Además de la tradición oral, existen pruebas documentales de que el pueblo de Milles se situó en tiempos pasados en plena vega, a un kilómetro de distancia de su actual ubicación. Los vecinos designan como el Lugar Viejo a aquel emplazamiento. Evocando detalles, junto a esos solares primitivos cruzaba antaño el río Esla, desviado ahora a unos tres kilómetros de distancia. Testimonio de aquel paso es la permanencia de una laguna, un meandro abandonado. El desnivel entre el cauce fluvial originario y la población hubo de ser exiguo. Por ello, año tras año, sus habitantes soportaron incomodidades y peligros con los habituales desbordamientos invernales. En repetidas ocasiones la práctica totalidad de las viviendas quedaban anegadas y se producían cuantiosos daños. Una de esas riadas, que debió ser excepcional, provocó una total destrucción. Derribó la iglesia y se llevó las imágenes allí veneradas. Entre esas tallas arrebató una devota figura del Crucificado. Los desbocados turbiones la desplazaron muchos kilómetros hacia abajo, dejándola varada en uno de los pilares del puente de Ricobayo. Allí la descubrieron unos transeúntes, quienes, tras rescatarla, la entregaron en el palacio episcopal de Zamora, donde quedó arrinconada en una de sus paneras. En ese granero la divisó un campesino que fue a comprar semilla para la siembra. Impresionado y conmovido, decidió adquirirla para la iglesia de su pueblo. Tras iniciar la vuelta a su casa, al llegar a las lindes de separación entre los términos de la capital y de Morales del Vino el carro con el que viajaba se atolló. Sólo consiguió desatascarlo cuando bajó la escultura divina. Ese hecho, tomado como milagro, fue el que provocó que, para cobijarla, construyeran en aquel punto la famosa ermita del Santo Cristo de Morales. Atendiendo a esa historia, las gentes de Milles aseguran que tan célebre y reverenciada efigie es propiedad de su parroquia.

Colmado el aguante de los residentes, tras esa u otra inundación similar, decidieron cambiar la situación del pueblo. Eligieron un paraje más en alto, en las faldas de una alineación de cerros que arranca hacia el oriente desde el teso de la Magdalena. Lograron así librarse definitivamente de los repetidos y dañinos anegamientos. Ese traslado se realizó a partir de 1650, consiguiendo la licencia real y una positiva exención de impuestos para levantar la nueva iglesia en el año 1673.

Animados a conocer aquel inicial y abandonado asentamiento, el citado Lugar Viejo, salimos del casco urbano actual por la pista por la que se accede hasta el cementerio hoy en uso. Es una calzada de pavimento asfaltado, pero que cuenta todo a lo largo con una especie de acera, protegida con hitos bien recios, muy grata para el paseo. Tras llegar ante el moderno camposanto, en la bifurcación allí existente elegimos el ramal de la derecha. Por él, con firme ya de grava, unos cuatrocientos metros más allá arribamos al anhelado Lugar Viejo. Lo localizamos bien por ser un paraje contiguo por el oriente con el pontón tendido sobre un ancho arroyo. Accedemos a él por unas irregulares roderas marcadas entre los cañaverales. Viene a ser una especie de mota o colina que apenas destaca, pero que permite panorámicas ventajosas, extendidas sobre la laguna antes señalada. Frente a nuestra vista aparece sorpresivamente un precioso retazo acuático, terso y quieto, constreñido por una orla de juncos y de carrizos. Su serenidad habitual es posible que se quiebre si levantan el vuelo las bandadas de aves acuáticas, patos sobre todo, que por aquí vivaquean. Pero es un estrépito momentáneo tras el cual vuelve la calma. Justo al lado asoman unas desportilladas paredes de ladrillo que todavía delimitan un abandonado corralón. Un poco más allá se reconoce otra cerca aún más destrozada, en este caso creada con tapial. A esta última se la designa como Huerto o Corral de Vacas. Aseguran que es un resto del pueblo primitivo y que ocupa los solares sobre los que se alzó su templo. En épocas relativamente cercanas encerraban las reses de las yuntas en su interior cuando las llevaban a pacer en el mes de mayo a los prados inmediatos. Al generalizarse la maquinaria moderna y desaparecer la tracción animal ningún ganado parece llegar hasta aquí, invadido todo por hirsutos hierbajos y maleza punzante.

Optamos por seguir hacia el río por el camino más transitado, desdeñando cualquiera de los diversos empalmes y cruces existentes. Atravesamos uno de los retazos de vega más fértiles de toda la provincia. Tanta fecundidad es posible por una compleja red de canales que distribuyen el riego a todos los rincones. Por esos espacios, carentes de otros árboles, se dispersan viejos nogales, dotados grandes y densas copas. Las áreas dedicadas a la agricultura concluyen bruscamente más abajo. Surge allá una banda forestal continua, generada por la unión de sotos ribereños naturales y choperas geométricas plantadas a su vera. Nos introducimos en ella y, siguiendo en lo posible la línea recta, intentamos alcanzar las márgenes fluviales. La última franja vegetal, formada por sauces, fresnos y arbustos lacerantes, resulta mucho más intrincada, casi impenetrable. Para atravesarla hemos de buscar alguna de las sendas creadas por los pescadores. Al fin contemplamos directamente el lecho acuático. Queda tan ceñido por esas masas arbóreas que apenas resta algún espacio entre los últimos troncos y las corrientes. Aún así el río, el importante Esla, se nos presenta solemne y pausado, un magno espectáculo natural que merece ser gozado con calma. Sus caudales cruzan casi silenciosos, emitiendo apenas un leve murmullo. De común las aguas son límpidas y transparentes, dejando ver los fondos poblados de algas. A su vez, cuando inciden los rayos del sol sobre las ondas cambiantes se producen múltiples irisaciones y destellos.

