Es un cantaor que piensa, que en las madrugadas insomnes se enroca en los recovecos del arte y busca respuestas. Flamenco antes que nada, por partida doble: cantaor y tocaor, como Juan Breva. Sabe que el arte es un don que hay que educar y alimentar con técnica y tiempo. Ricardo Fernando del Moral es consciente de que el jondo es indigesto si no se aliña con emociones. En un universo sin galaxias, hay que brillar sin perder un momento, que se fijen en ti. Captar la atención de los jóvenes es la asignatura pendiente también del flamenco. Lo sabe. Y que este mundo anda de aquí para allá, sin anclajes. Esta noche canta en la sede de la peña Amigos del Cante de Zamora. Que se preparen los peñistas, que el mirlo blanco se ha hecho estrella.

-Ganó por goleada la Lámpara Minera de 2012, batió el récord de premios, con una manita, ¿para usted, supongo, el Festival de la Unión es el paraíso, la Arcadia soñada?

-Le estoy muy agradecido. Para mi ha sido todo. Nunca pensé en ganarlo y menos como lo hice. Cambió mi vida y me abrió muchas puertas. Era un absoluto desconocido y ahora sueño en flamenco.

-Un disco: "Yo solo", alfa y omega del jondo, pero los aficionados cabales -y todos los demás- piden más.

-Ya está en el horno. Saldrá el año que viene.

-¿Bajo la misma filosofía clásica y académica que el primero?

-La pureza y jondura la da el cantaor, la imprime el artista, hay quien puede cantar por tangos y ser más puro que una soleá. Pero es verdad que tendrá una parte más festera. Interpretaré, por ejemplo, un tango de Carlos Cano.

-¿El arte tiene muchas puertas?

-Claro, claro. El arte es muy subjetivo. Tiene como base la emoción, pero también es técnica, conocimiento.

- ¿Tiene que evolucionar?

-Sí, sí. El flamenco no ha dejado de evolucionar, como ocurre con el mundo en general. Las figuras es lo que han hecho siempre, han dejado su impronta, que en algunos casos se ha hecho eterna. Quién le hubiera dicho a don Antonio Chacón que las cartageneras que ya cantaba a principios del siglo XX, llegarían hasta nosotros.

-Pero el flamenco cada vez está siendo más diseccionado, hay cátedras que imparten magisterio, ¿no vamos a perder la espontaneidad, la creatividad, en aras del academicismo?

-Vamos a intentar que no ocurra así. El arte no se aprende en la universidad, pero sí la técnica. Las generaciones de las décadas del 70 al 90 fueron ejemplares.

-Las referencias se nos están marchando, la edad no perdona. La responsabilidad de mantener la nave enhiesta y de impulsarla es de su generación, ¿eso es un reto o un plomo?

-Y nos cae esa responsabilidad en una época muy sensible: los festivales de verano están en declive, las peñas, es ley de vida, están envejeciendo. Hay que utilizar otro tipo de herramientas, las actuales.

-¿Por ejemplo?

-Una mayor presencia del flamenco en televisión. Un arte que es patrimonio de la humanidad, que nos define, que es marca España, no puede estar arrinconado en los medios...

-Y entrar en el mundo de los jóvenes...

-Esa es una de las asignaturas pendientes del flamenco. Los jóvenes no llegan al flamenco porque no lo han probado. Es imposible que la gente le guste el jamón si no lo han comido. Tenemos que llegar a los jóvenes, rejuvenecer a los aficionados...

-¿También adaptar las letras a los nuevos tiempos?

-Claro. El cante siempre ha contado lo que le pasa a la gente, lo que siente; si ahora, es verdad, el concepto del mundo es diferente, pues tenemos que captar lo que ocurre, expresarlo y comunicar emociones. Ese es nuestro oficio: contar y cantar lo que ocurre.

-Cantaor y tocaor, ¿eso es posible sin que se resienta alguna de las dos habilidades artísticas?

-Ricardo Fernández del Moral es el ejemplo de que es posible. Otros lo han hecho antes. Esta claro que hay puntos que suman y restan, pero en el computo general yo creo que suma más que resta. Para mi es un lujo poder seguir haciéndolo. Nunca lo dejaré de hacer, pero estoy pensando hacer incursiones con otro guitarrista. Es un proyecto. Los dos. ¿Dejar de tocar yo? No, desde luego que no, porque yo no sería quien soy.