El empoderamiento de lo femenino y lo que la mujer puede aportar a mejorar el mundo, en el que tienen que convivir ambos sexos, "porque deben avanzar en compañía", es la lucha en la que se ha embarcado la periodista y escritora Teresa Viejo, quien acudió esta semana al Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, donde presentó su última novela, "Animales domésticos", que tiene a una mujer fuerte, prototipo femenino del siglo XXI, como protagonista indiscutible.

-En el trasfondo de su última novela, "Animales domésticos", está el problema latente de las actuales relaciones de pareja, sin tiempo para conocerse, solo encuentros esporádicos. ¿Hasta qué punto le preocupa?

-Se trata de un problema social, no es simplemente el no encontrar al hombre de nuestra vida o pensar en qué malas son las mujeres, que me abandonan. Va mucho más allá y eso es lo que a mí me interesa. En la novela no te planteas este aspecto social, te quedas en lo psicológico, porque tienes el retrato de tus personajes. Pero cuando trasciendes de eso, a la periodista, que es observadora por naturaleza, le inquieta lo que está pasando. Esta suma de individualidades dan una generación de hombres y mujeres que se han separado a los 40 o 50 años cuya forma de actuar ha cambiado. Antes lo normal era encadenar una monogamia sucesiva con otra, pero ahora ya no es así.

-¿Le ha sido complicado escribir en primera persona, ponerse en la piel de la protagonista?

-El adjetivo no es complicado, sino extenuante, motivador a veces y doloroso otras. Te obliga a sacar de ti a la mejor narradora y, sobre todo, a utilizar unas estrategias psicológicas que tenemos aunque no hayamos cursado psicología. Tienes que tirar de tu bagaje personal, de lo que has leído y te has formado. Te metes en la psique de un ego que tú construyes, pero que luego se empieza a mover solo e incluso es más inteligente que tú. Hacia dónde avanza la trama tú no la controlas. Escribir en primera persona y dejar que el personaje se meta dentro de ti cuando vive en un volcán incandescente durante cuatro semanas te deja devastada. Era la primera vez que lo hacía y pensaba que era simplemente un cambio de óptica, pero no tiene nada que ver. Así que alabo a los que escriben normalmente en primera persona, porque hay que tener la cabeza muy bien amueblada y tus emociones muy bien colocadas para que no te influya.

-¿Dónde está el germen de esta novela?

-Siempre que empiezo a escribir, antes que el principio y la historia en sí, yo tengo claro el final. De manera que un determinado final me justifica todo lo demás. Como esta es la cuarta novela, tengo más rodaje y sé cómo hacerlo. Sabía que quería hacer un historia contemporánea, quería ese retrato de mujer, poner a mi personaje en un precipicio que fuera muy empático. Quería hablar del morbo y la curiosidad, aunque no tenía claro hablar de una infidelidad. De hecho, no sabía en principio si sería masculina o femenina, ni si el protagonista iba a ser hombre o mujer.

-Pero llegó Abigaíl, la protagonista de la historia.

-Y que representa a todas las mujeres actuales. Te anima mucho retratar a esa mujer contemporánea que en una reunión de trabajo se pone firme y toma decisiones, está empoderada. Pero que abre la puerta de su casa y se cae como un castillo de naipes: el marido no la valora, los hijos tampoco, sale de la ducha, se ve un michelín y se ve horrible? Ahí vi a mi protagonista, con agravantes además, ya que es licenciada en Psicología y su negocio le permite ser la que ingresa dinero en casa.

-¿Es una situación a la que todavía los hombres no se han acostumbrado?

