Un compañero de trabajo fue quien le definió por primera vez en 2009: "¡qué asperger eres!". Este zamorano, ingeniero informático, Tenía 33 años. El singular nombre, desconocido totalmente para Raúl Portales, comenzó a martillear en su cerebro, incansable cuando se trata de buscar información sobre un asunto que le provoca interés (un rasgo asperger), devoró toda la información que encontró sobre el síndrome en Internet. "Y me dije "va a ser verdad", sí". Su colega le explicó que "todos los informáticos son un poco asperger".

De modo que, aquel chico que cargó durante 33 años con la etiqueta de "el raro", solo intuyó cuál era realmente el nombre que podía dar a su forma de estar en el mundo y de sentir, bien diferente a lo que se llama normal, entre comillas. Ahí quedó la cosa. Hasta que en 2016 diagnosticaron a su hija, de cuatro años en la actualidad, este trastorno del espectro autista, mucho más amplio, diversidad que Raúl advierte que también se encuentra entre los que tienen su síndrome, "ninguno es igual a otro", explica sin mirar de frente a quien le entrevista, "eso me cuesta", es parte de su dificultad para interactuar con el otro.

La pequeña "tenía retardo en el lenguaje y no interaccionaba, ni era fácil captar su atención para jugar", Raúl y su esposa decidieron llevarla a una logopeda en Dublín, donde están afincados. Fue esa profesional la que sugirió a la pareja entrar en la lista de espera para someter a la niña a una evaluación. Diez meses después supieron que su hija sufría el síndrome.

El zamorano de 41 años no ha dejado de indagar, de estudiar el síndrome desde entonces. Él mismo decidió acudir al especialista para comprobar si aquel "chascarrillo" del compañero de trabajo era más que una posibilidad. "Es mejor saber que no saber y por eso fui". Y efectivamente, aquella expresión de su compañero se corroboró. Es un asperger "de altas capacidades" que puede desenvolverse sin problemas socialmente, "otros no", subraya.

Ahora, "sabiendo que yo también tengo autismo, puedo entenderla mejor que otra persona. Basándome en mis propias experiencias podré ayudarla mejor", declara este padre de otra niña, que agrega que el trabajo sobre la concienciación sobre el autismo "no tiene la misma fuerza si viene de un padre de un autista que de aquel que padece ese trastorno". Movido por ese ánimo de divulgar qué o cómo son quienes viven en el espectro autista, accedió a contar su propia experiencia personal y la que está teniendo con su hija, invitado por la Asociación Autismo Zamora, en un acto celebrado ayer en la Fundación Rei Afonso Henriques.

Cuenta Raúl que a los siete o nueve años, no recuerda con exactitud, "tenía problemas de integración con el resto de niños" y sus padres le llevaron al llevaron al especialista. Pero, "por aquel entonces, solo se diagnosticaba el autismo más profundo", de modo que salió de la consulta sin ninguna solución.

Seguía siendo "el niño raro". ¿Hasta qué punto limita esa etiqueta? No sabe realmente, "cuando tenía 19 o 20 años, la gente se empeñaba en decirme que "no eres normal", aunque yo no lo veía". Un posicionamiento que define como un mecanismo de defensa, que le llevaba a pensar ""pues ser normal es muy aburrido" y tomé como bandera".

No sabe qué hubiera pasado de saber que su comportamiento no encajaba con esa normalidad "por una razón concreta", por ser un asperger, "no sé cómo hubiera sido el camino de diferente". Quizás, se plantea, "me habría limitado porque la gente se vuelca en protegerte y decirte que no puedes hacer esto y lo otro".

Este ingeniero informático llegó a tener su propia empresa durante cinco años, trabajó en Dublín y en Amsterdam, tiene pareja desde hace que estudiaba en la Universidad de Valladolid, tiene amigos, "yo creía que muchos, hasta que mi psicóloga me ha dicho que no tantos", dice con una media sonrisa.

Apunta que en la rama de Nuevas Tecnologías "hay mucha gente con trastornos de autismo, pero pasan desapercibidos" porque "los que son de alta capacidad pasan el filtro social y la mayoría están por diagnosticar, sospecho que mucha gente lo es y no lo sabe", la sociedad les aplica el estereotipo del "friki", que Raúl prefiere denominar con el anglicismo "geek".

Ningún autista es igual, insiste, de modo que, "si conoces a una persona con autismo, conoces a una", advierte. ¿Cómo es su caso? "Soy un desastre leyendo información no verbal, la expresión corporal, las miradas, el contacto visual". Pero es el mejor, insuperable, cuando toma interés por algo concreto, "normalmente encuentras un tema que te fascina y lo aprendes todo".

En su caso, fueron los ordenadores, a los que está dedicado en cuerpo y alma desde que tenía 10 años, en los años 80, cuando no era nada fácil que los padres compraran un computador a su hijo. "Desde entonces, ha ido conmigo a todas partes, he encontrado mi trabajo a través de ahí".

Y es que los asperger se han convertido en el "un perfil" profesional idóneo para realizar el control de calidad para los "softwear" "porque no sabemos filtrar y lo vemos todo absolutamente, vemos los detalles no las generalidades", son auténticos detectores de los fallos de los programas, "somos mucho más eficaces" que los "neurotípicos" (las personas denominadas "normales"). Las empresas, por las dificultades que tienen para pasar entrevistas personales, "meten a los aspirantes al puesto de trabajo en proyectos para ver cómo responden".

Su cerebro "siempre está trabajando, me cuesta dormir, tardo media hora por lo menos", debido al constante fluir de pensamientos. Ha tenido que aplicar técnicas para "dejar cosas pendientes en notas y ponerme un recordatorio" para retomar la reflexión en la que esté metido. "Son estrategias para salir de esa sobreinformación y procesamiento constante".

Sobre el mito de que los autistas no empatizan, puntualiza que "no es cierto, somos malos leyendo la información", de modo que. "Si pregunto "¿qué te pasa?" y me dices "nada", yo interpreto exactamente eso. Soy bastante literal". Recuerda la ocasión en la que su esposa le dijo "para arreglar así el lavavajillas, mejor que no lo arregles", y yo dije, "vale"".

Las reglas sociales, "si no tienen ningún sentido, cuesta seguirlas porque no tienen ninguna lógica, las sigo, pero no acabo de encontrarles el sentido ", añade. Y "somos muy tolerantes, si eres distinto, está bien que lo seas. Cada uno debería ser como quiera".