Recostado en la base del Sierro de San Juan, Ferreros de Sanabria se presenta como un anhelado paraíso, una perfecta combinación entre la obra humana y una naturaleza espléndida y arrolladora. Sus casas se diseminan entre huertos y prados, distribuidas en cuatro barrios diferentes: de Arriba, de Abajo, Barrimedio y La Majada. Aparte de numerosos frutales, el bosque, un pujante robledal, abraza el casco urbano por todos sus costados, como si quisiera protegerlo de las asechanzas y peligros exteriores.

Al deambular por sus calles advertimos que, aunque existen viviendas de nueva construcción, éstas no generan contrastes discordantes. Forman un armónico conjunto con los diversos inmuebles antiguos, casi todos bien rehabilitados, en los que se mantienen las formas heredadas. Dominan los muros de mampostería pétrea y las cubiertas de brillantes losas. En algunos casos aún resisten vetustos corredores tendidos a lo largo de las fachadas, a los que se accede por recias escaleras exteriores. Las fuentes públicas, estratégicamente situadas, fueron creadas hacia 1955, aprovechando los manantiales usados secularmente. Como consecuencia del abastecimiento domiciliario de aguas han quedado obsoletas, pero aún ofrecen una hermosa estampa, humildemente conseguida con ladrillos y cemento. También resulta interesante el potro, imprescindible antaño para sujetar e inmovilizar a bueyes o caballerías cuando había que herrarlos. Llegó muy deteriorado a nuestros días, casi desvencijado, con sus maderos carcomidos y rotos. Dada esa decrepitud, lo han rehecho no hace mucho con nuevos materiales, pero repitiendo fielmente las formas pretéritas.

Como en tantos otros lugares, edificio local más notable es la iglesia, la cual preside el pueblo desde su mismo centro. A su lado se abren los espacios de la plaza, recinto agradable y sombreado, lugar de encuentros y donde realizan los bailes en las fiestas. Atendiendo al propio templo, vemos un monumento sobrio y austero, que, en su conjunto, parece haberse levantado en un único impulso constructivo. Una inscripción, cincelada sobre el alero de la cabecera, testifica con claridad que la obra se erigió en el año 1695. Aunque también señala sobre quien fue su promotor, la información no queda tan obvia, debido a los líquenes y a complejas abreviaturas. Analizando detalles, distinguimos un presbiterio cuadrado, firme y potente, nave más baja y una grácil espadaña alzada sobre el muro del hastial. La entrada, abierta en la fachada del mediodía, queda protegida por un portalillo. Oportunas obras de restauración realizadas hace escasos años han dignificado todo el edificio. Entre otras acciones retiraron las agresivas placas de uralita de los tejados, sustituyéndolas por las más apropiadas losas de pizarra. Al acceder al interior lo descubrimos todo bien limpio y mantenido, muy acogedor. El retablo principal muestra la compleja exuberancia de sus formas barrocas, con frisos, tableros y columnas suntuosamente cuajados de florones y hojarasca. Desde lo alto preside la figura de San Clemente, titular de la parroquia. Colocadas en altares secundarios, descuellan dos imágenes de la Virgen. Una, la del Buen Suceso, recibió tradicionalmente gran veneración, ya que era a ella a quien encomendaban a las parturientas. La otra, titulada de las Candelas, aparece maternalmente representada en el momento de amamantar a su hijo. Bien famosa es la escultura de Santo Toribio, cobijada aquí tras derrumbarse su ermita propia que estuvo ubicada sobre la cumbre del montículo cercano. Afirman que se apareció allá arriba e insistió tozudamente en quedarse en aquel enclave. Esa obstinación la demostraba cada vez que las gentes del pueblo de Otero pretendían llevársela, pues, misteriosamente, siempre regresaba al lugar de su hallazgo. Como consecuencia de ello los vecinos de Ferreros le construyeron una ermita en aquel paraje, la cual perduró hasta el siglo XIX. Bien diferente fue la actitud de Santa Lucía. La encontraron en el hueco existente en una peña local, situada en lo alto de Chaneros, en la cima del Sierro. De allí bajaron su talla repetidas veces, probando instalarla en distintas localidades, pero sólo aceptó quedarse en Vime, en cuyo templo se le sigue dando culto.

De las cercanías de la propia iglesia arranca hacia el sur un camino bien marcado, que es el que vamos a tomar. Antes de dejar atrás las últimas casas alcanzamos una bifurcación en la que optamos por el ramal de la derecha. Aunque en un principio deambulamos por entre fincas aún despejadas, bien pronto nos introducimos en el monte, obligados a concentrar las miradas en un menguado entorno de troncos y espesuras. Dominan los robles, jóvenes en general, entre los que se intercalan diversos castaños. Un oportuno letrero indica que nos dirigimos hacia El Riguero. Con ese nombre se conoce aquí al arroyo principal, cuyos orígenes están en las laderas del Sierro, por encima del pueblo. En los mapas tal corriente acuática aparece designada como arroyo del Manzanal, afluente del río Tera por su margen izquierda. Aunque suele secarse en los veranos, sus abundantes corrientes invernales accionaron al menos tres molinos, en nuestros días abandonados y en ruinas. De uno de ellos aún divisamos sus desportillados muros cuando al fin descendemos hasta el cauce.