-Tiene un encaje muy complicado y cada pareja debe analizar, hablar y consensuar esa circunstancia, que ahora ya no es una anomalía. Exige mucha generosidad por ambas partes. Que un hombre no sea el proveedor principal, y por tanto no proteja, es muy duro para él, porque su autoestima está ya dañada. Puede que lo acepte, pero en un momento determinado, por ejemplo cuando la mujer diga que van a hacer un viaje a Costa Rica y a él no le atraiga y su esposa diga que sí porque lo va a pagar ella, será algo brutal. Si sucede al contrario no pasa nada, pero en este caso el hombre interpreta que le dicen que es una cucaracha porque gana más que él. A Abigaíl le quería dotar de cosas muy reconocibles, para que cuando las mujeres leyeran la novela se sintieran identificadas en algún momento. Por ejemplo, también está retratado el tema de la maternidad, a la que ha llegado tras un proceso de fecundación. Tiene muchos remordimientos cuando debe ir a trabajar y prefiere quedarse con su hijo. Odia tener una interna en casa para cuidar de él.

-¿Este feminismo 2.0 hace más fuertes a las mujeres o las ha cargado de más exigencias?

-Como todo en la vida, hay que ponerle mesura. Cuando se habla de los dos sexos, antropológicamente hablando, me gusta hablar del feminismo de la diferencia. Si asumes que tienes unas cualidades y unas habilidades evolutivas distintas al otro sexo, eres compasiva con aquello que el otro no puede hacer y le animas a a él a serlo también, la empatía nace de manera muy sencilla. A partir de ahí, el siguiente paso es la complicidad y la complementariedad.

-¿Cómo se podría llevar esa teoría a la práctica?

-Si comprendiéramos realmente cuáles son las habilidades del otro sexo, por qué reacciona de diferente manera y cuál es su proceso mental, porque son diferente, ya que el de la mujer es tan caótico y permeable, como parte de su feminidad, nos iría realmente bien. Pero ambos sexos tendemos a menospreciarnos por nuestra forma de pensar. Lo femenino, no el feminismo, que entronca con la Madre Tierra, con la naturaleza, con la creación, con la capacidad de dar vida, no solo a tu cría, sino alrededor, y facilita que la vida fluya, es nuestra gran fortaleza. Las mujeres tenemos que hermanarnos.

-Pero a veces somos nuestras peores enemigas.

-Olvidémonos de eso, hay que admirar lo femenino de las otras mujeres. Me encanta cuando veo a altas directivas con ese empoderamiento femenino, es algo muy bello. Y la mujer del tiempo presente es heredera de las otras mujeres, ya no solo de ella misma en su infancia y juventud, sino de las que estuvieron a su lado para que fuera así. Si entendiéramos eso, sería todo mucho más fácil porque tendríamos menos cargas, nos aceptaríamos mejor, nos entenderíamos más a nosotras mismas y a las demás. Y por ende les explicaríamos a ellos lo que está pasando.

-¿Estamos condenados a entendernos, hombres y mujeres?

-No solo a entendernos, sino a ser complementarios, que es maravilloso. No pasa nada porque alguien esté solo, incluso está muy bien para crecer y valorarse. Pero estamos diseñados para compartir y para avanzar en compañía, y preferentemente en compañía de pareja. Lo que no hay que hacer ahora es apología de no tener pareja, nos hemos vuelto locos. Este siglo que estamos viviendo está en plena convulsión interna, como una especie de olla a presión. Tiene que hacerlo bien para dejar bien sentadas las bases, porque si no, vamos a cometer errores enormes.

-¿Por qué continúan esas trabas sociales para que las mujeres puedan acceder a los altos cargos?

-No hay que ser pesimistas en exceso. En una conversación que tuve con la filósofa Amelia Valcárcel me enseñó que solo había que mirar hacia atrás para darnos cuenta de cómo estábamos en los años setenta, cuando mujeres como Ana María Matute tenían que pedir permiso a su padre y luego a su marido para firmar una obra literaria o abrir una cuenta bancaria. El avance ha sido exponencial y estamos hablando del primer mundo, ya que en determinados países árabes se celebra ahora que una mujer pueda conducir. Hemos avanzado mucho y lo vamos a seguir haciendo. Lo que sucede es que hemos vivido una circunstancia ajena a nosotras que nos ha obligado a tener también nuestra particular recesión, que es la crisis.

-¿Afecta más a las mujeres?

