"Cuando las personas estamos en la calle, nos cuesta pensar en nuestros derechos, porque el de la supervivencia es el único que tenemos presente", asegura Fernando Sendón, uno de los 17 usuarios que está viviendo actualmente en el centro de acogida Madre Bonifacia.

Sendón agradece que entidades como Cáritas "pongan de relieve la problemática del desarraigo social y extremo que vivimos", al tiempo que denuncia que el Estado "ha hecho una dejación total de sus funciones para ayudarnos y lo ha dejado todo confiado a las manos de asociaciones del tercer sector, pero sin dotarlas de medios suficientes, aunque podría hacerlo", subraya. Y para ello pone como ejemplo las cientos de viviendas vacías que hay repartidas por España "y que se podrían poner a disposición de entidades como Cáritas, de manera tutelada o no, para sacarnos de esta situación", propone.

"La calle es un gran igualador para todos, independientemente de nuestras condiciones previas. Nos ataca al sentido mismo del ser humano, de nuestra identidad, y nos lleva a una falta de autoestima tremenda", describe. Una situación que redunda en una caída al vacío. "La carencia de objetivos te hace moverte por inercia y acabas recurriendo a la mendicidad por esa falta de autoestima", enlaza. Además, cuando la situación se enquista, "acaban apareciendo las adicciones y enfermedades mentales, que se unen a los problemas materiales", suma.

Este gallego de 54 años, mecánico naval -aunque también tiene experiencia en la industria y el sector servicios, sobre todo en el tema de la limpieza-, llevaba una vida normalizada en Baleares hasta que la vida le "sacudió" en 2013 con el fallecimiento, en el plazo de un mes, de su pareja, su madre y su hermana. "Ahí comenzó un duelo que se volvió patológico y que me hizo ir dando tumbos de un sitio a otro", resume sobre cómo llegó a vivir en la calle cuando parecía que su vida estaba asentada.

Hace dos meses llegó casi de casualidad a Zamora, tras una estancia en Burgos, donde estuvo trabajando cuatro meses, y Cáritas le abrió sus puertas. "Lo primero que hicieron fue retomar el seguimiento médico, porque necesito medicación por el VIH", agradece. Ahora siente que ha retomado las riendas de su vida poco a poco. "Tengo una rutina, acudo a los talleres, siento que vuelvo a respirar y noto que sirvo para algo de nuevo, un sentimiento que en la calle desaparece", reconoce. De los profesionales de Cáritas Zamora que le han tratado destaca "la calidez humana" que le ha vuelto a recobrar la esperanza.