Historiador experto en el mundo romano, llegó "por casualidad" a interesarse por las mascaradas de invierno de Zamora. Ahora Bernardo Calvo Brioso inicia en LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA una colección sobre estos ritos ancestrales, que comenzará a entregarse, de manera totalmente gratuita, cada sábado a partir del próximo 23 de septiembre. El profesor desgrana algunas de las singularidades que el lector podrá encontrarse cada semana.

-¿Qué se descubrirá en el nuevo coleccionable "Mascaradas de Invierno en la provincia de Zamora"?

-Se analizará el origen, simbolismo, razón de ser y un poco la historia de cada una de ellas.

-¿Cómo llegó a iniciar esta ardua investigación?

-Mi especialidad es el mundo romano y apenas había ido más que a ver el Zangarrón de Montamarta, no les había prestado mucha atención a las mascaradas de invierno. Pero un profesor portugués me pidió para sus estudios que comprobara si tenían algún rasgo romano. En 2005 empecé a visitarlas y descubrí muchos ritos del mundo romano allí. Así comenzó mi aventura con las mascaradas.

-¿Cómo llegan a pervivir ritos tan ancestrales?

-Un poco debido al estado marginal de nuestra provincia. Por ejemplo, donde más ritos hay es en la zona de Aliste, que desde el año 1200 hasta muy avanzado el siglo XIX perteneció a la diócesis de Santiago de Compostela. Estaba muy lejos para hacerle un seguimiento como hacían los visitadores y nuestros obispos, así que le encargaban a canónigos de la Catedral de Zamora que les hicieran la visita en su lugar y las hacían más superficialmente que en otros sitios, hasta prácticamente el siglo XIX. Aliste también es muy rica en otro tipo de tradiciones y supersticiones y ha sido debido al alejamiento. El carácter marginal de Zamora nos ha marcado en todos los sentidos y eso ha favorecido al mantenimiento de este tipo de tradiciones.

-¿Son costumbres tan arraigadas que ni la Iglesia pudo con ellas?

-Hasta el siglo XI la Iglesia lo intentó mediante condenas y excomuniones. Al ver que no lo conseguía hizo algo que había hecho con el resto de ritos, el integrarlas dentro de la religión, en nuestra provincia través de las cofradías de san Esteban, donde metió a todos los jóvenes, que cada 26 de diciembre salían. Así estaban controlados por la Iglesia. A partir de los siglos XIV y XV y tras el Concilio de Trento, el hecho de que estas mascaradas se desarrollaran no en las calles sino en el interior de las parroquias provocó una reacción total contra ellas por parte de la Iglesia y empezaron las multas e incluso amenazas de prisión, hasta que prácticamente las erradicaron.

-Pero continúan activas.

-A pesar de todo eso se mantuvieron y el jaque mate a las mascaradas no lo dio la Iglesia, sino la situación de nuestra provincia. En los años 60 de nuestro pasado siglo la emigración hizo que la mayor parte de la gente joven de los pueblos se fuera a trabajar a Barcelona, Madrid, País Vasco e incluso Europa. Eso acabó con la gente joven que era la protagonista de las mascaradas. La Iglesia lo intentó pero las carencias de nuestra provincia son las que están acabando con ellas y ahora mismo es el peligro que se cierne.

-¿Cuál ha sido el descubrimiento más singular durante su estudio?

-Se viene diciendo que las mascaradas simbolizan la lucha entre el bien y el mal y en el primer libro que edité mantuve esta tesis, de Francisco Rodríguez Pascual. Pero un análisis más profundo me ha llevado a la conclusión de que estábamos equivocados. Identificaba que el bien estaba representado por el galán y la madama, pero estos personajes son meros espectadores, jamás luchan. Los que lo hacen son los menesterosos de la fortuna: el gitano, el ciego, el piojoso... es decir, los pobres de fortuna, que acaban derrotando a los diablos, que para mí personifican a la nobleza de la zona, desde los marqueses de Alcañices y Tábara hasta los condes de Alba y Aliste.

-¿La crítica social es la base de estas mascaradas?

-Es así en el caso de las obisparras, que no tienen que ver con el zangarrón de Montamarta o Sanzoles. Pero todas tienen lo que denominamos coplas, interpretadas por el ciego, donde se sacaba a airear la ropa sucia que había ocurrido en el pueblo, con el ánimo de que se lo llevara el viento y la localidad quedara purificada. Por ejemplo, un documento de Belver de los Montes narra que durante la procesión del Corpus salía el personaje del barquillero, que iba con un cesto lleno de cuernos de vaca y se lo ponía a quien le parecía, "con risas de muchos y silencios de los interesados", según se señala.

-¿Este cometido se ha perdido?

-La crítica ahora es mucho más ligera. El que mejor la hacía era Ramón Carnero con la Vaca Antrueja en Pereruela, se fijaba en temas de actualidad local, provincial y nacional. Sin embargo, sí que se mantiene en Portugal.

-¿Se han convertido las mascaradas en seña de identidad para algunos pueblos?

-Ahora mismo ya nadie cree que si no se celebran no se van a fertilizar los campos, la gente y los animales. Pero en pueblos pequeñitos, donde ven que no tienen dónde agarrarse, se están tomando como seña de identidad. Un pueblo que no existiría en los libros si no fuera por su mascarada es Villarino tras la Sierra. Ese pueblo, cada 26 de diciembre en torno a las tres y media de la tarde, empieza el aguinaldo en la primera casa del pueblo y a todos los asistentes les van dando dulces y licores. Y así hasta terminar la cuestación en la última casa, donde quedan todos reunidos en señal de unión frente a los demás, para finalizar con una cena comunal para todos los vecinos y visitantes.

-Un gran impulso sería reconocer las mascaradas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, como se está intentando. ¿Qué le parece esta acción?

-El aprobar esto es una cuestión más política que cultural. Ahí está el caso de Cataluña. Sus torres humanas no tiene más de 200 años de antigüedad, una minucia comparado con nuestras mascaradas de invierno. Además carecen de simbolismo, historia, extensión o diversidad pero, sin embargo, son patrimonio porque para conseguir el apoyo de Cataluña, el Gobierno los propuso y salieron. Para concedérselo a las mascaradas debe haber una exaltación política que todavía no existe. En segundo lugar, hay un problema de tipo técnico, porque estas mascaradas se extienden desde el sur de Portugal hasta Siberia y desde Irlanda hasta Turquía. Si se hacen solo con las zamoranas y portuguesas de Tras os Montes, como pretendía la Diputación, Castilla y León no lo va a aprobar, porque dejamos fuera a León o Burgos. Lo veo muy difícil. Le daría impulso, evidentemente, pero intentaría algo más sencillo, que la Junta les concediera ser Bien de Interés Cultural. Sería mucho más asequible y tendrían una protección oficial.