-Cuando vives época de bonanza, los empresarios privados, que tienen que hacer un ejercicio de igualdad, porque los públicos ya lo hacen para ajustarse a una ley, en tiempos de alegría económica hacen pequeños guiños a la galería. Pero en tiempos de crisis no, y las decisiones tomadas son flagrantes, desde prescindir en los consejos de administración antes de mujeres que de hombres hasta casos en los que a ellos no se les dan reducción de jornada para cuidar a sus hijos, con lo que se infravalora el trabajo femenino. Todo esto se subraya más con la crisis, así que hemos retrocedido. Es una pena, porque estábamos en unas posiciones muy interesantes, con unas leyes de igualdad que fueron revolucionarias.

-¿Se considera un ejemplo, al haber llegado a dirigir una revista tan reconocida como Interviú?

-No soy muy consciente de haberlo buscado, pero ya venía de dirigir ya un matinal radiofónico en Radio España. Tampoco tuve la vocación de abrir puertas, pero es verdad que el destino, en el que creo mucho, me colocó allí. Tras hacer un análisis de mi vida he comprendido que una mujer especialmente femenina debía estar allí, en esa revista. En ese momento no lo entendí, pero creo que era una especie de misión de potenciar lo femenino y animar a otras mujeres a hacerlo. La fuerza femenina es impresionante, lo hemos visto en nuestras madres y abuelas, sacando adelante a una familia, incluso quedándose viudas con diez niños.

-¿Esta fuerza sería positiva para encauzarla hacia lo político, terreno donde las mujeres tienen tan poco peso?

-Rotundamente sí, sin duda. Creo que una de las habilidades innatas en el ADN de las mujeres es encontrar el consenso, fomentar a través de él los lugares comunes con las personas. Lo hacen las madres con sus hijos. Empatizar es innato en las mujeres. Quiero ver mujeres en política pero desde lo femenino, no quiero mujeres que se comporten como hombres, como los casos de Angela Merkel o Margaret Tatcher, sino mujeres de verdad. A veces, en político vemos que lo que verdaderamente está pasando es una guerra de egos masculinos, hombres enrocados en su puñetera cabezonería. Me llevan los demonios.

-¿Si hubiera una señora Rajoy y una señora Puigdemont no habríamos llegado a esta situación?

-Estoy convencida de que ya se habrían sentado a hablar desde hace tiempo. Y además estarían hablando sus equipos, femeninos también. No habríamos llegado hasta el punto en el que estamos hoy. Pero las mujeres en política solo somos solo una cuota y además con estrategias masculinas. No quiero simplemente políticas con falda, sino estrategias femeninas de negociación.

-¿Hay una solución para configurar un cambio en la actitud de los hombres políticos?

-Yo les daría un curso de comunicación no violenta a todos. Se trata de un método de mediación diseñado por un psicólogo americano , con técnicas muy femeninas. Su base está en aplicar la psicología, ver cuáles son las motivaciones del otro y eliminar los juicios, que es en lo que se centra el discurso político actual, en juzgar al otro y en el "y tú más".

-Profesionalmente hablando, ¿en qué medio se siente más cómoda?

-Después de escribir, la radio me da mucha satisfacción, mientras que la televisión me da pereza, porque hay muchos obstáculos entre lo que yo cuento y lo que recibe el espectador. En cambio, la radio es más cercana. También tengo la suerte de hacer radio muy hecha a mi medida, como un guante, un programa sin mayores ambiciones y con toda la humildad que tiene una simple conversación con gente interesante. Yo simplemente soy el puente entre ellos y los oyentes, todo un lujo.

-¿Qué le ha aportado su faceta de escritora?

-Me ha hecho mejor persona, me ha dado herramientas para conocerme a mí misma y al ser humano, empatizar con el dolor ajeno, que es lo que te permiten las novelas. Concretamente, esta última sin lugar a dudas. Como ese acercamiento psicológico me ha atraído siempre, disfruto mucho. También es verdad que te lleva a un punto de alejamiento de la realidad muy peligroso, en el sentido de que mis amigas a veces tiran de mí para no perder del contacto humano. Soy consciente de que disfruto mucho de mis universos paralelos, pero que me tengo que autodisciplinar para mantener el contacto, algo a lo que te ayuda la promoción, recorriendo España con mi maleta.