Iniciamos ya el regreso, tomando un nuevo carril que sale de allí mismo hacia el oriente. Ese itinerario, después de un par de sucesivos recodos, se dispone en paralelo a la ruta por donde vinimos. Por él avanzamos sin desvíos, obviando los sucesivos cruces. Los caracteres paisajísticos son similares a los ya conocidos, distribuidos los espacios en amplias y fecundas parcelas. Distante un poco más de un kilómetro hacia el oriente y bien cerca de los sotos ribereños, distinguimos una amplia construcción. Pertenece a la finca del Priorato, pues eso fue, un establecimiento religioso, habitado originariamente por canónigos de San Agustín. Ese recinto cenobítico, dedicado a Santa María, existía ya a finales del siglo XII. Se sabe porque en esas fechas fue donado a la Abadía de Benevívere, ubicada en la lejana Carrión de los Condes. Al lado mismo se situó el que fuera famoso puente de Deustamben, proyectado por el legendario arquitecto creador de la basílica de San Isidoro de León. Tal paso debió de ser el sustituto de otro anterior romano que tuvo notable importancia en las comunicaciones. Estuvo al servicio de la vía de La Plata que enlazó Mérida con Astorga y más tarde de la transitada cañada ganadera de La Vizana. Víctima de las grandes riadas y de la inestabilidad de sus cimientos, sufrió deterioros que no fueron reparados. En el siglo XIV ya estaba inservible, terminando por desaparecer hasta no quedar vestigio alguno de su existencia.

El tramo recto concluye en una encrucijada importante en la que nos desviamos hacia la izquierda. Un poco más adelante torcemos una segunda vez, ahora hacia la otra mano. Bien pronto ya, después de atravesar la carretera, llegamos de nuevo a Milles, penetrando por la llamada calle de Mózar. Toca ahora hacer un recorrido pausado por el pueblo. Veremos así que de la arquitectura tradicional del pasado apenas quedan ejemplares íntegros. Los pocos edificios antiguos que perduran muestran muros decrépitos de agrio tapial. Fruto de la prosperidad de nuestros días, gran mayoría de las viviendas son nuevas, bien diseñadas y de adecuada habitabilidad. Esa modernización también afectó a la sede del ayuntamiento, amplia y funcional, coronada por la torrecilla del reloj. Preside y enaltece la plaza mayor, rotulada ahora como de Sergio Núñez Pajares, en honor y recuerdo de un fallecido alcalde. Ese espacio nuclear está ornamentado con gratos jardines y un curioso tejadillo poligonal similar a un kiosco. Además, en uno de sus extremos contemplamos una reproducción del miliario romano hallado en 1985 al arar con un tractor en la finca del Priorato. La pieza auténtica se exhibe en el Museo de Zamora. La traducción de su texto, mostrada en una placa aneja, nos informa que ese hito fue alzado en tiempos de Nerón. También señala la distancia hasta Emerita Augusta, capital de Lusitania: 259 millas, unos 383 kilómetros. Tal medida se ajusta casi exactamente a la que en realidad separa el propio Milles de la ciudad extremeña.

Bajando por la calle Ancha llegamos pronto a la iglesia parroquial. Ya hemos señalado antes que fue alzada a mediados del siglo XVII, posiblemente reaprovechando piezas del perdido templo del Lugar Viejo. Se nos presenta como un monumento recio y sobrio, construido con piedra irregular asentada con gruesas llagas de mortero. Destaca su voluminoso presbiterio, de planta cuadrada, dotado de gruesos contrafuertes en las esquinas. A él se le adosa la nave, más baja y humilde, la cual unifica sus tejados con los del pórtico situado al mediodía. La espadaña carga sobre el muro de poniente, dotada de tres vanos con arco apuntado. Este campanario, creado con ladrillo enfoscado, parece más moderno que lo demás, quizás fruto de alguna reconstrucción. Una sencilla puerta, formada con grandes dovelas, permite el acceso al interior. A primer golpe de vista sorprende la bóveda de crucería estrellada que cierra la capilla mayor. Sirve como testimonio de la utilización de las formas góticas mucho después de haberse abandonado ese estilo. A su amparo se alza el retablo mayor, de líneas neoclásicas, enriquecido con tres parejas de columnas jaspeadas. En su nicho principal, dotado de transparente, aparece la imagen titular de San Miguel, patrono de la parroquia. Mucho más atractivo resulta un retablo lateral, barroco, en el que se cobijan las tres esculturas de un calvario. Éstas son piezas nobles y hermosas, de un manierismo renacentista realmente admirable. Otra imagen excelente es la que representa a Santa Clara. Está colocada en una ménsula lateral y descuella por su serena expresión.