Superado el arroyo, toca ahora remontar la ladera de frente. Pronto toparnos con una bifurcación en la que hemos de tomar la vereda de la izquierda. Esa misma mano la volvemos a elegir algunos cientos de metros después, al entrar en una pista asfaltada que baja desde Robleda. Por esa calzada, apta para coches, llegamos a una pradera holgada en la cual las perspectivas se liberan de la contención impuesta por el bosque. Dado ese alivio, el paraje resulta aún más amable y grato. Dispone de una campa de fina hierba, animada con árboles dispersos que proporcionan una sombra opcional. En sus fondos han acondicionado un amplio depósito acuático. La obra consta de una excavación rectangular, consolidada con recios muros, uno de los cuales actúa de dique. Allí, las corrientes del Manzanal o Riguero, quedan remansadas brevemente para recuperar a continuación su espontáneo discurrir. Se origina así una piscina natural que suponemos ha de ser muy frecuentada en los veranos. Bien hermosa y pintoresca resulta una fuente, emplazada a media ladera, deteriorada e inservible ahora.

Aunque el sitio invita a quedarse largo rato, en algún momento hemos de continuar. Toca ahora superar el trecho más dificultoso de todo el recorrido, pues debemos de cruzar campo a través, enfrentándonos con tesón a una áspera maleza. Desde la cabecera del estanque buscamos el punto más accesible hacia el oriente, para proseguir después en esa dirección. Obviando en lo posible los corros boscosos, aprovechamos las irregulares trochas generadas por los ciervos cuando acuden a abrevar. Buen alivio en nuestra marcha sería el encontrar unas roderas por allí marcadas. Sorpresivamente llegamos al camino transversal que comunica directamente Ferreros con Otero. Pese a la tentación de seguirlo, lo abandonamos en el mismo punto para dirigimos al cerro puntiagudo inmediato, al famoso pico de Santo Toribio, bien llamativo por sus formas. No hay riesgo de pérdida, pues el ribazo carece de árboles; pero hemos de superar un sector incómodo poblado de carquesas, brezos y escobas.

Una vez arriba, percibimos la entraña rocosa del altozano, con agudos crestones de esquistos y cuarcitas. A pesar de no contar con excesiva altura, desde su cumbre se abarcan amplísimas panorámicas, dominándose gran parte de Sanabria. Reconocemos numerosas localidades; unas catorce contabilizamos en un rápido recuento. Es en verdad uno de los miradores más impactantes de toda la comarca. Antaño, sobre los solares que pisamos se emplazó la ermita del santo obispo de Astorga del que el cerro toma nombre. Ya hemos evocado su leyenda al visitar la iglesia local. De este santuario, visible desde largas distancias, no queda ahora ningún resto. A pesar de esa privación, el enclave resulta valioso por su trascendencia arqueológica. Sobre él se ubicó un poblado activo entre los siglos I antes de Cristo y IV de nuestra era. Previamente, existe la sospecha de que pudo existir un castro celta de la tribu de los zoelas. Sus ocupantes hubieron de dedicarse a la metalurgia, siendo la fundición de hierro la actividad principal. También se supone que obtuvieron oro. Además de haberse hallado fragmentos de crisoles, al observar detenidamente los riscos descubrimos numerosas piletas que tal vez se aprovecharon para triturar los minerales, extraídos de filones cercanos. De aquellos herreros, o ferreros, habrá de derivarse la denominación del pueblo actual. Para mayor información, unos oportunos carteles nos aclaran la trascendencia científica del lugar.

Existe por acá una peña en la cual están cinceladas diversas herraduras, ocho se distinguen con precisión. No es fácil de encontrar esa piedra, dado que son numerosas las que afloran. Hace unos años fotografiamos tales marcas, pero en una última visita no fuimos capaces de localizarlas. Dicen que aquí se apoyó el fabuloso caballo de Santiago en una de las cabalgadas que el fogoso apóstol realizó por nuestras tierras. Pateó con tanta fuerza que dejó grabadas las huellas que contemplamos. El impulso hubo de ser descomunal, pues de un solo brinco alcanzó las lejanas Peñas del Mediodía, distantes unos diez kilómetros hacia el sur, en montes ya de la Sierra de la Culebra. Aunque el mito resulte increíble y se narre para otros parajes, intriga el significado real de esos signos. Tal vez los cincelaran para singularizar las lindes entre los términos, pues por aquí convergen los de Otero, Remesal y del propio Ferreros.

Común es también la creencia en tesoros escondidos. Aseguran que en este teso se ocultaban grandes riquezas y que un ignoto viajero, que conocía donde estaban, vino para recuperarlas. Al contar ese secreto en un mesón, alguien que lo escuchó se adelantó arrebatándoselas.

Para completar el trayecto descendemos por el acceso más común, el cual empalma con la carretera que viene desde Remesal. Pero en vez de seguir por su arcén, optamos por continuar de frente para evitar las incomodidades del tráfico. Lo hacemos a través de una pista que vuelve a adentrarse por el bosque. Tras poco más de doscientos metros, nos desviamos hacia la izquierda para retornar a Ferreros por un idílico carril.