percibido la sociedad española. En segundo lugar, cuando ha llegado y aplicado el 155 e impedido que pudiese cuajar remotamente la declaración de independencia, haciendo un ejercicio de autoridad, aunque tardío, no ha sabido sacarle partido, más bien al contrario. El auge de Ciudadanos significa que el Gobierno no ha sabido rentabilizar su papel en el conflicto.

-¿Los promotores del independentismo han pensado en las consecuencias reales de la independencia?

-No, porque es un mito sentimental y eso supera cualquier planteamiento racional. En las encuestas preelectorales de diciembre los votantes reconocían que el proceso perjudicaba a Cataluña, que habría huida de empresas? El perjuicio económico y social se percibía perfectamente, pero, aun así, decidieron votar por la independencia. El bucle sentimental prevalecía ante los argumentos de racionalidad política. Es muy difícil combatir un mito con razones, porque el mito se abre paso en la parte emocional del cerebro.

-¿Por qué califica este proceso como la primera revolución 3.0?

-El conflicto de octubre es la confluencia del nacionalismo con el populismo, pero la novedad para mí es que ese componente se articuló a través de las nuevas tecnologías de la información. Las plataformas civiles independentistas aprovecharon con una eficacia extraordinaria las posibilidades de las nuevas tecnologías. Se organizaron a través de Internet y de los grupos de Whatsapp. Fue un movimiento de masas perfectamente coordinado a través de los teléfonos móviles, burlando a las fuerzas de seguridad. Organizaron incluso el referéndum a través de Internet. Fue una revolución digital y por eso el Estado no supo responder, porque todavía funcionaba en clave analógica.

-¿Ve una salida a esta situaci ón?

-No la veo y además creo que la mejor salida es mala. Se han roto demasiadas cosas en este conflicto, a uno y otro lado. En Cataluña se ha evidenciado la ruptura de la sociedad civil claramente con el resultado de las elecciones de diciembre, y entre Cataluña y el resto de España también se han roto muchos lazos.